Más conocido por su labor como editor, que le ha llevado a ser un habitual de la pareja formada por Justin Benson y Aaron Moorhead, quienes precisamente ejercen aquí como productores ejecutivos, participando incluso uno de los dos en un pequeño rol, Michael Felker no podía seguir un camino más reconocible que el tomado en Things Will Be Different, donde las paradojas temporales se entremezclan con un cine de género que encuentra sus principales ramificaciones en el thriller, pero también deja espacio para perfilar el tratamiento de personajes lejos de la disyuntiva presentada, que conecta a su vez con la relación que sostienen.
Para la ocasión, Felker presenta a dos hermanos, Joseph y Sidney, que buscando huir de las autoridades tras cometer un robo, llegarán a una casa abandonada que les permitirá zafarse de una situación límite gracias a una extraña puerta que les permite viajar en el tiempo. El cineasta presenta en ese contexto un lazo afectivo que se antoja quizá no deteriorado, pero sí preso de una distancia que ha hecho mella, coyuntura que se expone mediante diálogos que definen una circunstancia cuanto menos particular. Y es que si bien no se percibe ruptura alguna entre ambos, sí surgen tensiones derivadas de una tesitura que se les escapa de las manos, y que ante la imposibilidad de controlar, hará que se desaten sus más y sus menos. Esto conecta con la paradoja central presentada por el cineasta en tanto otorga un espacio desde el que explorar ese vínculo e ir profundizando en el mismo.
Things Will Be Different no renuncia, sin embargo, a su concepción como pieza de género, y lejos de una ‹sci-fi› perfilada a través de los distintos recovecos de esa trama que se antoja capital para su autor, encontramos en el misterio presentado una propensión hacia la intriga que deriva en alguna que otra secuencia de una acción controlada, sin desviar las miras de lo verdaderamente esencial. Pues si en algo destaca el film de Felker es en una construcción emocional que es en realidad la que dota al mismo de cierto calado, de un revestimiento mucho más sugerente en tanto su principal preocupación no estriba solo en dar forma a una paradoja que pueda ser (o no) resuelta por el espectador, sino en otorgar un poso dramático que, aunque sin alcanzar la hondura deseada, como mínimo aporta cierta dimensionalidad.
No obstante, y siendo lo afectivo uno de los propulsores del film que nos ocupa, manifestando en su conclusión ese interés por el trazo de sus personajes, Felker peca en cierto modo de supeditar en demasía la narrativa al rompecabezas que pretende ir armando paulatinamente, así como de sacrificar quizá el aspecto más visceral del género en pos de un excesivo control, una rigidez que se palpa no solo en lo poco tenso que termina siendo el desarrollo, sino también en determinados pasajes de una narración demasiado pulcra, incluso las veces contraproducente en tanto algún interludio termina sintiéndose deshilachado.
Pero, pese a todo, hay que poner en valor una obra como Things Will Be Different, dispuesta a huir de patrones preestablecidos y funcionales donde el manejo del medio es lo que cuenta —como sucedía en otra de las obras vinculadas a las paradojas temporales que ha dejado este año, la ópera prima de Shannon Triplett, Desert Road—, pero en los que el riesgo también se reduce al máximo. El aquí debutante busca, al menos, armar un puzle que suponga un reto para el espectador y, al mismo tiempo, dotar de una cierta entidad al mismo para que no todo quede en un artefacto hueco e impersonal —acierta, en ese sentido, al plantear las inquietudes y temores de sus protagonistas más allá del mero apunte—, entablando diálogo a través de un cine cuya evolución habrá que seguir, puesto que cuanto menos promete.
Larga vida a la nueva carne.