Si hay una cita en el mundo del terror que resulta ineludible es asistir a una nueva propuesta de los ínclitos Julien Maury y Alexandre Bustillo. Hay que reconocer que lo suyo tiene un meritazo digno de reseñar. Que en el año 2024 sigan realizando films viviendo de su obra más reconocida, Al interior (À l’intérieur) del ya lejano 2007, dice mucho de su capacidad de haber sobrevivido dentro de una industria devoradora. Y eso que nada de lo realizado posteriormente, con la excepción quizás de la curiosa La casa de las profundidades (The Deep House, 2021), llega a unos mínimos razonables de calidad.
La pregunta obvia entonces es ¿por qué seguimos viendo sus películas? Pues fundamentalmente está el asunto de la curiosidad morbosa de saber hasta qué punto pueden llegar en cuanto a infamia fílmica. Al fin y al cabo, otro asunto a destacar es que ya parecen no tomarse demasiado a sí mismos. Más bien ya todo tiene un aire de jolgorio, de fiesta de género a la que cordialmente nos invitan y claro, ¿quiénes somos nosotros para decir que no?
Así pues, prevenidos ante lo que nuestros amigos Gazpacho y Mochilo (así conocidos los directores en esta santa casa) contemplamos la que podría ser su ‹opus magna› en cuanto al desbarre y al despiporre más absoluto que jamás han filmado. Curiosamente esto se produce en un film, The Soul Eater, que se desvía del terror más puro para emprender caminos más cercano al thriller de investigación que linda con lo sobrenatural.
Y la verdad sea dicha, este intento genérico debe cumplir algunas premisas básicas: unos protagonistas carismáticos, una premisa y desarrollo intrigante, una ambientación atmosférica y, si no es mucho pedir, algún giro más o menos sorprendente que respete, eso sí, la coherencia interna del relato. Dicho esto podemos concluir que estamos ante una obra que es profundamente subversiva ya que, no solo no se cumple nada de lo propuesto, sino que se opta por hacer todo lo contrario.
Interpretaciones de saldo, una investigación desastrada e incoherente, una atmósfera cuyo trabajo parece consistir en rodar en día nublado, dos pinos y unas ruinas y un enigma, con su sorpresa correspondiente que ves venir al minuto 10 de metraje. Por no hablar, claro está, de la incapacidad siquiera de crear una mitología más o menos interesante al respecto del devorador de almas del título.
Seguramente Maury y Bustillo querían reeditar ese thriller noventero en la línea de Seven (1995) o incluso, por recurrir a la filmografía francesa, su referente podría ser Los ríos de color púrpura (Les rivières pourpres, 2000). Sin embargo, nada de esto es así. En realidad, The Soul Eater podría ser un ejercicio equiparable al Russell Mulcahy de los noventa y sus films casi de explotación desvergonzada como Resurrección (Resurrection, 1999) o La sombra del faraón (Tale of the Mummy, 1999). Un desarrollo que consiste en ir avanzando a salto de mata hasta perder cualquier hilo conductor temático y optar por el sinsentido absoluto hasta en lo formal. En definitiva, un ejercicio que da auténtico pavor pero que acaba siendo hasta admirable por la desfachatez con la que se presenta. Al final The Soul Eater lo que puede acabar devorándote es el cerebro si se toma demasiado en serio. Con la perspectiva adecuada, sin embargo, puede ser incluso una experiencia tan divertida que, irremediablemente, te haga estar expectante para lo siguiente de Gazpacho y Mochilo.