Levan Akin se ha acomodado en el retrato unipersonal a través de su cine. Aunque parece atreverse con todo tipo de géneros cinematográficos, el director sueco sorprende normalmente con la afilada cercanía que toma respecto a sus personajes, siempre notas discordantes de lo que en la sociedad se toma como correcto y loable. Fue muy notorio el retrato que consiguió florecer desde Solo nos queda bailar con su protagonista, con una doble vida que nos llevaba de lo idílico de la danza tradicional a la crudeza de sus propias mentiras, una película que consiguió numerosos premios en festivales españoles (y europeos). Nos centramos ahora en debut, que sin distar en esencia de su peculiar forma de condensar a sus personajes, se decidió por el humor más negro bajo el título Certain People (Katinkas kalas, 2011), adentrándose en una fiesta de esas que son difíciles de olvidar, sin importar cuánto alcohol protagonizara la jornada.
Certain People sucede en una acomodada casa de campo en Suecia donde los preparativos del cumpleaños de Katinka son el preludio de un huracán fácilmente reconocible. Akin muestra su deseo por explorar todas esas microcapas que se condensan en la sociedad de recursos acomodados, sacando a la luz las miserias más personales de un puñado de ricos que se encuentran una vez al año en ese idílico jardín familiar.
Para ello se centra en un grupo de amigos de treinta y muchos cuyo eje central es la impoluta Katinka, una mujer al borde del ataque de nervios y una anfitriona perfecta. El marido florero, la amiga embarazada, el hermano gemelo ejerciendo de ‹alter ego›, varios miembros del mundo del arte y la rubia desconocida y discordante más próxima a un personaje televisivo que emula La cena de los idiotas son la compañía perfecta para que el director nos presente la carta de actos anunciados por los que un día festivo debe pasar. De los aperitivos a las bebidas nocturnas, el cumpleaños de Katinka se muestra como el espejo perfecto de la pasivo-agresividad, aprovechando esas relaciones amistosas que con los años se convierten en un mero acto social obligatorio y que, en un mal día, puede quebrar la cordialidad esperada. Sin hablar claro, directo y en grupo, poco a poco van saliendo todo tipo de puyas y trifulcas mal resueltas entre colegas, siempre con la copa de vino en la mano y aprovechando la calidez del terreno donde se encuentran. La belleza del entorno, único por cierto, ya que solo conocemos como escenario las distintas estancias de la casa y el jardín, se nutren de la luz que va ofreciendo el día para contrarrestar la forma en la que avanzan los acontecimientos.
La comida, los postres, las drogas legales, el atardecer, la nocturnidad y un correcto desayuno final son destacados espacios en los que medrar en la angustia vital de quien se supone debe tenerlo todo. Los ricos también lloran, y aunque sea por banalidades, las dificultades personales afloran entre ironías y juegos de palabras para retratar uno a uno cada personaje, quienes evidentemente desearían encontrarse en cualquier otra situación, ya no en la fiesta, en la vida.
Levan Akin es cálido visualmente pero seco y obsceno en sus movimientos de ajedrez. Pese a la variedad de personajes y situaciones, sabe encontrar el momento para destacar a cada uno de ellos y a la vez mezclarlos entre sí para avivar rencillas y alianzas, dentro de la idea de encontrarnos con personas que en el pasado tenían fuertes vínculos y que ahora simplemente comparten momentos interesados, como el que les reúne ese día. Hay personajes impolutos, otros ruidosos y también los hay desubicados, pero todos compensan la fiesta para que no decaiga y, a la vez, se desmorone absolutamente. Certain People bebe de otras obras similares, situacionales, prácticamente teatrales, pero también sabe destacar la (esta sí) fuerte personalidad de Levan Akin —quien además escribe el guion junto a Lisa Östberg—, cumpliendo ese requisito indispensable de la incomodidad bien manufacturada, fría dentro de un hermoso envoltorio, con esos signos de novedad que con los años ha ido puliendo, consiguiendo una ceremonia que no quieres presenciar y, al mismo tiempo, no deseas otra cosa que observar a esos niños ricos tirándose de los pelos simbólicamente, mientras el esnobismo supura por sus poros al mismo tiempo que se surten de litros de (carísimo) alcohol.