La nostalgia. Ese nuevo tema con el que Hollywood (y ya de paso toda la industria) parece haber encontrado un filón inacabable. La nostalgia siempre funciona porque apela a algo que no es tangible pero que todos tenemos: los recuerdos y la memoria. Y ya sabemos como funciona esto, con el tiempo surgen problemas y con los problemas la mirada del retrovisor y con ella la sensación de que hubo un tiempo mejor, un tiempo mucho mas feliz. Y aquí es donde la máquina se pone en marcha y saca provecho constante de la mirada romantizada de un tiempo que seguramente nunca existió, no al menos de la forma en que se nos presenta.
Lo más triste de ello es que habitualmente es un juego perverso ya que la mirada retrospectiva es un parque de atracciones de la alegría que busca rellenar nuestro espacio de confort íntimo pero que actúa como una droga. Una vez se disipa el efecto se busca más y más porque el vacío es más grande. Es por ello por lo que siempre funcionan estos productos, porque la nostalgia en realidad no es mas que la industria de generar más tristeza.
Ick, sin embargo, aunque forma parte de este juego, tiene una grana virtud, y no es otra que la capacidad de subversión de los tropos habituales a manos de un Josep Kahn que disfruta como nadie jugando a las apariencias. Efectivamente Kahn pone delante de nuestros ojos un carnaval espídico de sensaciones, de un jolgorio de género que parece transitar a base de acelerones en el montaje, bandas sonoras bien elegidas, amor por el género a base de homenajes no disimulados pero certeros y, sobre todo, una puesta en escena de cartón piedra pero tan reconocible que es inevitable sentirse como en casa.
Todo ello parece contribuir justo a la malignidad nostálgica, pero Kahn actúa justamente a la inversa, lo que nos da bajo el formato de divertimento es un aluvión de tristeza, de desacralizar el pasado para crear así un arco de redención, dentro del fantástico, donde la proyección hacia tiempos mejores va hacia el futuro. Un movimiento inteligente, además, porque le permite confrontar el salto generacional haciéndonos ver que pasado y futuro se componen en realidad de lo mismo pero cambiando solo palabras y referentes.
Claro está que hay críticas a actitudes pasadas (en este caso de los 2000’s) pero también para soltar una visión divertida pero al mismo tiempo repleta de cinismo sobre la vulgaridad y el postureo de lo ‹woke›. No tanto en relación con poner en duda sus valores, sino a la tendencia de entenderlo mal (voluntaria o involuntariamente) y convertir posturas razonables en meros eslóganes vacíos en, como dice una de las protagonistas, «meras citas de la Wikipedia» sin contexto ni valor tangible. La crítica real, en el sentido de ser más dura, se centra justamente en el presente, en mostrar un grupo de gente pérdida en una pasado que no van a recuperar y en un presente que no pueden digerir. Una sociedad pobre, triste y vacía que se mueve entre la indiferencia y la rabia auspiciada por la ignorancia y los voceros del populismo “trumpista”.
Sí, Ick puede que sea una revisitación del terror de monstruos de los 50 con La masa devoradora (The Blob, 1958) como principal referente. Sí, Ick puede ser leída y disfrutada como lo que podría calificarse como el The Faculty de esta generación. Sí, Ick puede ser un entretenimiento mayúsculo, con sus agujeros de guión y su tendencia a dispersarse en su narración por un montaje a veces errático. Y sí, todo ello es correcto, pero lo que da auténtico valor es su dibujo, más preciso que lo que su brocha gorda de género parece indicar, de un estado de cosas lamentable en pasado y presente y que pivota su mensaje en mirar hacia la nueva generación con escepticismo, sí, pero también con esperanza.
Només puc dir: BRAVO, Lascort.