Solo hay una cosa peor que un producto rutinario y carente de ideas: un producto rutinario y carente de ideas envuelto en papel de celofán para que parezca que no lo es. Eso es, a grandes rasgos, lo que resulta finalmente Strange Darling. Lo que si es innegable es que J.T. Mollner no quiere engañar a nadie ya que, desde sus títulos de crédito nos queda claro lo palmario de sus intenciones. Solo hay que ver como se anuncia a bombo y platillo que su película está rodada en 35 milímetros. Es decir, ya no es que eso sea algo extraordinario, sino que avanza la idea de la textura, de su aire retro, de presentarse como algo que necesariamente y de forma contingente nos tiene que llamar la atención porque sí, sin dejar espacio para que el espectador descubra referentes o saboree tranquilamente el metraje.
A partir de aquí, más de lo mismo, banda sonora cuidada, mucho juego con el colorido, títulos de crédito en ‹slow motion› y una subdivisión en capítulos que hacen que los ecos de Tarantino resuenen inmediatamente. Pero claro, no se trata de querer jugar a eso, se trata de saber hacerlo. Y sí, admitamos que copiar no es fácil pero al final uno no está creando nada, sencillamente se queda en una deconstrucción por piezas a modo de puzle cuyo resultado final es la foto de un objeto bello pero que no es el objeto en sí sino su mera representación fantasmagórica.
Justamente el puzle es el elemento clave al pivotar el film en base a un montaje de capítulos desordenados cuya intención es jugar, de igual manera que sus protagonistas, a un juego del gato y el ratón. Algo que de por sí no está mal si hubiera un misterio realmente interesante detrás o un giro que diera nueva perspectiva de lo visto. El problema aquí es que no se respeta el formato de los capítulos, solo hay una intención caprichosa de ordenarlos tanto en su tiempo de duración como en su narrativa. ¿Resultado? Que no hay enigma, no hay misterio y mucho menos sorpresa. Al final es todo tan obvio, tan mascado que por momentos resulta irritante.
E insistimos, no es que no haya un buen pulso narrativo o una buena dirección de actores, no. En este sentido tanto las interpretaciones resultan convincentes y la capacidad de saber filmar tanto lo íntimo como saltar a una persecución frenética funciona de maravilla. Sin embargo, no parece obedecer a un continuo sino más a pequeñas situaciones encapsuladas que incluso podrían disfrutarse por separado pero que en su conjunto no funcionan.
Es por ello que el meta juego que propone J.T. Mollner de jugar al despiste con sus personajes y de igual manera con el espectador se queda en la sensación de película que quiere epatar, sí, pero lo más importante es que queda como una producción que está encantada de haberse conocido. Nada que objetar al respecto, desde luego, pero lo mínimo es que si el juego del gato y el ratón no funciona, al menos no se pretenda dar gato por liebre.