Puede que no sea muy cinematográfico valorar una película por su portada. Cierto. Pero no es menos importante que a veces un cierto diseño puede marcar la diferencia a la hora de escoger ver una película o no. Y no solo es un tema de diseño, también entra en consideración quién aparece en ella. En el caso que nos ocupa, Arcadian, es de vital importancia. Al fin y al cabo si uno lee la sinopsis y a continuación observa a Nicolas Cage bate de beisbol en mano dispuesto a destrozar seres mutantes electropatriarcales del espacio exterior la decisión está más que tomada.
Que Nic Cage ya es un género en sí mismo y a veces única razón para ver una película ya es algo tan verificable como la gravedad. Casi tanto como que el nivel de expectativa se dispara por las nubes. Y aquí está también el otro gran problema, la gestión de las expectativas. A veces el responsable es el receptor, deseando una cosa por encima de sus posibilidades. Pero otras, como es este caso, la culpa es del emisor que, sin ningún tipo de tapujo o vergüenza torera se dedica a estafar a su público potencial.
¿Hay monstruos en Arcadian? Sí. ¿Es un ‹survival› de acción? A ratos. ¿Sale Nic con un bate de beisbol? Pues literalmente sí, aunque la mejor respuesta sería que poco. En este sentido podemos decir que Arcadian se queda en ser un producto de promesas nunca realizadas. Porque aunque su argumento está más visto que el TBO no deja de ser apetecible, y aunque sepamos que se trata de una serie B, roza más la Z que el estatus de gran producción.
Hay una desgana evidente en ella. En su desarrollo plano, en su narrativa perezosa y en un aspecto visual que cree firmemente en el poder del filtro gris como generador de atmósfera (spoiler: no lo consigue). Estamos ante una película que ni tan siquiera se toma la molestia de suplir su falta de profundidad con algunas ‹set pieces› aceptables, no. Al contrario, lejos de conseguir disimular la falta de medios mostrando poco a los monstruos solo se consigue que se vean las costuras de su pobreza. Algo que todavía es más sangrante cuando, por lo poco que se ve, el diseño de las criaturas era más que decente.
Pero hablamos de Nic. Al fin y al cabo la hemos visto por él y más que visto lo visto podríamos hablar de un visto y no visto. Es cierto que pedimos (y exigimos) que cada una de sus interpretaciones sean un ‹show›, un elogio de la locura, un memento cinéfilo, algo que no siempre es posible, pero entre eso y lo que nos ofrece el film de Benjamin Brewer hay un punto intermedio. Sí, es éticamente reprobable el usar un reclamo para luego mostrarlo como un secundario (casi terciario) con una incidencia menguante en su desarrollo. En definitiva, poco o nada salvable de una producción que podría haber dado mucho más de sí y que lejos de hacer de su modestia una virtud la convierte en su mayor enemiga.