Como ávido lector de la trilogía Apocalipsis Z de Manel Loureiro y, por su puesto, fan del género, albergaba una gran curiosidad por saber cómo sería esta adaptación cinematográfica. Si a eso le sumamos que a los mandos de la producción tenemos a un más que competente director como Carles Torrens, las expectativas no podían ser mejores. Y es aquí donde hay que repartir las culpas, por así decirlo, a quien corresponda. En primer lugar a un servidor: no hay peor receta para la decepción que depositar a priori altas expectativas en un producto del que no se tiene referencia más allá de su título, premisa y condición de adaptación.
Lo que está claro es que en esta descripción sí se acierta en la calificación de producto, es decir, más que de una película en sí, se trata de otro “contenido” más para plataforma. O sea, que se siente sin alma más allá de ser lanzado en una época del año fácilmente significativa para el género. No entraremos aquí en su condición de “adaptación de”. Acerca de ello ya hay un debate inacabable sobre el que no arrojaremos ninguna luz. Solo apuntar al respecto que su incapacidad para captar el espíritu de la novela es el menor de sus problemas.
Y es que en este capítulo inicial se obvia el componente más íntimo, más de diario personal, presente en el texto original, para dar paso a algo más cercano a un film de acción en la línea de Amanecer de los muertos de Zack Snyder (2004). Esto no debería ser un debe, al contrario. Forma parte de la visión de su director o el planteamiento de los guionistas. Los problemas principales están en su ejecución.
En ello Torrens se ve lastrado por una más que preocupante falta de recursos que acaban por repercutir en una narrativa poco tensa, desganada, que apenas incide en algo tan poderoso como la caída de la civilización y sus repercusiones íntimas. En lugar de ello nos enfrentamos a una sucesión de eventos deslavazados que concluyen en un derrumbamiento social abrupto y poco elaborado. Y todo ello, una vez más, sigue sin ser lo peor.
Lo que sí acaba por anular cualquier credibilidad es enfrentarse a una película de acción zombi sin hordas, sin apenas enfrentamientos más allá de un par de escenas concretas y, sobre todo, ver las costuras de una producción pobre, cuando el director se ve obligado a filmar a lo lejos para cubrir carencias tan elementales como la del maquillaje o la capacidad para reunir muchos extras que conformen una masa zombi amenazante. Todo funciona demasiado rápido, demasiado lejano, con algún que otro momento de montaje acelerado intentando que nada se vea (ni se entienda, ya de paso) demasiado.
Si a todo esto le sumamos unas interpretaciones desapasionadas, unos interludios dramáticos que son demasiado evidentes en necesidad de generar algún tipo de empatía (aunque su interés narrativo sea nulo) y el intento de concentrar dos novelas en una, acabamos por obtener una película que genera exactamente lo contrario a lo que pretendía. No entretiene, no asusta y no consigue despertar el más mínimo momento de auténtico interés. Una muestra, pues, de cómo no se debe, ya no adaptar, sino crear o de cómo el signo de los tiempos está sustituyendo las películas por receptáculos de usar y tirar.