La semilla del diablo actualizó el tema de los cultos satánicos por la vía de la paranoia: el enemigo era tu vecino, tu amigo, tu marido. Alison’s Birthday no pretende replicar los logros del film de Polanski (básicamente porque tal tarea es casi imposible), pero se inscribe con bastante inteligencia en una línea de terror sobrio, razonablemente realista, alejada, pues, de los efectismos y exageraciones de gran parte del terror videoclubero de los ochenta (por mucho que dicho terror diera también sus momentos divertidos y disfrutones). Su prólogo, sin embargo, parece jugar a lo contrario: una sesión de ‹ouija› con desenlace fatídico nos pone sobre la pista de una temible conspiración que se cierne sobre nuestra heroína, a la que se aconseja no celebrar en familia su decimonoveno cumpleaños. En esta introducción, Coughlan juega las bazas del espectáculo sobrenatural al uso, con una gestión del elemento fantástico correcta, pero algo aparatosa. A partir de aquí, la cinta se adentra en un territorio más agradecido, el del thriller de suspense con ribetes de terror, que su director (también autor del guion) desarrolla con paciencia y buen ritmo, revelando poco a poco el siniestro plan que la secta ha diseñado para la joven.
La película de Coughlan, que es también su debut y diría que prácticamente lo único que ha realizado para cines, tiene varios puntos que la hacen destacar sobre el resto de la serie B terrorífica de su tiempo. El principal es la idea central que mueve la trama (y que no conviene revelar aquí: digamos simplemente que Paco Plaza la fusiló —consciente o inconscientemente— para realizar una de sus mejores películas), una idea que es perversa y brillante en su simplicidad, y que además bucea en elementos esotéricos muy estimulantes (esos ritos druídicos y celtas que harían salivar de gusto a Arthur Machen). La otra es el enfoque con el que se aborda dicha idea: como decimos, se sustituye el terror más vulgar y chillón por un clima de suspense sostenido en el que el horror se sugiere o se soterra, lo que hace que la historia se siga con un interés que no decae. El tercero es el diseño de personajes (todos correctamente interpretados): los padres adoptivos de nuestra protagonista logran ese punto medio entre el afecto y la amenaza, entre la cercanía y la extrañeza, pero también la joven pareja se gana nuestra simpatía y compone una dupla creíble y que actúa con bastante cabeza, algo raro en un género plagado de descerebrados que son pura carne de cañón.
Con todo esto no quiero decir que estamos ante una gran película: hay titubeos narrativos y limitaciones expresivas, hay ideas de puesta en escena equivocadas (esa secuencia de terror en el cementerio, con el novio de la protagonista siendo cercado por los miembros de la secta vestidos de etiqueta: ¡cuánto potencial tenía y qué cerca se queda del simple ridículo!), y hay una trama cuyos entresijos se adivinan con relativa facilidad, lo que hace que todo resulte un poco más previsible de lo deseado. Pero también posee elementos destacables: la primera aparición nocturna de la anciana da bastante mal rollo, y el desenlace es convenientemente oscuro, hasta el punto de resultar cruel. Es una película que, hundiendo sus raíces en la brujería, abraza con sinceridad lo demoniaco y las fuerzas del Mal, y eso ya de por sí resulta meritorio, por infrecuente. Y es, en fin, una obra de género competente y entretenida, humilde en sus mimbres, un poco ingenua en su forma de entender el terror, pero aun así atrapante y sugestiva cuando habla de ocultismo y de cómo toda esa magia negra permea nuestra cotidianidad y, al igual que en el film de Polanski, trae el infierno a nuestros corazones.