La figura de Francis Ford Coppola como cineasta es sin duda una de las más importantes y extrañas de la historia del cine. Considerado por algunos como el mejor director de todos los tiempos por el hecho de haber dirigido tres (o cuatro) de sus más reseñables tótems tales como las dos primeras partes de la saga de El padrino, o la reconocida por muchos la mejor película bélica de la historia como Apocalypse Now y, asimismo, la que yo incluyo como una de mis favoritas suyas, filmada igualmente en los setenta, que es ese thriller paranoico y voyerista titulado La conversación, también es tildado por no pocos como un autor muy irregular y mediocre que parece imposible que pueda ser el mismo responsable de estas obras maestras anteriormente mencionadas.
A mí también me desconcierta esta dualidad existente en la filmografía del maestro. Un autor con una carrera repleta de obras tan geniales como imperfectas, que fue iniciado en las trincheras de la factoría Corman, su primera obra reseñable fue esa serie B de fábrica con el título de Dementia 13 a la que siguió la rara e infantil El valle del arcoíris, que fue una especie de homenaje fallido al cine musical de los 40 gracias a la presencia de un ya envejecido Fred Astaire.
Pero su gran paso hacia delante fue Llueve sobre mi corazón, una ‹road movie› estrenada en el año 1969 que se puede considerar como punto de partida —yo pienso eso, aunque algunos ubican este punto en Bonnie & Clyde y otros en Easy Rider— de aquello que se llamó Nuevo Hollywood. Tras este pequeño logro artístico, vino la década prodigiosa de los setenta en la que se acomodan sus mejores obras, ya mencionadas, cargadas todas ellas de ese estilo tan barroco, excesivo y personal de Coppola e impregnadas de ese aire caótico y estilista (quizás algo menos La conversación, que sí cuenta con un tono más minimalista) que caracterizó su cine.
Después del embrollo que supuso el rodaje y la posproducción de Apocalypse Now (que pese a ello fue un éxito de taquilla), Coppola decidió emprender un proyecto mucho más pequeño y sencillito, a priori. Se titulaba One From the Heart (Corazonada en su título en España) e iba a ser una especie de homenaje al cine musical de los años 30 y 40 que Coppola tanto adoraba y, como rezaba en su trailer original de 1982, era una especie de estudio de los misterios del amor y del romance que pretendía expirar algo más de intimismo micro tras las disecciones macro que indagaban en los subterfugios de la mafia, la política conspiranoica y la guerra que contenían sus anteriores filmes.
Sin embargo, la personalidad y megalomanía de Coppola impidieron alcanzar el objetivo perseguido. De hecho podría considerarse a Corazonada como el punto final del Nuevo Hollywood, ya que después de los batacazos que se llevaron muchos de sus integrantes (Bogdanovich con Así empezó Hollywood, Friedkin con Carga maldita, Spielberg con 1941 o Cimino con La puerta del cielo), provocó que los productores dejaran de confiar en esa generación de cineastas que pusieron patas arriba los cimientos del cine americano creando historias mucho más complejas y orientadas a un público maduro, para dar paso a una nueva ola ochentera virada hacia un público mucho más juvenil que abarrotaba las salas en aquellos tiempos. Los fracasos de Corazonada y también de El rey de la comedia (obra estrenada en 1982) fueron la sentencia de muerte de la libertad creativa de esta promoción de directores y dio paso a esa otra forma de hacer cine que sigue teniendo repercusión e influencia en nuestros días.
¿Por qué fracasó Corazonada? Quizás por su excesiva ambición artística, pues pretender recrear en estudio los decorados de una ciudad como Las Vegas colmada de luces, vicio y melancolía no era la mejor forma de abaratar un presupuesto que tenía que ir acorde con una historia que iba dirigida, sin duda, a un público mucho más minoritario que sus filmes de los años setenta. Asimismo, muchos críticos tacharon a la película como un experimento fallido, ostentoso, cursi y falto de brillantez.
Personalmente, Corazonada me encanta. Me parece un ejercicio de estilo brillante y transgresor, así como una película que ha ido ganando mucho peso con el paso del tiempo siendo una clara influencia para películas recientes como La La Land (hay dos escenas musicales descaradamente plagiadas en cuanto a fotografía y puesta en escena por Chazelle, muy claramente identificables si se han visto las dos películas en un lapso de tiempo no muy prolongado) o Dogville (esta más en el sentido de la pretensión de Von Trier de diseccionar en un escenario teatral sin acudir a entornos reales el ecosistema de una pequeña ciudad como lo hizo en su momento Coppola).
En este sentido, me fascina la escenografía y la fotografía del film. Ya lo hizo cuando vi la peli por primera vez, era yo muy niño, en una reposición que hizo TVE1 a finales de los ochenta o principios de los noventa, creo que un sábado por la noche. No entendí muy bien de qué iba la trama, pero la cinta me transportó a un mundo de ensueño, lejano y desconocido, convirtiéndose en una experiencia inmersiva e inolvidable para un servidor. Por lo tanto, consiguió uno de los objetivos del cine que es el hacernos soñar con mundos exóticos y a su vez transformarlos en entornos cercanos y emocionantes.
La película posee una fotografía absolutamente barroca plagada de colores cálidos (amarillos, rojos, anaranjados…) y fríos (verdes y azules) que definen el temperamento del personaje o de la atmósfera retratada y también plagada de alucinantes claroscuros y de pretéritos fundidos, notándose claramente la presencia de Vittorio Storaro, que compartió créditos con Ronald Víctor García. Igualmente hipnóticos son los impresionantes decorados que, como hemos comentado anteriormente, recrean los ambientes y lugares comunes de la ciudad de Las Vegas de un modo que eriza la piel, dejando entrever la ficticia irrealidad del ambiente esbozado vertiendo, de esta manera, una especie de metáfora acerca de la virtualidad existente en un lugar tan especial y diferente como Las Vegas y, por qué no, también subrayando la fragilidad que tiene el amor verdadero cuando la rutina y el tiempo erosionan la pasión inicial.
Desconozco lo que costó construir la réplica del aeropuerto de Las Vegas y también esa maqueta gigante del avión que pasa por encima de la cabeza de Frederic Forrest en la secuencia final, pero el costo mereció la pena sin duda pues esta es una de las escenas que se quedaron retenidas para siempre en mi memoria. Inolvidable también es la hechizante presencia de una joven Nastassja Kinski. Nunca una actriz estuvo más guapa en pantalla que ella en Corazonada gracias a cómo Coppola supo captarla con su privilegiada mente en sus fugaces apariciones.
La atmósfera de fantasía presente en el alma del film fue sazonada con una historia melodramática que estudia, a su modo, lo que significa el amor a través del cuento de una pareja que cumple su quinto aniversario en vísperas del 4 de julio. Una pareja que aún no se ha casado, que no tiene hijos y que presenta dos personalidades bien distintas: la de la soñadora y viajera Frannie (Teri Garr) y la del más prudente y realista Hank (Frederic Forrest). Él, vendedor de coches. Ella, agente de viajes. Él, con la aspiración de comprar la casa donde viven y formar una familia. Ella, con la de descubrir nuevos mundos y ser una nómada sin un sitio al que aferrarse.
A partir de la discusión que supondrá el hecho de que Hank haya comprado la casa donde vive la pareja con los ahorros de ambos sin consultar esto con Frannie, se desencadenará una odisea que durará toda una noche en la que por un lado Frannie romperá bruscamente con Hank en busca de la aventura que le propone un vividor con el rostro de Raúl Juliá, y por el otro Hank conocerá a una joven artista de circo (con la bella efigie de Nastassja Kinski) que le hará de nuevo rememorar los inicios del romance y de la conquista.
Con estos leves mimbres, y con el ornamento de unas melodías fantásticas que ejercen de narrador del relato de la mano de Tom Waits a dúo con Crystal Gayle, Coppola cocinó una pieza de jazz sincopada, imperfecta y por ello deslumbrante y muy seductora. Un sueño de una noche de verano cautivador que te transporta a unos mundos prodigiosos a los que desearías viajar. Una mezcolanza de melodrama, comedia leve y cine musical (gracias a la música de Waits y, sobre todo, a dos o tres secuencias desbordantes de imaginación con una puesta en escena preciosista engalanadas de luces de neón y decorados joviales, siendo especialmente memorable la cantada por Kinski así como la bailada por Juliá y Garr) acicalado con una fotografía nocturna muy recargada de contrastes y luces narcotizantes que consiguen su objetivo de hipnotizar al espectador al estilo de los viejos ilusionistas.
Coppola puso un punto y seguido en su carrera con Corazonada. Después de su estrepitoso fracaso comercial no le quedó otro remedio que meterse en los círculos del cine independiente para filmar películas pequeñas de bajo presupuesto a las que inculcó su peculiar sensibilidad a la hora de crear cine. No fue hasta El padrino III, y también Drácula, que Coppola retornó a sus histrionismos y megalomanía. Después de ellas, su carrera fue divagando de un sitio a otro sin encontrar un destino claro. Una particular odisea que quizás haya llegado a su fin con su última bala, esa Megalópolis que llega a nuestras carteleras tras su paso por Cannes. Tengo la “corazonada” de que si no logra llegar a Ítaca con esta (pen)última propuesta nos volveremos a encontrar con un último baile de nuestro particular Ulises en pocos años.
Todo modo de amor al cine.