El primer largometraje de Valérie Donzelli es la introducción perfecta de su cine. Una película que muestra a las claras algunas de las obsesiones temáticas de la actriz, directora y a veces cantante francesa, pero sobre todo de sus preferencias narrativas y meta-personales en términos cinematográficos. Si en Declaración de guerra (2011) contaba y protagonizaba junto al actor Jérémie Elkaïm la historia de una pareja con un hijo que sufre cáncer cerebral, y esta historia a su vez se basaba en lo que Donzelli y Elkaïm vivieron con su hijo Gabriel unos años antes, no deja de ser interesante saber, sobre todo después de haber visto La reina de corazones, que a su vez fue la película que marcó la ruptura de su relación romántica con el propio Jérémie Elkaïm, quien personifica a los cuatro intereses románticos de la protagonista (la propia Valérie Donzelli) en cada estadio de su reencuentro accidentado consigo misma y los demás.
Claramente imbuida por el espíritu de la ‹Nouvelle vague›, Valérie Donzelli confirma que es un alma libre. Una directora y guionista con personalidad, interesada por transmitir humor incluso en los momentos más inoportunos, por el drama romántico como centro de todo, por la música que nos transporta a los momentos y, por último, por el erotismo que rodea y acaricia al centro de todo. ‹L’amour›, pero tan imbuido por el cine francés de los 60-70 como por esa necesidad por dar con una nueva Amélie (2001) que tanto daño hizo a una generación. Pero bueno, no todo puede ser perfecto en una ópera prima que destaca por su sensibilidad, por la necesidad de amar, por su inconsciencia o inocencia constante y por su excentricidad. Una película muy humana, que transmite la sensación de haber sido realizada con mucho cariño, y que lleva a que nuestro interés por la vida de la protagonista sea prácticamente real, dadas sus peculiares decisiones.
Los franceses son conocedores de la sonoridad de su idioma. Es verdad que entre ellos odian la sonoridad de los parisinos —al parecer tiene demasiadas jotas… cosas de los capitalinos—, pero en general saben que incluso fuera ni se nota. Te pueden colar tres canciones de la nada en una película de hora y media y que se considere un musical (porque queda hasta bien, compuesta por Donzelli, Nicolas Errèra y Benjamin Biolay). Te puede hablar una voz en ‹off› cuando las tramas se hacen más largas y te cambia el tono y lo vuelve más ameno. Todo lo que tienen de malo, si quieren, lo convierten en bueno. Y por eso me gusta tanto la ‹Nouvelle vague› y casi todo aquel que la homenajea allí. La sensación de libertad, incluso en una narración lineal, la frescura y el encanto de los 4:3 en un color otoñal o la naturalidad con la que cuenta que las rupturas tienden a llevar a ver al otro en los demás hasta que las rupturas se superan.
La ruptura, trágica para quien la vive, vuelve a servir como vehículo para la comedia en quien la ve. La de la película, que coincide con la de Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm durante el rodaje, no impidió que siguieran trabajando juntos hasta el 2015, cuando Donzelli dirigió Marguerite et Julien basándose en un guion escrito por Jean Gruault para François Truffaut que este nunca llegó a rodar (sobre la relación de dos hermanos que se aman). Jérémie Elkaïm volvía a protagonizar una película dirigida por su ex-pareja, que en esta ocasión se quedaba detrás de las cámaras para filmar cómo la actriz Anaïs Demoustier y Elkaïm se enamoraban dentro y fuera de la pantalla. Por este motivo o por otros que desconocemos, esta película marcó la ruptura de su relación profesional, quedando entre los dos la relación de los dos hijos que los une, que seguramente ya es bastante. ‹Ah, le temps!›