La capacidad dúctil que se desprende de dos géneros como el cine fantástico y el cine de terror despliega a menudo una permeabilidad desde la que poder conectar con géneros adyacentes así como bordear sendas que conduzcan al terreno de lo irreal e ilusorio. Dicho carácter era el que marcaba el debut de Tilman Singer tras las cámaras con Luz, un poderoso relato que apelaba (a su manera) al cine de posesiones y al sobrenatural para dar forma a una propuesta especialmente imbuida por los efluvios de un cine pasado que el bávaro certificaba en el presente con una facilidad inusitada haciendo de la, en parte, ambigua condición de ese horror, uno de los elementos articulares de su debut, que sin alcanzar las cotas de demencia de esos referentes a los que a priori apuntaba, sí hallaba una naturaleza alucinada concretada desde sus imágenes.
Cuckoo parece querer seguir vías colindantes, y digo parece puesto que si bien hila su armazón en torno al fantástico, lo conjunta con un terror mucho más elemental y obvio, que huye de construcciones abigarradas, no dota de la misma importancia a la expresividad de su puesta en escena, y elude la posibilidad de generar atmósferas que acompañen su forma de cimentarlo. Singer busca, pues, en esta nueva tentativa la manera de alzar un microcosmos que sirva a la postre para ir dotando de un sentido específico a cada uno de sus pasajes, en ocasiones detallados desde el gesto, en ocasiones desplazados a escenarios que pudiendo otorgar un sentido mucho más significativo a su incorporación en la trama, terminan perdidos entre vaguedades, fruto de un capricho que se extiende interesadamente a lo largo y ancho del relato, seccionando así cualquier atisbo de evocación o fascinación que pudiera surgir del mismo, y encontrando en ese capricho una configuración que entronca mejor con el terror contemporáneo, pero a su vez empobrece sus cualidades.
Singer va arrojando una maraña de ingredientes que complementan el universo descrito, pero al mismo tiempo están lejos de perfilar o pulir una crónica que no encuentra en esos añadidos los estímulos necesarios; más bien al contrario, pareciera que las antojadizas ideas con que el bávaro va barnizando el relato, otorgan un contrapunto desde el que alimentar su veta genérica, pero al mismo tiempo se sienten inconexas e imprecisas, alejadas de cualquier propósito que no sea certificar una pulsión que quizá merecía unos cimientos no tan volubles. Cuckoo es capaz de desarrollar, pese a ello, secuencias donde el cineasta recoge y siembra esa locura ya presente en su ópera prima que, para qué engañarnos, explotan con acierto algunas de las cualidades del film que nos ocupa, y por tanto nos aproximan a una faceta más juguetona y vivaz, que es la que debería tantear para poder llevar el relato a estratos mucho más sugerentes.
Además de esos pasajes un tanto insanos y tronados, el film recoge asimismo esa dimensión en la escritura de algunos de sus personajes, que tiñen con esmero esa esencia —a destacar una fantástica Hunter Schafer en el rol central, Jan Bluthardt dando vida a ese policía que terminará tan desquiciado como requiere la trama, y un Dan Stevens cuyos cambios de registro quizá empiezan a ser un poco forzados, pero también aporta el punto de enajenación adecuado—, chocando las veces con un tono que, sin embargo, no siempre beneficia al conjunto: y es que, buscando el efecto precisamente contrario, Cuckoo se siente demasiado deslavazada, incluso presa de un formulismo que ni su pretendido descenso a los confines del absurdo termina de romper cuando más lo necesitaría, haciendo de la experiencia algo peor que fallida: inane en (casi) todos los sentidos.
Larga vida a la nueva carne.