El plano de apertura de Libertate, último largometraje del cineasta Tudor Giurgiu —autor, entre otras, de obras como Love Sick o Why Me?—, nos traslada a una cotidianeidad que quizá fuese lo último que uno espera encontrar en un film como el que nos ocupa. La estampa, pues, de una escena habitual como puede ser la de una piscina recibiendo a plena luz del día a sus asiduos, otorga una conexión con el pasado que recientemente también establecía Steve McQueen en Occupied City, donde el británico regresaba a aquellas habitaciones en las que los holandeses ocultaban a los judíos, ahora empleadas con el objetivo de almacenar conservas: en este caso, dicha piscina alojó tanto a civiles como a presuntos agentes de la ‹Securitate› —el cuerpo policial que operó en el país mientras este fue un estado comunista— que el ejército apresó de modo ilegal durante la Revolución rumana, tildándolos de “terroristas” y estigmatizándolos.
Una estancia donde el señalamiento al que se verán sometidos los individuos cautivos en ese lugar, no procederá solo de la figura del teniente coronel Dragoman, sino también del resto de habitantes de dicho espacio que, al ver cómo son acusados de un cargo del cual se consideran inocentes, desatarán una serie de suspicacias que derivarán en una gradual desconfianza, así como en una serie de acusaciones veladas (o no) desde las que ir resquebrajando aquello que bien pudiera devenir en comunión frente a la injusticia cometida por la inculpación en un asunto lo suficientemente serio como para poder repercutir en un futuro cercano, más allá del “juicio” militar que les pudiera esperar tras la detención.
No obstante, antes de llegar a tal circunstancia, que será sobre la que se cimentará el armazón central de Libertate, el realizador ya ha definido cristalinamente un marco donde, entre el sonido incesante de las balas, el constante zumbido del televisor mientras de él brotan todo tipo de informaciones, y los teléfonos que suenan sin cesar debido a la situación de emergencia, se contemplan los últimos coletazos del régimen impuesto por Nicolae Ceaușescu acompañado por una palpable inestabilidad donde, desde el pueblo a los militares, pasando por la policía y el servicio secreto (la ‹Securitate›), serían enfrentados entre sí en una coyuntura cuyo desconcierto recoge a la perfección el autor de De caracoles y hombres, dando voz a tres personajes conectados pero distintos entre sí: Viorel Stanese, uno de los apresados y miembro de ese servicio secreto, el citado teniente coronel Dragoman, y Leahu, un taxista cuyo rol sea seguramente el punto flaco del film por su incidencia casi testimonial en el relato y el desequilibrio que le confiere en cierto modo.
Las herramientas dispuestas por Giurgiu en este primer acto de la propuesta complementan con firmeza el contexto retratado, empleando tanto una cámara en mano que dibuja la confusión del momento, como un montaje que apremia cada plano para dar paso al siguiente, y una fotografía de tonos más bien apagados donde si algún color llega a destacar durante todo el metraje es sin duda el rojo de una sangre que si bien el cineasta tampoco muestra propensión por filmar, es casi inevitable percibir en esa tesitura. La firmeza con que los cortes otorgan un ritmo casi extenuante a la historia, y la agitación persistente con que la cámara somete a cada escena, son así dos constantes de un periplo inicial en el que resulta difícil pararse un leve instante y tomar el aire suficiente como para continuar sumergido en esa crónica.
Es, de hecho, la conversación entre Dragoman y un doctor a las puertas de un edificio, cuando el primero afirme que el comunismo está llegando a su fin, y el segundo responda que aquello más bien parece el fin del mundo, la que mejor describe esa realidad que Giurgiu hace tangible con poco. Recoge, Libertate, una sensación más que de inseguridad, de inconsistencia, que define con precisión todo aquello que acontece en la ciudad de Sibiu, donde se desarrolla el relato: porque si, en efecto, las balas vienen y van, resulta de lo más complicado conocer con exactitud de dónde y hacia dónde, hecho que reforzará las susceptibilidades que se darán cita en la piscina en la que, presos contra su voluntad, el grupo que la “habita” irá creciendo paulatinamente ante el afán de ese teniente coronel por continuar encontrando “terroristas” que, según él, están en todos lados.
Al respecto del cautiverio que vivirán, cabe resaltar cómo la luminosidad inicial de la piscina donde acontecerá el encierro, da paso a una apariencia sombría y desangelada que capta con destreza la fotografía de Alexandru Sterian, pues aunque nos hallamos ante una película que a nivel formal solo destaca en especial durante su primer tramo, merece la pena acentuar esa labor que precisa un ambiente que privilegia la inmersión en Libertate; algo que además dota a esas dinámicas que se irán sucediendo en la piscina, y que conforman narrativas expuestas sobre las que ir creando un clima frágil que minará, de un modo u otro, las distintas relaciones, la forma adecuada de asimilar cómo esa desconfianza germinada con soslayo actúa como motor desde el que instigar una incertidumbre donde el poder siempre tiene las de ganar.
Podéis ver Libertate en Filmin:
https://www.filmin.es/pelicula/libertate
Larga vida a la nueva carne.