Kneecap es una de esas películas capaces de visualizar el lenguaje que lo compone. Rich Peppiatt debuta con su propia versión de la realidad en una de esas historias que reinventan un grupo de música para fortalecer su esencia. ¿Recuerdas Spiceworld. The Movie? Mejor, Kneecap se la merienda (o se la esnifa) sin remedio.
Con cierto carácter canalla y revolucionario, Peppiatt se alía con los integrantes de la banda de hip-hop irlandés Kneecap para introducirnos en su “verborreica” sonoridad. Lo hace en modo aventura, utilizando a los tres personajes como elementos que contrastan con las ideologías, lenguas y metodologías que representan a Irlanda del Norte. Para ello se basa en ese cine videoclipero, con gangsters de baja estofa, drogas y música que inspiraban los personajes de Irvine Welsh (aunque este sea escocés) en Trainspotting, que en esencia nada tienen que ver, pero el imaginario sirve como punto de partida.
De la película, que ningún sentido tendría ver doblada en cualquier otro idioma que no sea el original, nos sitúa en mitad de un conflicto en el que Kneecap se convierte en cabeza de turco. En un tiempo en el que la revolución ha rebajado su intensidad, dejando a sus defensores sin motivación ni voz, y en el que el irlandés se juega un puesto como lengua oficial cuando ya casi nadie lo habla en las calles, nos encontramos a dos jóvenes que han mamado desde la cuna esos elementos pero que no los viven como su propia lucha y que, además, son poetas. Si cruzamos a un profesor desubicado con un equipo de música y un buen puñado de gente molesta con su presencia, ya tenemos la excusa para arrancar una aventura paralela al nacimiento de un micro-movimiento musical.
En Kneecap compartimos tiempo y espacio con los verdaderos integrantes de la banda, que se mueven con soltura como protagonistas de una historia que han escrito junto al director. No necesitan ayuda ni relleno, pero saben seguir el hilo de los personajes que les acompañan para liar todavía más si cabe ese huracán de ideas en el que se ven succionados. Lo básico sería pensar en ellos creando una banda, creando su música, siendo en definitiva, creativos. Pero parece circunstancial, casi se podría decir que accidental que todo esto suceda, porque crece a partir de las casualidades mientras las subtramas van volviéndose algo capital. Desde los referéndums lingüísticos hasta la mofa de las escisiones de los libertarios, pasando por policías desubicados y dramas familiares, Kneecap sabe mantener el ritmo con la misma facilidad con las que sus pegadizas rimas (sobre-subtituladas para que todos podamos participar de su significado) borbotean de las bocas de los jóvenes. Lo que sale de forma natural siempre funciona, así que fabular sobre lo que funciona, no puede fallar. Ayuda el carisma innato de los protagonistas, y la posibilidad de apoyarse en actores como Michael Fassbender que, como siempre, está espléndido en este caso en su labor de fantasma revolucionario.
Si el título hace referencia a los disparos en las rótulas, lo que de verdad genera dolor aquí es la irreverencia a la hora de normalizar el uso de su propia lengua. Siempre se aboga por una defensa institucional de aquello que afecta directamente al pueblo, y estos jóvenes lo hacen recitando sobre drogas, sexo, ideales anarquistas mezclados con puro nihilismo, llevando a su lírica un poco de calle, algo que no se puede elevar a las altas esferas y que para las élites puede llegar a ser molesto, por lo que su fondo de materialización de grandes ideas da para una batalla visual en la que todo el mundo, por un motivo u otro, les intenta silenciar. Este intervencionismo, que lucha contra el estatismo y rebaja de nuevo la lucha a las minorías capaces de disfrutar además de pelear constantemente, se transforma en un ‹beef› entre los Kneecap y la mitad de la población de Belfast que resulta electrizante, divertido, pegadizo y gamberro, términos que definen una película más allá del ‹biopic› o de la referencia cultural de turno, dispuesta a rescatar una experiencia en la que te quieres quedar un rato más, coreando eso de “otra, otra” como si estuvieras en mitad de un concierto.