Love Dog podría ser un ejemplo paradigmático de perversión de los sentimientos. De como coger un tema tan sensible como el duelo y corromperlo hasta perder el foco de la intimidad de dicho asunto deviniendo una exposición pornográfica. Y no cabe duda de que la línea está ahí, preparada y tentadora. Al fin y al cabo es más fácil, o al menos así lo parece, generar conexión a través del tremendismo empático.
Y es que todos hemos perdido seres queridos en diversos formatos, todos hemos sentido dolor por esto o aquello. Todos sabemos lo que es el vacío de una pérdida irreparable. La mayoría de las veces uno recuerda el dolor, lo magnifica y lo multiplica en un cuadro de la macro sentimental que pierde de vista la atención al detalle, al recuerdo más puro, a una soledad entendida como reflexión, como introspección necesaria.
Esta es, sin embargo, la vía que Bianca Lucas adopta en su film. La de mostrar la intimidad del vacío, el páramo gris, desnudo, que adquiere nuestra visión de la cotidianidad y la búsqueda, en encuentros de diferentes formatos, de una compañía que a a veces no es redentora, sino un mero contenedor donde volcar experiencias. Algo que no lo hace más cruel, sino entrañable desde la sinceridad del duelo.
Así, a través de diversas configuraciones que van desde el ‹screenlife› hasta la puesta en escena de la desolación en formato casero, estamos ante un ‹tour de force› unipersonal. Un seguimiento exhaustivo de las diversas emociones de su protagonista, sus reacciones, sus sentimientos, sus contradicciones. Una película que no juzga y que en ciertos momentos se muestra críptica en tanto que está más interesada en mostrar que en hacer un manifiesto, dejando las lecturas al respecto al espectador.
Un planteamiento arriesgado ya que no es fácil entrar en el mundo propuesto y acceder a los recovecos sentimentales que planean en su desarrollo. Sin embargo, esta es la propuesta, un juego de pistas donde hay que deducir, trascender en lugar de limitarse a leer un manifiesto sobre el luto que indique un camino correcto de la A a la Z. En este sentido sí podríamos hablar de un producto árido, de accesibilidad compleja y que puede crear un efecto contrario al deseado.
En todo caso, a pesar de todos estos aspectos, si no negativos sí creadores de cierta irregularidad discursiva, Love Dog consigue hacer de su frialdad anímica y de su escenario cercano al páramo existencial un punto de partida para que el viaje no solo sea algo de su protagonista, sino también de los espacios, los lugares, las miradas y los silencios. Un trayecto que no quiere recrearse sino que busca la evolución, el mimo y la tención por el pequeño detalle. Y sí, si el punto de partida era la desolación, la meta buscada es la conversión de esta en un punto de recogimiento que no tiene que ver con revolcarse en la propia pena sino en superarla a través de la calidez del nuevo momento, del encuentro con los extraños y así descubrirse a uno mismo.