Aunque el cine de género ha ido ganando terreno en el panorama patrio con el paso de los años, encontrando en el terror y, especialmente, en el thriller —incluso ganador de varios premios Goya en los últimos 15 años gracias a títulos como Tarde para la ira, No habrá paz para los malvados, La isla mínima o la reciente As bestas, algo que no se había producido durante la década anterior— algo más que un reducto al que acudir de tanto en tanto, continúa siendo difícil encontrar piezas de ese cine de acción puro, sin coartadas ni subtextos, que es el que rescata Kike Narcea en su segundo largometraje tras las cámaras.
Para ello, nos sitúa en la trayectoria de Gabriel, alias ‘Tarado’, cuya situación e historial conocemos en una certera secuencia inicial que cuenta con la siempre estimable presencia de Javier Botet. Lejos del hogar al que volverá el protagonista, junto a su padre, el cineasta pronto nos introduce en unos bajos fondos que, con poco, definen pertinentemente el tipo de personajes que frecuentarán el film.
Si en dicho aspecto Os reviento concreta pronto sus posibilidades, su tono queda igualmente precisado en una breve conversación entre Gabriel y su padre, en la que este último le habla acerca de su gran capacidad, de su don, que no es otro que el de dar hostias. Un “don” que se extenderá con violencia a lo largo y ancho del relato, y que tomará forma en una secuencia ni siquiera protagonizada por Gabriel.
Todo ello se traslada a uno de esos entramados que bien podría recordar al Guy Ritchie germinal —aquel de Lock & Stock o Snatch— por el modo de hacer converger historias sin un aparente enlace inicial, si no fuera porque Narcea emplea una narrativa mucho más llana y directa, y la acción acontece en un único escenario, siendo el resto simples accesorios para introducir a los distintos individuos que en algún momento cruzarán sus destinos sin quererlo.
En esa concisión con que se maneja Narcea, se echa en falta quizá una presentación algo más pulida de algunos de los personajes que terminarán frente al protagonista y, en especial, la construcción de un villano que otorgue algo de empaque a su acto final —que, más que no existir, se siente tan exigua que termina jugando en su contra—. Y es que por más que entre sus virtudes se cuenten un estilo directo y sin concesiones, que no se pliega ante florituras de ningún tipo, termina pesando en parte el hecho de que sus estímulos sean un tanto escasos.
Pese a ello, Os reviento no engaña a nadie ya desde su propio título, y ofrece exactamente lo que se podría esperar de ella: puede que en su contra nos encontremos con unas coreografías enérgicas pero no demasiado elaboradas, así como algunas interpretaciones que ofrecen la nota disonante o ciertos diálogos un tanto forzados, pero ello no resta vigor a un título que da lo que se propone, aprovecha su solvencia narrativa y se ve y se disfruta como una exhalación, motivos por los que nunca está de más acercarse a otra de esas contadas piezas de acción patria que pasan por nuestra cartelera captando el espíritu del cine más guerrillero.
Larga vida a la nueva carne.