Se podría decir que hay dos películas en Engendro mecánico. Por un lado, una idea visionaria al respecto de los peligros de dejar el futuro en manos de lo que ahora llamamos IA y por otro la realización de dicha idea que, por momentos, deja un poco de lado el planteamiento conceptual reduciéndolo casi a mera excusa para realizar una film de explotación sobre la violencia sexual.
En lo que se refiere a su primer apartado, nada que reprochar. Es más, y quizás de hecho es uno de los motivos por la que es recordada y referenciada, pues si hay una película a la que se pueda aplicar el término “visionaria” es esta. No en vano, propuestas como la recién estrenada Diabólica no dejan de ser ‹upgrades› de la misma temática en base a una tecnología de actualidad pero que en el fondo no aportan nada que Seed of Demon (lo de las traducciones de títulos daría para otro artículo) no nos explicara ya. Es en este sentido donde el terror es más evidente, en una premonición y advertencia que a sus contemporáneos podría resultar chocante y que ahora da más miedo si cabe al ver que prácticamente todo se está cumpliendo con precisión.
¿Pero cómo desarrollar el tema? Aquí es quizás donde el film de Donald Cammell presenta más problemas. Es innegable que se sigue con interés y que su intención queda manifiesta claramente en su introducción, poniendo las piezas del tablero y la filosofía subyacente de forma clara y concisa. Pero más allá de eso, parece que por momentos nos encontramos ante una versión de “tecnológica” de La última casa a la izquierda. Haciendo demasiado hincapié en el aspecto sexual de la temática, como si al fin y al cabo el interés de esta inteligencia artificial llamada Prometeo fuera en someter a todo tipo de vejaciones obstetricias a la protagonista, una Julie Christie que defiende bien su papel a pesar de lo absurdo de ser violada por una especie de máquina romboide cobre. Al fin y al cabo, más que horror tecnológico parece que estamos más ante un ‹home invasion› mecánico con más tintes de explotación italiana que de un verdadero interés por los aspectos éticos del uso de los nuevos avances en lo informático.
Luego, claro está, el aspecto estético que, aunque atrevido, no deja de bordear en bastantes instantes más lo ‹kitsch› que lo inquietante aunque no es ese su mayor problema dado su contexto histórico. No, lo fallido aquí es que no consigue en ningún momento crear atmósfera, ser inquietante o asfixiante, sino más bien chocante en el sentido más, digámoslo, sorpresivo por estrafalario que por sorprendente en lo pavoroso.
En definitiva este Engendro mecánico, esta semilla del diablo tecnológico en el título original, se puede considerar un film de culto como así atestigua su enorme influencia en la cultura popular. Solo por eso es evidente que hay que tenerla como referente en cualquier otra película que hable de estos temas. Sin embargo, más allá de eso, cabría preguntarse cuál hubiera su valor cinematográfico si no hubiera sido tan certera en sus “premoniciones”.