Después de masticar y digerir ME durante dos meses y pico, tengo más claro que nunca que esta es una de las obras más complejas de uno de los directores de cine más interesantes y singulares de los últimos tiempos. Casi siempre existencialista, el cine de Don Hertzfeldt parece profundizar cada vez más y más en nuestras finitas cavidades para reflexionar sobre el sentido de la vida, convirtiendo los detalles más nimios del día a día en momentos de humor puro —como premisa inicial o como resultado— o en escenas de extraña belleza y tristeza por igual. Su visión del mundo, que no es única, ha trascendido cinematográficamente en cierto modo por mostrarla con un estilo visual muy particular incluso entre el cine de animación —un medio que destaca precisamente por la libertad creativa y por todo el potencial imaginativo al que da pie—, pero también por una especie de don narrativo, auditivo y creativo que, conjugado con lo anterior, ha llevado a que, en la mayoría de sus películas, los espectadores nos abracemos a la vida en su deformidad. La atención al detalle y la atracción por el absurdo en It’s Such a Beautiful Day, que hace pensar en la vida más que para ser feliz, para vivirla intensamente, como un estímulo de la memoria, a pesar (o más bien a sabiendas de) su amargura, o la mordaz, ocasionalmente taciturna y casi siempre luminosa World of Tomorrow (incluyendo toda la —hasta ahora— trilogía), que muestra un futuro fatalista repleto de posibilidades (en las que da miedo pensar o hacen bastante gracia) bajo la noción de que sentir tristeza nos hace estar más vivos y desde la perspectiva alegre e ingenua propia de la infancia, son dos de los ejemplos más gratificantes de una filmografía que ha pasado toda una suerte de vericuetos y tribulaciones que han sido causa y a la vez consecuencia de los procesos creativos y aprendizajes técnicos que han dado forma, por ejemplo, a la última “trilogía” mencionada y por supuesto a ME.
No olvidemos que el autor de cortometrajes como Billy’s Balloon o Rejected (hace ya más de 24 años) empezó a trastear en una Tablet por primera vez en 2014, tres años después de que tanto él como su cámara de animación de casi 60 años colapsaran dejando para el recuerdo toda una serie de destellos (involuntarios) y fugas de luz que enriquecieron aún más la última de las tres partes que forman It’s Such a Beautiful Day. Vacío, tanto de ideas como de herramientas conocidas, el ejercicio en un medio digital le ayudó a pensar en el concepto de World of Tomorrow y le permitió animar la primera parte a velocidad récord, encajando cada pieza a la perfección (incluyendo los audios sin guion de su sobrina de cuatro años) y de forma natural, no como ocurrió al empezar a trabajar en la segunda parte. Porque, aunque lo pueda parecer por el ejemplo anterior, desarrollar una idea no siempre es tarea fácil. Al imaginar World of Tomorrow Episodio 2: La carga de los pensamientos de otros, Don Hertzfeldt casi olvida la diversión que le supuso todo el proceso creativo de la primera parte (que incluía, como esta segunda parte, dibujar y mirar libros con su sobrina mientras grababa su voz). Aquí, ese desarrollo argumental volvió a ser un rompecabezas, sobre todo cuando vio que en la segunda parte los audios espontáneos de su sobrina, ahora un año mayor, dejaban de ser reacciones cortas y expresivas (fácilmente editables) y pasaban a ser monólogos largos e ininterrumpidos. Un montón de ideas salvajes y tierras imaginarias que no encajaban en la historia que había planeado escribir dieron pie, con la ayuda de su sobrina, a un experimento más libre que, siendo así, seguía encajando en el imaginario de la primera parte.
Y llegamos a la tercera parte, World of Tomorrow Episodio 3: Los destinos ausentes de David Prime, clave para entender en parte ME. El propio Don Hertzfeldt cuenta cómo, en la animación tradicional “casera” que él trabajaba, hacer que la cámara se moviera mientras filmaba era una penosa experiencia que incluía cálculos, giros manuales y precauciones varias para evitar que cualquier mínimo error supusiera repetir de nuevo y durante horas un montón de escenas toma a toma. Por no complicarse la vida —así lo describe él mismo—, se limitaba a hacer unos pocos zooms de vez en cuando y a una puesta en escena plana y sencilla, lo que también afectaba al color o a la “riqueza” de los fondos en sus películas, aceptando el extraño destino de dirigirlas sin poder mover la cámara durante 20 años y tirando de otros recursos (como dividir el fotograma de la película para que los fotogramas dentro del fotograma se pudieran mover y manipular). El caso es que, con el salto al entorno digital, toda esta problemática desapareció; tocaba romper viejos hábitos y además recuperar el interés por una animación que le dejaba exhausto cada dos por tres. Para el Episodio 3, decidió aprender algunos principios básicos de la dirección que nunca había podido aplicar a su obra con las herramientas con las que contaba. Aunque limitado, la demolición de este bloqueo mental inspiró la mayor parte de la escritura de este cortometraje y, a su vez, supone el primer paso de Don Hertzfeldt fuera de lo que él denomina su “etapa de cine mudo”, y que da paso a una película muda de verdad, ME, que es, al mismo tiempo, un musical.
En ME, Don Hertzfeldt opta por cambiar un poco de tercio y, aunque de nuevo innegablemente observador y existencialista, se aleja un poco más del humor que le caracteriza y de cuestiones como la trascendencia o la memoria para entrar de lleno en la grandilocuencia operística, la odisea musical y la oscuridad y en temas como el trauma, la tecnología y el aislamiento de la humanidad en sí misma tallados bajo el paraguas del arte como elemento que debe sentirse sin necesidad ser comprendido. Porque, aunque en su nueva película sigue reflexionando sobre el sentido de nuestra existencia, aquí no se quiere centrar tanto en el sentido de la vida o de la muerte (o en si somos en la medida en que recordamos), ni desde el plano metafísico ni desde el más terrenal. Aquí, en lugar de dejar frases como «you will only get older», «you’ve been dead before» o «now is the envy of all of the dead» para la posteridad —y Tumblr—, ha decidido desarrollar una película sin diálogos y, como en otras ocasiones, dar mucho peso a la música (aquí original), dejando en manos del espectador qué diálogos quiere tener con su obra y el significado de esta. Que sean ellos los que decidan, en la mayoría de los casos, qué están viendo (si bien un servidor cree que siempre ha sido así).
ME es un proyecto pensado, en un principio, como una colaboración con un famoso y respetado grupo musical que se vio truncado por una serie de acusaciones de abuso sexual a uno de los miembros y que llevaron a Don Hertzfeldt a cancelar la primera idea y empezar a desarrollar el proyecto en solitario. Se dice, se comenta, que el grupo era Arcade Fire, ya que, por fechas más o menos cercanas al nacimiento y posterior estreno de la película, publicó el álbum WE (cuyas letras giradas… ejem) y en el formato físico se puede ver, si te fijas bien, tanto un fotograma de World of Tomorrow como un dibujo de un ojo gigante con brazos y piernas que parece obra del director y guionista y que se parece bastante al que aparece en ME. Y, a la vez que todos esos cambios creativos, después de los posibles parones (incluidos quizás los del COVID, que también tuvo lo suyo) y las crisis derivadas de tener medio proyecto pensado (pues el álbum salió a la luz en 2022), puede que incluso ya desarrollado y ya musicalizado con una historia adaptada a las letras del álbum, conocemos, el 30 de noviembre de 2022, el anuncio de la llegada de la inteligencia artificial a nuestras vidas, algo que ha afectado significativamente a los artistas, aunque también a otros gremios. ¿En qué medida ha tenido todo esto peso en el resultado final de ME? Es imposible saberlo (salvo que nos lo cuente el autor), pero la existencia de dicha obra y el hecho de poder haberla visto y pensar en ella ya ha valido la pena.
La sencillez visual de Don Hertzfeldt trasciende, una vez más, una historia que comienza como una autocrítica oscura y vulnerable y evoluciona hacia algo mucho más grande, como una mirada a la capacidad limitada de la humanidad para la belleza y la capacidad ilimitada para el horror que se puede trasladar al momento que vivimos tanto como al que tuvo lugar durante la planificación de ME —COVID, confinamientos, negacionismo, muertos a puñados, la economía, las cabezas y otras consecuencias— o a cualquier otro futuro posible, que incluye la existencia de Planeta prohibido como germen y semilla de ME en su compendio de inquietudes por los secretos del universo, pensamientos sobre viajar por la inmensidad de los océanos siderales y el conocimiento —aunque sea desde el sofá—, los contrastes entre la efímera vida y el infinito de los mundos, etc. Porque la actualidad, el pasado y el futuro son parte del contexto que acompaña al estreno de ME en 2024, que hace algo así como sintetizar el batiburrillo que ha quedado tras la tragedia pandémica, el fascismo creciente y el deterioro tecnológico que sin duda ha caracterizado los últimos años. Basta con pensar en los millones de dólares, euros y todo tipo de monedas prestas a invertir y financiar grandes modelos de lenguaje (conocidos como LLM) que consumen miles y miles de recursos del planeta, además de ayudar a calentarlo más si cabe, o de la urgencia de los ricos por viajar a otros planetas o por ir a ver las ruinas del Titanic hasta implosionar. Basta con pensar, decía, para que uno pueda ver en el conjunto de este cortometraje de 20 minutos hasta una reflexión sobre las repercusiones de los avances tecnológicos que aparecen con la aparente pretensión de mejorar nuestras vidas, que nos permiten mantenernos conectados o hasta hacernos ricos invirtiendo en criptomonedas, blanqueando dinero o usándolas para transacciones que tengan que ver con ilegalidades varias, mientras las graves consecuencias de su utilización se nos vuelven invisibles a la vista o demasiado normalizadas.
Pero vamos, que tiene tanto sentido pensar en esa interpretación como pensar en otra opción, porque cabe la posibilidad de que ME, en su visión distópica del mundo, no pierda vigencia a pesar del paso del tiempo y de los cambios que estos supongan. En primer lugar, porque su montaje críptico y abstracto, que incluye su buena dosis de ciencia ficción, abre las puertas a múltiples interpretaciones, pero también porque parece que en la historia de la humanidad siempre surgirán dilemas éticos derivados de un progreso que pone en riesgo al planeta, desde el que se ha usado para aniquilar millones de personas en guerras o genocidios a otros progresos que han desencadenado en el cambio climático o que constituyen un riesgo para la salud pública y el fin de los recursos existentes en la Tierra (esa Gaia ahora mucho más tecnológica que también terminará por apagarse en un momento dado). Incluso en términos de persecución y consecución de sueños personales del contexto neoliberal actual, que implican un compromiso total sobre ellos, hay margen de interpretación. Es más, incluso en el «no lo entiendo» habrá acierto, porque, en el no entender, a menudo hay una necesidad de analizar aún más una película que, a pesar de no estar entre las más redondas de Don Hertzfeldt, es redonda a su manera y tiene algunos momentos visuales y sonoros que te seguirán durante un tiempo, incluso entre los que piensen que el significado “es demasiado obvio”. En cualquiera de los casos, el propio Hertzfeldt nos da una pista: no se trata de tu teléfono.
Por cierto, tanto It’s Such a Beautiful Day como World of Tomorrow están disponibles, en su totalidad, en Filmin.