Ha llegado tu hora, Ti West, este es tu momento. Es ese pasaje en el que alguien homenajea un cine que ha vivido a posteriori, pero que ha sabido interiorizar para realizar un perfilado altar donde endiosar el terror de antaño sin necesidad de resultar su película una más para el olvido. Ti West, amante del cine de género y de la serie B, alimenta a los fanáticos con una idealizada trilogía que gira en torno al séptimo arte y a Mia Goth, la perfecta anfitriona para cada uno de los pasajes que conforman este triángulo amoroso.
Aunque se puede disfrutar de MaXXXine en solitario, por ser capaz de formular un universo propio e imponente, lo cierto es que todos esos puntos de conexión con sus predecesoras elevan su significado. Si con X el director quiso homenajear al ‹slasher› rural con un azuzado interés por el sexo captado en cámara, con Pearl permitía nacer una ‹psycho-killer› con ínfulas de estrella en Technicholor, y ese plano fijo mirando a cámara de una extasiada Mia que formaba parte de sus créditos finales nos lleva a una Mia rota y entregada de nuevo ante la cámara, ya transformada de Maxine, para permitir que dos mujeres que se vieron las caras en el primer film den paso a una batería referencial de nuestro cine favorito: el terror de los 80.
El ‹slasher› ochentero se encuentra con un magnífico escenario como es Hollywood para desarrollar los altibajos de la ‹final girl› que da título al film. West hace que Maxine pise con fuerza un terreno hostil en su decidida misión de ser una estrella de cine, sin importar lo que interfiera su camino. Empieza así una película que se adapta a ese cine que venera, a base de neones, purpurina y cardados, pero también rojos, maquetas y sangre pastosa, y que no pierde la oportunidad de ensalzar su crítica a ese masivo maltrato a la figura femenina en el mundo del cine —¿tan solo en la época?—.
Maxine es el personaje perfecto para esta película, al límite entre víctima y verdugo, siempre con ese contrapunto que le da a su supervivencia el hecho de ser actriz y la motivación de sobresalir por encima de los demás. Sabe mostrarse vulnerable y enfrentarse a la oscuridad, y lo hace pisoteando un cigarro encima de la estrella de Theda Bara (una de las múltiples referencias cinematográficas que vagan por la película, siempre con un acertado sentido en relación a la escena en la que se producen) o alimentándose del ego del mundo del cine. No se olvida de ninguno de los miedos y éxtasis que marcaron Norteamérica en los 80 como son las drogas, los asesinos nocturnos y el satanismo, para entrelazarse con una ciudad cimentada con cartón-piedra de los decorados y el vicio inherente.
Mágica es esa persecución a través de los decorados fijos de películas icónicas que permite que el pasado y el ‹hype› formen parte de MaXXXine, del mismo modo que hay muertes “giallescas”, guiños ‹gore› y un buen puñado de secundarios con frases imprescindibles que se disfrutan mucho más desde la sorpresa y la ignorancia. Además, una película que guarde un papel y una frase para Larry Fessenden, es un lugar que tienes que visitar sin duda alguna.
MaXXXine se desata y reconstruye a cada momento, sin perder de vista un solo instante sus predecesoras, dejando siempre un espacio para que Maxine recuerde su pasado sin olvidar su objetivo principal. Ser una estrella cuesta aquí, literalmente, sangre, sudor y lágrimas, y nosotras no podemos dejar de celebrarlo. Equilibra de nuevo el cine, el sexo y los excesos religiosos para coincidir con sus antecesoras y aún así consigue llevar adelante una historia completamente novedosa. Si con La casa del diablo Ti West demostró que era capaz de construir un personaje femenino perfecto para enfrentarse al terror clásico sin olvidarse de las sorpresas, con MaXXXine confirma su capacidad de extrapolar su amor al cine sin dejar de lado la oportunidad de hacer brillar su propio nombre. Y Mia Goth es una diosa.