Una visita inesperada, una mansión en medio de la nada custodiada por un joven llamado Rakib —o ‘Kib’, nombre por el que es conocido— y el reencuentro entre dos personajes cuyo vínculo ignoramos. Del primero, en un principio, no se atisban nexos familiares, ni se descifra la relación con el segundo, al que pronto conoceremos como el ‘General’, sólo un respeto que va más allá de la mera cortesía; y de esa figura enigmática, que se mueve con pausa pero con convicción, y cuya templada voz llena los espacios por encima de su propia imagen, trasluce una autoridad que se vislumbra en cada pequeño gesto, en cada paso que da.
Makbul Mubarak nos introduce de ese modo en su debut en el terreno de la ficción, sorteando la evidencia y concretando señales que otorguen un sentido preciso a lo que se nos muestra en pantalla, que pronto devendrán a través de encuentros y diálogos una realidad palpable, dotando de apariencia a ese vínculo inicial resbaladizo, y deslizando un marco donde el poder y su dimensión actúan como eje vertebrador del relato. Todo ello se filtra convenientemente bajo las capas de un periplo, el del mismo ‘General’, que oculta tras esa cercanía y cordialidad —que mostrará frente al padre de ‘Kib’ cuando descubramos qué le sucedió— un manejo inequívoco de cada situación, lejos del temor que suscita entre algunos de los lugareños.
Las formas de control que desarrolla dicho personaje, confluyen poco a poco en el vínculo que entablará con el protagonista, cuyo distante enlace con sus seres más cercanos influirá en ese rol que pretende instaurar el personaje, irguiéndose como una figura que parece haber desaparecido, en todos los ámbitos, para ‘Kib’, la paterna. El cineasta indonesio retrata todo ese proceso minuciosamente, filtrando en primera instancia una cierta desconfianza, para más adelante acometer ese modo de manipular y moldear todo aquello que le rodea, emergiendo como un ente vigilante, que no pierde detalle.
Esa sensación de acecho constante, de dominio que va ligado, cómo no, a todos aquellos intereses vinculados a su posición, pronto traspasa el terreno dramático traduciéndose en un thriller ciertamente angosto, que representa ese control que ejercen las dinámicas de poder, asociadas de un modo u otro a todo aquello que las rodea. Un mando férreo, pero a su vez siempre midiendo, conservando esa templanza y frialdad tan propias del personaje —que apenas llega a levantar la voz en un par de ocasiones, ejerciendo así el poder de unas aptitudes que casi ni se perciben—, que repercutirá del mismo modo en el protagonista, llevándole a ser una suerte de mano ejecutora para, después, experimentar cómo el miedo y la violencia emergen como supervisores de la situación.
Autobiography captura un proceso frente al que no se asemeja un término medio: o combatirlo con sus mismas armas, o permanecer bajo su yugo. Una conclusión que Mubarak plasma en su acto final, pero sin saber exactamente cómo extrapolar las virtudes del conjunto a un clímax que se siente un tanto lánguido, que no encuentra la atmósfera adecuada ni capta una tensión que sí había sabido reflejar anteriormente, ni que fuera percibiendo los estratos de ese control persistente. Esto, más que restar enteros al conjunto, quizá actúa a modo de atenuante, sintiéndose el film como una oportunidad algo desperdiciada, que no por ello deja de ser un tan interesante como sugestivo mosaico sobre cómo el poder maneja contextos y los subvierte como si, al fin y al cabo, en realidad nada estuviera pasando.
Larga vida a la nueva carne.