Héroes ‹queer› en una odisea universal
He comenzado ya desde el mismo subtítulo contraviniendo una da las premisas esenciales de la propuesta cinematográfica que nos ocupa. ¿Pero no es la específica y personal mirada de cada cinéfilo o cinéfila la que va conformando el fondo del relato en las autorías contemporáneas? Pues para mi, aquí hay al menos dos héroes —y si me apuras, dos heroínas más—, aunque enseguida comentaré cual es el punto de partida narrativo del director de Defunct (2019) —en la que, por cierto, ya había mostrado su querencia hacia las heroicidades cotidianas desde el humor negro y tragicómico del que tanto le gusta hacer gala (y que, apunto yo, gobierna la existencia del común de los mortales)—.
En esta ocasión, sobre los amplios planos de las sinuosas rocas de la playa y el mar Mediterráneo de Atenas, que atrapan la luminosidad y la coloración del paisaje, escorzados cuerpos desnudos de hombres jóvenes nos introducen en el espacio ‹queer› de una aventura personal y cotidiana de aplicación universal. Y recogiendo también el ‹leitmotiv› paralelo de la creación cinematográfica que vertebra la vertiente metaficcional del film, se nos muestran sobreimpresionadas «Las reglas de oro de la escritura de guion: 1. Todas las películas tienen tres actos 2. Toda película tiene un héroe 3. Todo héroe tiene un objetivo. 4. Todo héroe cambia para conseguir su objetivo».
En consonancia, procede el director a presentar a sus personajes. Demosthenis (Yorgos Tsiantoulas) es nuestro héroe: treinta y tres años, ex-actor y ahora funcionario público, y Nikitas (Andreas Lampropoulos), el amigo del héroe, veintisiete años, ex-actor y ahora director de cine —huelga señalar que aquí es donde mi perspectiva difiere de la que establece a priori el cineasta griego, con no pocas dosis de retranca y sorna—. El paladín y su fiel escudero están disfrutando del entorno estival entre apostillas y cotilleos sobre sus compañeros de playa, cuando la única bañista en escena llama la atención de los chicos sobre una perrita con un parecido considerable con Carmen. Irremediablemente, los recuerdos intensos de aquel verano que resultó determinante en las vidas de Demos y Nikitas, aflora en forma de escritura compartida de una película.
Es así como la jornada playera se convertirá en una potente analepsis que serpentea entre el presente, el pasado y la fantasía creativa, para contarnos sobre la angustia que sufrió Demos tras la ruptura con Panos (Nikolaos Mihas), su pareja durante los últimos años, por la caída del deseo sexual y la desilusionante desidia del día a día. Entre la nostalgia, el sentimiento de soledad y la duda constante, Demos se sumergirá en ocasionales encuentros sexuales con otros hombres, profundizará en la relación con su madre Kite (Roubini Vasilakopoulou), una de las heroínas que apunté, por medio de la que Mavroeidis introduce el conflicto generacional en torno a la normalización de las opciones vitales homosexuales en la Grecia del siglo XXI.
Pero, ¿y qué pasa con Carmen?, la anunciada acompañante de aquellos días. La preciosa perrita llegará a la vida de Demos a partir de sus múltiples idas y venidas con Panos. Será el vector narrativo que conecte a todos los contendientes, un eje simbólico de la transformación interior de su nuevo cuidador temporal —finalmente definitivo— que inunda la pantalla de humanidad canina, al más puro estilo Aki Kaurismäki, y canaliza un homenaje maravilloso con la celebérrima ópera homónima en la voz de la inconmensurable Maria Callas, sobre la estampa en la piscina de una suerte de “wateriana” Divine en Pink Flamingos, circundada por esculturales nadadores.
Porque desde mi particular sensibilidad, Nikitas, el compañero paciente, entregado a la amistad y al sueño de escribir y dirigir esta película, es en realidad el perfil más inspirador de esta historia, que tan pronto imagina aquella delirante secuencia musical, como rememora con lucidez su infancia y adolescencia en una pequeña isla griega donde era la única persona gay declarada, acompaña a Demos contra viento y marea en el momento más desolador, o descarta la opción dramática porque el potencial productor del proyecto, mil veces nombrado, solo quiere risas y desinhibición festiva —introduce así Mavroeidis una sugerente crítica a las construcciones estereotipadas de los caracteres homosexuales en el mundo del espectáculo—.
Y como despedida, aunque sin desvelar en absoluto como terminan los desvelos amoroso-existenciales en liza, un pasaje final rayano en las formas del western clásico, con estos dos hombres recortados contra el cielo anaranjado del atardecer proclamando esperanzados, «Que se joda Jean-Sebastian (el de las risas). Iremos directamente a Hollywood». Mientras caminan para abandonar la playa, especulan con ironía sobre la participación en los papeles estelares de dos actores de máxima popularidad verdaderamente inalcanzables para una ópera prima independiente griega —y nos arrancan las últimas sonrisas—, discutiendo sobre los mensajes de la película, que nuevamente superpuestos en la pantalla rezan, a modo de conclusión, «1. Hay personas heterosexuales que no lo parecen 2. Toda madre ha sentido vergüenza por su hijo 3. La realidad no siempre es realista 4. El autoconocimiento es un cómodo autoengaño 5. Los bisexuales son reales».
Cierra de esta manera Mavroeidis una conmovedora reflexión de crecimiento personal y autonomía emocional, cargada del humor más saludable, ese que invita reírse de uno mismo, que se adivina sensiblemente autobiográfica, bifurcada en dos hombres corrientes, y que concluye como empezó, entre las imágenes y las palabras, en una película imaginada que es un canto a los afectos. Sobre todo a la amistad.
«El Cine es más hermoso que la vida.»