Oz Perkins va a pasar de ser el hijo de Anthony Perkins a ser el autor de Longlegs, para muchos, sin ningún suceso relevante entre los dos hechos. A lo sumo, anecdótico. Quizá alguien lo recuerde como el director de Gretel y Hansel (2020) o, los acérrimos de Netflix, como el autor y guionista de Soy la bonita criatura que vive en esta casa (2016), película injustamente vilipendiada. Pero hoy vengo a pedir justicia por otra, su debut, y no me da para todo.
Desde que disfruté La enviada del mal en el Festival de Sitges de 2015 con mi amigo David, la hemos defendido como sintecho que vociferan subidos a un banco, primero en nuestro podcast Aguas Turbias y después ya dedicándole un programa propio en Estamos muertos… ¿o qué?.
Me cuesta, y lo digo con toda honestidad, explicar el hecho por el cual la inicialmente llamada February, después The Blackcoat’s Daughter y a día de hoy en España La enviada del mal no sea una pieza de culto tras ya casi una década de hacerle el vacío. Pues yo voy a seguir y si no soy yo el que te haga verla, que sea Longlegs, pero aquí mis argumentos.
Cuenta con la magia de las películas diminutas, del debutante con ideas claras y presupuesto ajustado. Apenas dos o tres escenarios y un puñado de personajes. Las actrices en especial pueden lucirse gracias a que Perkins les dio cancha para que hicieran suyas las escuetas líneas con las que compone su libreto. Quizá de eso es de lo que haya que hablar primero.
Cuando me estrujo los sesos preguntándome por qué, siendo de 2015, esta película no fue aupada al estúpido vagón del ficticio ‹elevated horror› (rondan por esas fechas Babadook, It Follows, La bruja o Hereditary; películas que adoro en mayor o menor medida pero cuyos defensores despiertan mi lado más violento, me sale el «os gustan por las razones equivocadas») pienso que tuvo que ser porque Perkins prefirió pasarse de sutil y no ser obvio. La enviada del mal le pide al espectador que esté mirando la pantalla, poco más. No puedo compartir las acusaciones de película “compleja” o “liosa”, soy el primero que se puede perder en una trama enrevesada. Perkins juega con herramientas de escritor moderno (del siglo pasado, vamos), especialmente en los diálogos: nada se dice de forma directa. El espectador ha de deducirlo y es todo el trabajo que va a tener que hacer. Me invento un ejemplo: en lugar de mostrar a un médico diciéndole a una pareja que uno de los dos tiene un cáncer terminal, veremos a una pareja llorando abrazados en una consulta con unos papeles en la mano, puede que con el médico de fondo. La historia de Perkins retuerce un subgénero habitual del terror (que no voy a mencionar para que el que vaya en blanco, me da igual si alentado por Longlegs o por esta perorata o porque la portada es bonita, la disfrute más aún) codificado hasta el punto de ser aburrido. Es una vuelta de tuerca (¿Es esto ‹american gothic›?) sugerente que podría explicarse en dos líneas, pero Perkins decide coger los tramos de su historia en los que el espectador tenga que intuir qué hay bajo la manta en cada escena. Por eso me sorprenden las acusaciones de “película lenta” o, peor, “aburrida”, cuando, aunque puede llegar a tocar lo atmosférico, La enviada del mal está trabajando todo el rato para que el espectador rellene los huecos entre escenas.
Basta de guión: me encanta lo que propone La enviada del mal a ese nivel y, sobre todo, me parecen maestras las elecciones de Perkins acerca de las partes que mostrará de la historia. En lo técnico, tiene un talento devastador para el plano incómodo, confirmadísimo como “estilo” a partir del año siguiente con Soy la bonita criatura que vive en esta casa (esta sí que tiene mucho de ‹american gothic›). No hay paz nunca en esos planos descompensados, con valores marcianos, pero de nuevo lo bastante sutiles como para que tampoco los pienses demasiado. Perkins es un esteta, pero no es italiano. Sus planos generan intranquilidad (siendo la dirección pausada, eso es cierto) y desasosiego. Esto contrasta con una fotografía cuidadísima, helada, que nos transmite no sólo el frío que pasaron rodándola (-40ºC) sino la desolación emocional por la que pasa el personaje de Kiernan Shipka (la hija de Don Draper en Mad Men). Sufriremos con ella esperando a unos padres que parece que no vayan a llegar nunca a recogerla del internado por las vacaciones de Navidad. El caso es, lo verá en la primera escena el que esté mirando a la pantalla, que sí que vendrán a recogerla.
Hayas leído mis palabras o hayas pasado a las líneas finales en las que el escribidor da su conclusión: ponte la puta película. Es todo lo que te pido.