Es habitual en las películas que transcurren en un verano con adolescentes de por medio que se aproveche la visita a un lugar nuevo y desconocido para desembarazarse de la presión del día a día encontrando así un camino diferente, mucho más ligero y liberador, sin compromiso, que pasará a la zona de recuerdos estivales antes de volver a la anodina normalidad. La nueva película de Catherine Corsini tiene un añadido que complica este ideal, pues sus protagonistas, tres mujeres de diferentes edades como son Khédidja (madre), Jessica y Farah (hijas), vuelven al que una vez fue su hogar, en la costa de Córcega.
Este hecho tiene un impacto muy diferente en las tres, lo que le permite a Corsini tejer tres hilos argumentales a un tiempo, mientras sigue desgranando tanto los conflictos familiares como ese dejarse llevar que implican los veranos. Con una escena previa en la que vemos a las tres marchándose de la isla con prisas sin conocer verdaderamente sus motivaciones, no avanza una intrahistoria amarga que nos mantiene en vilo, a la espera de ver cómo se despliega. Años después, apenas unos instantes en el film, las tres hacen el camino contrario con humor y sin conocer realmente lo que pueden depararles esos días de verano.
Regreso a Córcega está totalmente aferrada a la identidad, en esta ocasión a tres bandas, que deben redescubrir o reconectar sus protagonistas. Mientras Khédidja vuelve por trabajo, dándole la espalda a su verdadero pasado por no querer confirmar sus fracasos a sus hijas, Jessica y Farah están allí para disfrutar de ese lugar en el que nacieron y que realmente desconocen, más allá de alguna historia sobre su padre fallecido. Igualmente ellas se enfrentan a su llegada de una forma distinta, pues Jessica tiene otras aspiraciones en la vida que las que su familia vive, a punto de entrar en una buena universidad, con inquietudes que la distancian de su hermana y su madre y con ganas de saber más de su anterior vida. Por el contrario Farah, con apenas quince años, se aferra a su rebeldía como una máscara protectora, pues es quien desconoce totalmente lo que significa Córcega o a su propio padre, quien parece estar fuera de todo acontecimiento. Mientras encuentran ese trasfondo que las enfrente a su propia realidad, las tres manejan esos días de verano de formas muy distintas. Para ello Corsini se fija en sus propias películas y por tanto en esos temas que ha tratado con anterioridad. Un amor de verano y mujeres descubriendo la sexualidad o Un amor imposible y madres e hijas enfrentándose a las diferencias sociales, no distan tanto de lo que Regreso a Córcega nos ofrece. En cierto modo, mientras Farah va por libre obteniendo su crónica veraniega en la que se enfrenta al racismo, a su primer beso o a una experiencia similar a lo que podría ser tener padre, Jessica parece replicar el relato que llevó a Córcega a su madre veinte años atrás. Es esta réplica de identidades, esas que tan vitales son para la historia, lo que realmente fluye en la película, aunque sea en ocasiones de una forma un tanto forzada. El amor de verano surge entre Jessica y la hija mayor de la familia para la que trabaja Khédidja, de modo que, intuitivamente, nos lleva a pensar en esa relación amorosa que revolucionó la vida de la madre. Para encontrar esos paralelismos, Corsini se ve forzada a utilizar el ‹flashback› y la voz en ‹off› para ser de una vez por todas explícita con sus motivaciones, restándole emotividad y destapando de una vez por todas la intriga mal cosechada que daría para una película propia. Aún así, sabe crear momentos que confirman esa presencia pasajera en un lugar exótico que tan bien marida con el cine de verano, sin perder la oportunidad de fortalecer lazos familiares y romper barreras sociales y culturales sin excesos de emotividad o positividad. Un verano diferente, en femenino, con sus excesos, sus improvisaciones y sus descubrimientos vitales, que solo se puede entender en esta época del año.