Podría parecer difícil, sobre el papel, encajar un film como Bikeriders. La ley del asfalto en la obra de un cineasta como Jeff Nichols. No obstante, si atendemos a la orografía de su cine, recorriendo en no pocas ocasiones esa “otra” América —que ha llegado a modular desde el prisma de una América profunda a la que ha regresado disponiendo ópticas de todo tipo—, el nuevo trabajo del de Arkansas asoma de la forma más consecuente posible en un recorrido que ha visto asomar desde relatos en pequeños pueblecitos sureños en su notable debut, Shotgun Stories, a aventuras que bien podrían rememorar uno de los clásicos de Mark Twain en Mud, pasando incluso por (como la cinta que nos ocupa) historias reales como la de Loving, conformando de este modo un microcosmos que emerge como personal visión acerca de la llamada ‹the land of the free›.
La nueva propuesta de Nichols está basada, como los cartelones del propio inicio indican, en una serie de entrevistas realizadas por el fotógrafo Danny Lyon, que a posteriori dedicaría un libro a dichas vivencias. Esa aclaración sirve al autor de Take Shelter para precisar un dispositivo narrativo que parte de los encuentros de Kathy, esposa de uno de los motoristas que formarían parte de ‘Los Vándalos’ —al que da vida Austin Butler—, y que ensarta una voz en ‹off› desde la que ir dando forma a la crónica, así como para difuminar la cuarta pared en una introducción de los distintos personajes que compondrían esa pandilla en singulares viñetas que confieren una tonalidad distinta al film. Un apunte que sirve a la película para no entrar en mestizajes de género que se podrían haber producido con facilidad o para no cargar más las tintas en un ámbito dramático que alcanza momentos tan significativos como intensos, centrándose de ese modo más en el retrato de una comunidad a la que el cineasta sabe conferir entidad propia.
Y es que si hubiese que destacar una cualidad notoria en su nuevo trabajo, esa sin duda es la forma de reflejar una liturgia que ya desde sus primeros minutos emerge como uno de sus cimientos. El norteamericano reproduce con concisión y atención por el detalle la esencia de un universo ante todo fundado en el caos y la anarquía —aunque Kathy, a la que da vida Jodie Comer, ironiza sobre ese mundo regido por reglas siendo sus integrantes individuos que no obedecían ni reglas ni leyes—, que si bien no capta ese carácter ante la pulcritud de sus razones narrativas —sin llegar a destilar el academicismo que habría aplicado otro tipo de cineastas—, sí tiene a bien plasmar la predilección por esos “ritos” —que al fin y al cabo no son sino escapadas en busca de la celebración de una voluntad inquebrantable, la de vivir sobre sus propios preceptos—, disputas y borracheras a la luz de una hoguera, que otorgan una dimensionalidad única a dicho universo.
Lejos de la labor de recreación y ambientación realizada por Nichols y su equipo, cabe destacar las múltiples piezas que lo perfilan, llamando la atención especialmente la presencia de un inspiradísimo Tom Hardy, que no se ciñe solamente a su trabajada caracterización o al modo en cómo modula su acento, componiendo asimismo la figura de esa suerte de “Padrino” que liderará ‘Los Vándalos’ con aplomo y sobriedad; una magnífica Jodie Comer ejerce de contrapunto buscando abandonar un mundo que parecía poder asumir, y arrojando instantes dramáticos de enorme calado que contrarían el laconismo con que se expresa Benny (Butler); o la breve presencia de Toby Wallace, cuya aparición socavará la existencia de esa pandilla, impulsado por el extraño magnetismo de un actor al que habrá que seguir de cerca.
Con Bikeriders. La ley del asfalto nos encontramos ante una película que trasciende a la mera anécdota, que va más allá del mundano ‹biopic› y que, ante todo, recoge un testimonio que parecía ya demasiado lejano, casi extinto —incluso haciendo referencia a puntales del género como Salvaje de László Benedek o Easy Rider (Buscando mi destino) de Dennis Hooper—, y lo engrandece a través de una mirada comprometida con aquello que cuenta, pero ante todo honesta para con su mismo cine. Y es que puede que la nueva propuesta de Nichols no encaje como es debido en los tiempos que corren —de ello habla que tras apenas unas semanas del estreno, haya llegado ya a territorio VOD en USA—, pero lo cierto es que tanto esa condición litúrgica que recoge como la naturaleza de unos personajes que por sí solos le otorgan una idiosincrasia inherente —basta con atisbar la similitud entre el inicio de la relación entre Benny y Kathy, y su “reencuentro”— son motivos más que suficientes para continuar indagando en la obra de un cineasta junto al que siempre es un placer perderse vez tras otra en “su” América. La América de Jeff Nichols.
Larga vida a la nueva carne.