Creer o no creer. Un hecho o imagen a la que aferrarse, aquello que separa la superchería de lo tangible; y aquello que, dicho sea de paso, otorga los estímulos necesarios a una historia para poder entrar en ella, para poder llegar lo más lejos posible. Matt Vesely se aferra a tal máxima en su debut tras las cámaras para dirigir su mirada a esas conspiraciones alienígenas soterradas que dan inicio con una evidencia (encontrando aquí forma en ese “monolito” al que hace alusión el título, que en el film se percibe como un ladrillo negro) y es difícil conocer si se concretarán en algún momento o hasta donde llegarán. Algo que no es óbice para trenzar un relato potente, sustentado en los testimonios que recoge la periodista autora de un ‹podcast› tras recibir un correo electrónico llamando su atención en torno al misterioso ladrillo; en ese aspecto, el film orbita sobre dos recursos que le confieren empaque y logran tejer una narración magnética, impulsada por un lado alrededor de esas voces que modulan su tono desgranando paulatinamente la historia, así como aportando la inquietud y tensión necesarias a cada instante, y por el otro por las construcciones visuales que Vesely realiza desde esos ‹travellings› que se adentran en los distintos escenarios que irá visitando a través de las voces de los distintos implicados.
Monolith se presenta como una ‹low-fi› que aprovecha sus bazas a la perfección: un montaje conciso que en ningún momento apremia el relato y le concede el espacio necesario para desarrollar sus distintas aristas, una banda sonora que afianza su atmósfera y va dotando de la gradación tonal adecuada a cada pasaje del film, una interpretación medida de Lily Sullivan —más conocida por su rol en Posesión infernal: El despertar— que confiere los matices adecuados a la progresión dramática del personaje, así como los distintos recursos visuales que el cineasta australiano administra con inteligencia —lejos de esas citadas construcciones, la información que irá percibiendo tanto la protagonista, en ese video casero, como el espectador, con esos planos del cielo que revelarán poco a poco una realidad que parecía sólo sujeta a una serie de extrañas casualidades—. Nos encontramos, pues, con una obra que toma todo los medios a su alcance para ir adentrándonos en ese insólito marco donde también confluye la situación personal de esa periodista, adentrándose en unas inquietudes y suspicacias que amplifican, si cabe, ese enrarecido ambiente que se irá fraguando a medida que el film va calando, penetrando bajo la piel y sosteniendo mediante cada episodio su creciente paranoia.
El largometraje de Vesely funciona como una de esas historias que se van propagando casi sin que lo podamos advertir, extendiéndose como una plaga que, sin necesidad de otorgar nuevos estímulos al género, narra con temple y tenacidad aquello que habitualmente hemos percibido desde perspectivas muy distintas, y que el ‹aussie› minimiza en busca de un cine de terror capaz de mutar, de regenerarse e incluso de sorprender dentro de sus más que evidentes limitaciones. Monolith comprende un universo que se expande con coherencia y que posee la habilidad de tener al espectador clavado en su butaca, hallando nuevas soluciones a medida que avanza el metraje y, lo más importante de todo, construyendo una conclusión que no sólo presenta una cohesión total con lo mostrado hasta entonces, sino además demuestra respeto por el espectador así como termina de hacer confluir una mixtura genérica de lo más idónea donde palpar el desasosiego y la inquietud se antoja fundamental.
Larga vida a la nueva carne.