Aunque la propuesta de Descansa en paz (Håndtering av udøde) pueda parecer original, su planteamiento nos invita a pensar de inmediato en La resurrección de los muertos (Les revenants), film francés de 2004, que planteaba, a priori, una hipótesis similar. Sin embargo, una vez entramos en el filme que nos ocupa, nos encontramos ante algo absolutamente diferente. Donde Campillo buscaba una crítica social mediante una puesta en escena en la que primaba la asepsia quirúrgica y hasta cierto punto desprovista de sentimientos aquí encontramos una radiografía del dolor, del caos emocional en un ambiente oscuro, desangelado y tétrico que pone más de relieve, si cabe, el factor humano como elemento central e indispensable.
Y es que sí, esta es una película de zombis, pero hasta que estos hacen acto de aparición, los auténticos muertos vivientes son los vivos. Tres casos de dolor y pérdida que convierten a sus protagonistas en cáscaras vacías, desprovistas de emoción. La resurrección de sus seres queridos son, paradójicamente los que dotan de sentido otra vez a estas vidas vacías. Un planteamiento interesante, no excesivamente sutil si se quiere, pero que funciona, sobre todo, por la distancia emocional que toma Thea Hvistendahl en su dirección.
No se puede negar que su desarrollo minimalista, parco y oscuro puede poner a prueba la paciencia del espectador. Su ritmo moroso, sus silencios y su aire de vacío existencial a veces da más la sensación de artificiosidad autoral que de un verdadero propósito cinematográfico de género. Pero lo realmente relevante es que dicho ritmo actúa en modo de gota malaya, calando poco a poco hasta su revelación final, volteando el drama hacia los códigos genéricos más habituales del terror zombi sin abandonar su tono. No cabe esperar pues grandes despliegues de gore ni de ultra violencia, sino más bien una consecución lógica a la cadena de sucesos narrados.
Al final, los zombis parecen ser la respuesta a las preguntas que flotan constantemente en el metraje. ¿Qué nos hace estar realmente vivos? ¿Es lo físico lo que nos hace realmente querer a alguien o es su recuerdo? Puede que la conclusión e incluso los interrogantes no sean especialmente originales o, como mínimo, tan complejos como se pretende, pero hay algo en la manera de contarlo que funciona, que nos pone ante un espejo y obliga a resolver la duda.
Eso sin duda es lo mejor de Descansa en paz; el generar reflexión a posteriori, el ser un film de reposo al que se vuelve una vez finalizado no tanto para analizarlo desde una perspectiva técnica sino para asumir todo aquello que ha removido más allá del aparente bostezo formal que despliega. Una película que habla de muertos y no vivos poniéndole todo aquello que justamente nos hace humanos: cerebro, corazón y espíritu (o alma sí así se quiere) resultando inesperadamente conmovedora o como mínimo agitadora de emociones.
Quizás no es la película de zombis que todo fan de género espera, desde luego, pero sí un dramático ejercicio de descenso a los infiernos de la pérdida de emoción y esperanza y la resurrección de esta por vías inesperadas y terroríficas.