Agnieszka Holland, directora polaca de renombre con una amplia filmografía, se consagra con Green Border, película ganadora del premio del jurado en el Festival de Venecia y de la Espiga de Oro en la SEMINCI.
Green Border se sitúa en la frontera verde que delimita Bielorrusia y Polonia. Los refugiados de Oriente Medio y África se ven atrapados por el dictador bielorruso Aleksandr Lukashenko. La narrativa se centra en las difíciles condiciones y las duras realidades enfrentadas por estos refugiados mientras intentan cruzar la frontera hacia Europa. La película destaca las estrategias opresivas y manipuladoras de Lukashenko, quien utiliza a los refugiados como peones en un juego político, exacerbando su sufrimiento y desesperación. En un esfuerzo por desafiar a Europa, se atrae a los refugiados a la frontera mediante propaganda que promete un acceso sencillo a la UE. En este conflicto silencioso se entrelazan las vidas de Julia, una joven activista que ha dejado atrás su vida confortable, Jan, un joven guardia fronterizo, y una familia siria.
La película es ruda, cruda y sin tapujos, y este es precisamente el propósito de Holland. Su intención es jugar con el exceso y llevarlo al límite, de manera similar a lo que hacen los libros de Kafka. En esta película se percibe una resonancia de la obra del escritor checo que permea toda la narrativa.
Holland utiliza un enfoque implacable y sin concesiones para contar su historia, creando una atmósfera de opresión y absurdidad que recuerda al alma oscura de los escritos de Kafka, Conrad y Poe. La desesperación y la alienación de los personajes, así como la presencia de situaciones surrealistas y burocráticas, refuerzan esta conexión con el universo kafkiano. La película no solo se adentra en la oscuridad y la brutalidad, sino que también desafía al espectador a confrontar estas realidades sin filtros, llevando la experiencia cinematográfica a un nuevo nivel de intensidad y reflexión.
La directora logra que cada escena esté impregnada de una tensión palpable, mostrando la crudeza de la crisis migratoria y la deshumanización de los refugiados. Las actuaciones poderosas de los actores, junto con la dirección magistral de Holland, convierten Green Border en una obra cinematográfica que no solo incomoda, sino que también educa y provoca una profunda introspección sobre la humanidad y la política global. La película es un testimonio del poder del cine para reflejar y criticar las injusticias del mundo real, dejando una marca indeleble en quienes la ven.
Una temática crucial en medio de una crisis humanitaria europea que sigue empeorando, con las próximas elecciones europeas como la última prueba visible. Frente al miedo y el surgimiento de nuevos totalitarismos, el arte emerge como un acto de resistencia fundamental, un altavoz imprescindible de la injusticia y un faro de esperanza para aquellos que sufren en silencio.