Bill Plympton es uno de esos cineastas capaces de trasladar su estilo a un terreno o género concretos con una habilidad inusitada, amoldando cada pequeño matiz o recoveco al delirio incontrolado de un universo personal e intransferible. Algo ya constatable desde su reivindicable debut con la vívida y musical The Tune, y extrapolable a títulos como aquel lienzo sobre la negrura que destila la condición humana en un film que bordeaba el fantástico, la fabulosa Idiots & Angels, o sus incursiones en la serie B más gamberra y arrebatada con títulos de la importancia de Me casé con un extraño o Alienígenas mutantes (Mutant Aliens).
Slide, su nuevo trabajo, hace extensible dicha autoría trasladándose a un campo hasta ahora inédito para Bill Plympton —si bien lo había abordado en menudas piezas enmarcadas en el cortometraje como Drunker Than a Skunk o Draw, además de en algún segmento de sus largometrajes— como el del western, que encuentra en la mente del creativo cineasta un nuevo escenario en el que desarrollar esa locura e implementar un carácter propio a todos esos elementos que han ido conformando y moldeando el género durante años.
La introducción del personaje central en una secuencia donde el cineasta independiente comienza ya a desplegar su imaginería dotando de una identidad propia al film a través del género —en este caso, desde la aridez e inclemencia de los escenarios, reflejada en la sequedad de su boca, y de elementos tan comunes como esas sogas o buitres que se cruzan en su camino—, es una buena muestra sobre cómo Plympton es capaz de asimilar y sublimar desde un estilo único el terreno que pisa.
Slide, sin embargo, hace gala de una animación un tanto más primitiva y destemplada de lo habitual, recogiendo mediante un trazo mucho más desaliñado y basto la naturaleza árida del ‹far west›. Y es que, como comentaba, el autor de (la siempre reivindicable) Hair High posee una habilidad inaudita para dotar de una personalidad propia a los distintos escenarios en que se suele mover, reformulando una manera de entender el cine de animación, empleando la perspectiva y redimensionando un imaginario que no deja de expandirse, captando las constantes de cada marco en el que se mueve y confiriendo su particular sentido del humor a cada uno de los momentos que Plympton dibuja en el periplo de su héroe.
No hay duda, pues, que nos encontramos ante una propuesta que condensa la esencia de su autor, pero a su vez la traslada al territorio donde se maneja. No faltan, en ese sentido, segmentos donde se persona el más puro musical, situaciones cómicas desde las que trazar esa caricatura tan habitual en su obra —véase la construcción del villano, o escenas muy específicas como la de esa lista de mercenarios— y una mixtura genérica que se contrae y se propaga, pero que no admite límites.
Electrizante, vertical, imaginativa —a destacar esa secuencia en la que el escenario muta como si de una obra de Escher se tratara—, divertida e inabarcable, Slide nos abre (de nuevo) las puertas a un microcosmos en el que sólo cabe dejarse llevar… y disfrutar. Algo que bien se pudiera antojar recurrente ante el cine de Bill Plympton, y que las veces parecemos haber normalizado, pero que no hace sino conferir más valor al ideario e inventiva de un cineasta para el que no existen fronteras… y que así siga durante muchos años.
Larga vida a la nueva carne.