Muy a menudo somos víctimas potenciales de ditirambos públicos que, bajo el epígrafe del sentido común ejercen una influencia perniciosa en cuestiones como la memoria, el comportamiento o las opiniones que deben ser las “correctas”. Frases construidas desde una aparente sencillez y neutralidad que abogan por la destrucción de la implicación ideológica en pos de una paz que no es tal. Así, sentencias como “hay que separar política de deporte” o “el cine español solo sabe hablar de la Guerra civil” actúan como una fina lluvia, que va calando hasta hacer desaparecer todo tipo de posicionamiento.
¿El propósito? Aquello tan orwelliano de controlar el presente para controlar el pasado y ya de paso controlar el futuro. La primera mirada seguramente sería el tipo de producto sujeto a esta clase de críticas, porque justamente pone sobre la palestra dos cosas muy molestas. Por un lado los años de hierro del franquismo con su miseria, su aislamiento y su pobreza económica, física y espiritual y, por otro, cómo la aparición de la primera escuela de cine del país supuso no solo plataforma para el lanzamiento de grandes talentos artísticos, sino también un foco de resistencia y atrevimiento.
Lo que el documental de Luís E. Parés busca precisamente es no solo hacer una breve historia de la institución, tampoco rescatarla del olvido colectivo, sino más bien una reivindicación acerca de cómo el arte puede y debe ser transformador. No se trata únicamente de formar y crear a grandes cineastas sino de ver cómo la mirada cinematográfica puede ser decisiva y transformadora en cuanto a poner de relieve las condiciones de un mundo oscuro donde la opacidad era la norma.
En este sentido resulta un buen ejercicio poner en paralelo la evolución del régimen con el de la propia escuela. Desde la precariedad máxima hasta los pequeños avances que se van produciendo. De esta manera se produce un juego de espejos donde la pobreza se refleja a través de la pobreza misma y cuando todo parece avanzar socialmente la cámara constata la operación de maquillaje del franquismo. Y todo a través del ingenio: primero por la falta de medios, después buscando recovecos tanto metafóricos como estilísticos para sortear la censura sin obviar a a aquellos que ejercían directamente de maquis de la cámara.
Quizás en el debe del film se encuentra una cierta tendencia a subrayar no tanto los logros y los combates como a las personas que las ejercieron. Y sí, está bien no dejar que ciertos nombres caigan en el olvido, pero por momentos uno tiene un poco la sensación de estar viendo (escuchando) una lista de “reyes godos” de la cinematografía más que un análisis pormenorizado de la institución.
Aun así, La primera mirada, siendo un film modesto, no rehúye su compromiso con el embate ideológico. Algo que en estos tiempos donde el olvido interesado ha hecho avanzar posiciones reaccionarias resulta modélico y necesario. Puede que al final esto no sea más que un film de nicho para gente que ya esta comprometida con la historia y la memoria, pero aún así no está de más que se recuerde qué paso y cómo algo tan denostado y banalizado como la creación artística puede ser tan poderosa como arma de transformación.