Es solo una divertida casualidad, pero hace unos días vi Recuerda, la película de Hitchcock marcada por ser, tal vez, uno de los más descarados monumentos a la —por entonces— prestigiosa e irrefutable ciencia psicoanalítica. Todo un clásico a pesar de, pero su entusiasmo por una práctica hoy en día cuanto menos controvertida requiere su funcionamiento en un plano de completa abstracción para no resultar irrisorio. Viene esto al caso porque aquella fue realizada en 1945, pero fue entrando la década pasada cuando David Cronenberg sorprendió con un ‹biopic› centrado en la implantación metodológica del psicoanálisis, narrado en claves psicoanalíticas, sobre Carl Jung, sus disputas teóricas con Sigmund Freud y su relación extramatrimonial con la a la postre también prestigiosa psiquiatra Sabina Spielrein.
Basada en hechos reales, pero adaptados al gusto de las obsesiones sobre sexo y psique que quiere plantear Cronenberg, Un método peligroso aborda con una fascinación tan sincera como anacrónica el erotismo desde el trasfondo y perspectiva del psicoanálisis. Las constantes discusiones sobre pulsiones y deseos son explicadas y abordadas por sus personajes estrictamente desde las doctrinas freudianas, dando lugar no solo a la unión inseparable de ambos mundos en su experiencia subjetiva, sino también en el punto de vista que termina adoptando la cinta. Es a su modo una perfecta continuidad temática con las obsesiones del director y su intención de explorar las raíces del sexo y del deseo, pero llama sin duda la atención que elija hacerlo desde la que es, al fin y al cabo, una doctrina cuyo rigor científico ya se considera muy en entredicho en la actualidad y que se acerca más, por tanto, al terreno de lo esotérico, en particular considerando la perspectiva fundacional de la misma que refleja la cinta. Una de las razones por las que me cuesta dirimir cuánto me ha gustado realmente esta película es la decisión sobre si, y en qué medida, esto que menciono es un punto en contra, a favor o simplemente una condición de partida a asumir por un bien mayor.
Otra de esas razones se encuentra en la puesta en escena, que parece completamente alejada de las tendencias del autor en obras anteriores. De uno de los principales exponentes del ‹body horror› y la imaginería visual agresiva en secuencias de apariencia frecuentemente tosca, uno no se espera semejante ejercicio de asepsia y corrección, normal por otro lado en tantos y tantos ‹biopics› de época, pero que muestran a un Cronenberg que parece permanentemente contenido aquí y que solo deja salir su lado más desatado en muy breves momentos. No como si estuviese renunciando a su estilo, sino como si quisiese encapsularlo y filtrar al exterior solamente su lado más “cerebral”, más académico y formal. Como en lo mencionado anteriormente, esto no refleja una cualidad inherentemente positiva o negativa, pero sí se convierte en un desafío añadido en el momento de enfrentarla.
Y por estos apuntes, Un método peligroso me resulta una incógnita fascinante. Es una película que definitivamente me gusta, que está, en sus elementos, sin duda bien realizada. La prueba de ello más fehaciente son las interpretaciones, de las que destaco la réplica impecable que se dan Michael Fassbender y Keira Knightley, la racionalidad y la impulsividad aparentes que terminan por parecerse mucho la una a la otra, y que aportan un lado emocional que llega a su punto culminante en una escena final magnífica. También me interesa mucho la exploración intelectual que propone su narrativa, tanto desde el puro aspecto de las disputas metodológicas de un período histórico muy interesante como desde la misma necesidad de comprender qué hay detrás de ese deseo irrefrenable que navega las decisiones vitales de sus protagonistas. Pero esto último implica asumir las premisas de un debate que no estoy seguro de si resulta sensato aceptar, en una época en la que ya no tiene sentido abordar el psicoanálisis como el medio principal para entender lo que nos intriga de las pasiones humanas y lo que dice de nosotros; y al contrario que en otras obras del autor, aquí no tengo el distractor de una identidad visual desatada para eludir esta discusión interna con los términos del filme. Está destinada a permanecer, dando vueltas en mi cabeza, lo cual podría considerarse, de una manera ciertamente inesperada, como una muestra del talento de su director para crear un cine que se queda fijado; no sé si de la manera más adecuada o edificante, o si esto puede considerarse un signo de su calidad y valor como obra, pero parece que este frío y aséptico ‹biopic› conserva intacta su habilidad para retorcer los sesos del espectador.