La emisión en directo de un ‹streaming› del que el cineasta esloveno Janez Burger no nos descubre sus imágenes, sólo un audio acompañado por una pantalla en negro desde el que sugerir aquello que están viendo sus casuales espectadores, da paso a un cartel que refleja la naturaleza del film con ese «basado en hechos reales», y que no es ni mucho menos baladí por la apuesta formal que realiza el cineasta, dando pie a una colección de planos fijos donde el público deviene una mera presencia “voyeurística” —un hecho que se refuerza en parte por cómo escinde las estampas el director, colocando la cámara en lugares que son ajenos a cada personaje en ese preciso instante, y generando un efecto de observación (como su propio título indica) constante que se refuerza asimismo en otros aspectos—: algo así como un espejo del trágico suceso del que han sido testimonios algunos de sus personajes, pero trasladado al otro lado de la pantalla. O, dicho de otro modo, Burger nos transforma en parte del mecanismo mediante una mirada que obtiene en la constitución del plano su herramienta central, aplicando de esa manera una esencia “hanekiana” que, en parte, también se desplaza a su eje discursivo, aunque en el caso de Observing planteando abiertamente serias dudas y dilemas acerca de hasta dónde llega o puede llegar la complicidad del observador que se siente a buen resguardo y decide no interceder sea cuál sea el motivo.
Las pantallas que seccionan en ocasiones la imagen, la omnipresencia de las redes sociales —que además adquirirán un papel de lo más relevante en el foco de la trama— y el caudal constante de información toman así una magnitud ineludible en Observing, hilvanando tanto una reflexión que propone cuestiones de lo más interesantes, como buscando hacer emerger un cine de género que quizá no queda predispuesto con la misma efectividad al emplear recursos que sirven para controvertir la realidad pero, por otro lado, no otorgan el suficiente empaque a ese componente psicológico que arma tímidamente Burger. Sí sirve, por otro lado, el realizador, una crítica en la que no hay medias tintas, y que no se queda sólo en la pasividad de una sociedad aletargada por la propia distancia que admiten todas estas nuevas tecnologías, ahondando también en inconvenientes de ámbito más social como lo parece un sistema sanitario al borde del colapso —algo que se puede llegar a sustraer de determinados diálogos aislados— o una rebelión —en este sentido, por parte de trabajadores públicos, con ese problema de insalubridad— que alterará incluso la rutina de la joven protagonista.
Observing articula un ejercicio cuyas dos vertientes centrales no encuentran la convergencia adecuada, si bien cabe destacar la personalidad con que su autor aborda una pieza que, ante todo, posee los impulsos adecuados, sabiéndolos desarrollar a lo largo de un metraje que quizá cede en exceso al hecho de querer armar un relato complementado por esos desvíos genéricos que nunca terminan de poseer la fuerza necesaria. Tampoco funciona del mejor modo, por otro lado, esa conclusión donde Burger se despoja de los preceptos sobre los que sustentaba la obra, enhebrando un último plano que transgrede su tono y además reitera de modo facilón en todo aquello que el cineasta había deslizado durante el resto del metraje, quedando la búsqueda de un posible impacto a raíz del truco generado en una reiteración que simplemente anula cualquier efecto deseado. Con ello, Observing no termina de cristalizar las sensaciones que el film logra recoger en más de un momento, pero cabe reconocer que sus aciertos formales y la mirada del esloveno lo dotan de un revestimiento suficientemente sugerente como para entablar un diálogo que se antoja más urgente que nunca.
Larga vida a la nueva carne.