Carmen y Juliette, dos niñas que pasan una tarde aburrida en casa de Agnès, una amiga de su madre que resulta ser una escritora de cuentos infantiles, terminan por una circunstancia inesperada en el Reino de los vientos, el escenario de los cuentos de Agnès, un país mágico sobre el que se cierne la amenaza constante de unas tormentas, las cuales al parecer son invocadas por Sirocco, un mago inabordable y desencantado con el mundo. Este es el punto de partida del segundo largometraje como realizador del reputado animador y guionista francés Benoît Chieux, y el primero en solitario. Chieux dirige esta obra y firma el guion junto a Alain Gagnol, otra de las figuras importantes de la animación francesa contemporánea.
Sirocco y el reino de los vientos, en principio, no reinventa la rueda. Se trata de un cuento con moraleja sobre el poder de la imaginación motivada por el fomento del hábito de la lectura, que lleva a sus protagonistas a un mundo en el que pueden ser heroínas y, de algún modo, salvarlo tras vivir una fabulosa aventura. En este sentido, la película parece caminar bastante sobre seguro, confiando en su carisma natural al presentar ese mundo y sus interacciones para ofrecer una narrativa infantil sólida y entretenida. Y esto es lo que diría aproximadamente hacia su primera mitad, pero conforme avanza la cinta su riqueza expresiva aumenta exponencialmente.
Debo añadir que con esa primera mitad tengo unas pocas reticencias y, de hecho, agradezco en gran medida que el conflicto inmediato que propone, con esa amenaza de boda que se cierne sobre la pobre Carmen, llegue a término y se pase a otra cosa rápidamente; porque, además de sentirse un poco extraña esta parte —Carmen debe tener, ¿cuánto, 8 o 10 años?—, la obra despega definitivamente aquí y se convierte en algo maravilloso. Es en esa segunda parte cuando se da énfasis al personaje de Selma y a su misteriosa relación con Sirocco, así como el efecto que esto tiene en Carmen y Juliette; particularmente esta última, quien interpreta los hechos del cuento a su manera y conecta de manera inesperada con ambos. La historia adquiere aquí un tono más solemne, con una gravedad dramática sorprendente, y este cambio de ritmo no solamente enriquece la experiencia narrativa a un punto que la película no parecía plantearse hasta ese momento, sino que pone de manifiesto las hermosas cualidades que ya tenía, pero que la urgencia del peligro planteado en primera instancia no permitía apreciar del todo.
Porque Sirocco y el reino de los vientos contiene una imaginación en su elaboración de todo un mundo mágico absolutamente fascinante. La manera en la que lo hace funcionar, que da sentido a todos sus elementos y que elabora todo un trasfondo complejo en su breve metraje solo compite en espectacularidad con su recreación visual y sonora del mismo, de una enorme belleza. Los personajes de Selma y Sirocco son ambos maravillosos en sus imaginativos diseños y en su fondo trágico, creando ellos en sí mismos un cuento extraordinariamente narrado del que Carmen y Juliette son partícipes dentro del mismo cuento. Pero estas cualidades tan notables están además acompañadas de un ritmo tan elegante, una cadencia que sabe dar peso a todo lo que muestra y que logra, aunque la película dure poco menos de 80 minutos, encapsular su complejidad narrativa y emocional sin perder ni un ápice de ese énfasis. Está contada de manera extraordinaria y, lo que es más importante, transmite una naturalidad y una sensibilidad que no se encuentran precisamente presentes en todas las obras del estilo y que la elevan de categoría, asegurándole una capacidad para trascender que le permite mirar de frente a los referentes más prestigiosos del medio.
Alzándose por encima de una primera mitad buena y divertida pero no del todo pulida y en absoluto memorable, Sirocco y el reino de los vientos confirma, por si a estas alturas era todavía necesario, la salud envidiable de la animación francesa y su habilidad, no solamente para contener historias de muy variado nivel temático y estilístico, sino, y en particular con esta cinta, de transmitir la sensación de estar viendo algo plenamente orgánico, lleno de fluidez y desparpajo, capaz de evocar el asombro infantil con una facilidad que deja boquiabierto y de transportar al espectador adulto al mismo asombro, a través de su cuidada recreación audiovisual y del ritmo cautivador que imprime a sus imágenes.