Nos adentramos en el ‹body horror› para disfrutar un domingo más de sesión doble. Los ochenta toman forma en dos películas suculentas: Con la bestia dentro del director Philippe Mora, realizada en 1982 y Granja maldita de David Keith (1987), germen de la celebrada Color Out of Space.
Con la bestia dentro (Philippe Mora)
Cómo decir que el terror no es ilustrativo y educativo en más de una ocasión. Con la película que hoy nos ocupa, no recibimos únicamente una clase magistral sobre mantener la tensión para llevarnos a una sorprendente idea donde implementar el ‹body horror› con sutileza y a la vez total explicitud, también hemos aprendido sobre bichos y el resurgir de las cigarras a la superficie de la tierra cada 17 años.
El director Philippe Mora, nacido en Francia pero con un desarrollo plenamente ‹aussie›, dejaba atrás sus raíces para presentarse en Estados Unidos con una singular película. Con la bestia dentro (The Beast Within, 1982) se convertía así en su primer acercamiento al género, y una peculiar propuesta que nace de los apuntes de la novela homónima Edward Levy, que poco tiene que ver con el resultado, más allá de la idea y el título, gracias a la imaginería de su guionista, un Tom Holland que años después dirigiría películas como Noche de miedo o Muñeco diablólico.
El 17 se convierte en número clave al comenzar la historia con una violación en una muy oscura noche con el protagonismo de un monstruo y una bella recién casada. Esa oscuridad nos lleva a saltar diecisiete años para encontrarnos con la problemática del hijo de esa misma mujer, al borde de la muerte ante una enfermedad sin sentido. Seguimos a partir de entonces los pasos de unos padres que quieren saber más de ese monstruo que les atacó en su noche de bodas y un adolescente que va mutando y comportándose sin control. Suficientes alicientes para que, en un pequeño pueblo lleno de secretos, se desplieguen misterios y ataques sangrientos. La película está rodada con inteligencia, y la tensión se va midiendo lentamente gracias a ligeros desenfoques de cámara que nos alertan de la extrañeza de los sucesos. Sumidos en un film de suspense, no tardamos en encontrar destellos de terror a través de los asesinatos que tiñen una venganza en manos de otros, y lo que podría ser una historia de posesiones o control mental desembarca locamente en un ‹body horror› muy bien hilado, aderezado con el canto de los grillos.
La película va de lo incitante, con la escena de un primer asesinato donde se juega con la idea del terror visceral al estar la víctima manipulando grotescamente un trozo de carne antes y durante el ataque, a lo literal, cuando el joven centro de atención muta en una escena tan espectacular como horripilante, donde los efectos especiales son manejados con maestría para simular una bestia propia del universo “lovecraftiano” (aunque el ideario sea más propio de Kafka y sus insectos).
Los 80 toman fuerza en los obsesivos desnudos femeninos y esas manufacturadas máscaras que sirven de exquisita potenciación de las deformidades humanas (por muy perfecto que quede el digital, siempre es de aplaudir el ingenio para evolucionar deformidades a base de prótesis). Resulta curioso que aparezca un ayudante del ‹sheriff› negro y que ni siquiera resulte herido, cargándose algunas de las reglas no escritas del ‹slasher›, con el que también coquetea Con la bestia dentro por momentos. Inspirada y llena de tretas, la película merece toda nuestra atención, con un giro final desproporcionado y fácil de aplaudir, llevando la venganza al universo de los monstruos con total soberbia.
Escrito por Cristina Ejarque
Granja maldita (David Keith)
Cuando pensamos en un subgénero como el ‹body horror› una de las primeras cosas que se nos viene a la mente es gran parte de la filmografía de David Cronenberg. La nueva carne o como el cuerpo puede convertirse en algo nuevo, a veces como transmutación física del propio enemigo interior, a veces como resultado de una mutación que da respuesta a cambios sociales o tecnológicos, pero sobre todo no como a un proceso de deshumanización ‹per se› sino más bien a un proceso de cambio y evolución donde lo que significa ser humano no responde tanto a una pérdida sino más bien a una resignificación del concepto.
Granja maldita (o The Curse en su original) responde a otro tipo de paradigma. Basada libremente en The Color Out of Space de H.P. Lovecraft, la película está más cerca de una suerte de invasión alienígena que del concepto del horror corporal. Y es que aquí el cambio proveniente del espacio exterior sí afecta literalmente al cuerpo pero más como una enfermedad degenerativa que atañe no solo a lo corpóreo, también a lo mental. En este sentido no hay una metáfora sobre lo humano sino que se limita a mostrar de una forma un tanto subrepticia cómo afecta un elemento que casi podríamos calificar como patógeno, los comportamientos y las psiques.
A diferencia de la versión posterior de Richard Stanley donde sí que el horror cósmico se vinculaba con un cambio global ecológico trufado de imágenes casi alucinatorias, aquí el film de David Keith parece plantear más bien una guerra de exterminio. Ya no se trata de hacer un proceso de terraformación, cambiando a los habitantes y ecosistemas terráqueos en un algo habitable para “eso” que viene del espacio, no. Aquí se trata de una aniquilación total. Los aliens, o lo que sea que llega del exterior, no tienen ningún interés en experimentar o cambiar nada sino directamente actuar como un virus incurable.
Lo que Granja maldita explora es, en cualquier caso, ciertos comportamientos humanos enquistados socialmente, como el fanatismo religioso o la depredación especuladora de terreno, es decir, cómo el germen de la extinción está ya en el propio ser humano y de cómo esta intromisión externa no es más que un disparador que pone de relieve las limitaciones y egoísmo de una humanidad que se estaba perdiendo ya sin necesidad de acción externa. De esta manera sí se podría leer el film y las mutaciones que sufren sus protagonistas como una metáfora sobre la fealdad interior que surge a la superficie aunque, eso sí, de forma muy superficial ya que, a la postre, se puede leer como una denuncia contra el capitalismo y sus mecanismos adyacentes o bien como una propuesta de tintes reaccionarios sobre una vuelta a unos hábitos sociales más “puros”.
Al fin y al cabo no estamos hablando de un film especialmente inteligente que propone subtextos jugando con la ambigüedad, sino más bien un clásico producto de serie B ochentera con muchas limitaciones que juega en la liga de una explotación del terror en códigos entretenidos, cariñosos incluso, pero que maneja muy limitadamente el trasfondo y su plasmación visual. Un película, en definitiva, que es puro disfrute de videoclub pero que no consigue trasladar correctamente todo el material que se intuye detrás.
Escrito por Álex P. Lascort