La distancia que Miguel Faus, adaptando el cortometraje homónimo que él mismo se encargara de dirigir cuatro años atrás, dibuja en Calladita, no se sostiene tanto apelando a la (manifiesta) distancia de clases que existe entre la protagonista, una empleada doméstica, y sus jefes, una familia acaudalada que posee una segunda residencia cerca de la costa catalana, sino también en un elemento físico como lo son esas cristaleras y ventanas que ofrecen una separación a Ana frente a sus empleadores. De hecho, que una de dichas ventanas, la que separa la cocina donde la protagonista prepara los manjares que irá sirviendo a lo largo del día de la mesa en el patio donde se sientan a comer ellos, sea manejada mediante un mando a distancia por el padre de familia, sucumbe a una idea de sumisión que se va perfilando cada vez que Ana contempla a través de esos cristales un estilo de vida casi ficticio mientras los limpia.
Calladita plantea de este modo los espacios más que como un modo de control, como una forma de remarcar diferencias que si bien los dueños del caserón intentan limar con palabras vacías —aunque tampoco dudan en degradar verbalmente a su empleada—, realizando invitaciones y promesas que se sienten igual de huecas que el lenguaje que las articula, se van filtrando bajo una superficie donde el constante examen surge más como una amenaza que como una medida para recompensar los esfuerzos realizados. No obstante, Faus no realiza un retrato condicionado o coartado bajo una mirada que hubiese resultado obvia, incluso podría decirse que sesgada, dotando a sus personajes, quizá no de una cercanía, pero sí de una dimensionalidad que huye de simplificaciones torticeras, y ante todo comprende el terreno que pisa desde un prisma con capacidad para alejarse del blanco y del negro.
No se esfuerza, por tanto, el cineasta en reproducir un clima opresivo que, pudiéndose reflejar en más de una secuencia, en ningún momento predomina. Cierto, el periplo de Ana se mueve en un ambiente restrictivo ante compromisos que irá descubriendo de difícil cumplimiento —un hecho el patriarca asumirá durante una distendida secuencia cerca de la costa—, pero asimismo descubre recovecos en los que aislarse o huir de dicha situación, proponiendo una perspectiva que se aleja del componente psicológico que pudiera sostener el film; un componente consolidado en parte desde la concepción del personaje de Ana, pero más en un plano casi de pugna en ocasiones, de aspereza ante determinadas actitudes que rubrican los distintos estatus del film, que incluso ella buscará subvertir ante la oportunidad de asimilar conductas inasequibles en otro contexto.
Y es precisamente en ese gesto donde Faus otorga una magnitud distinta a Calladita, que pudiendo vulnerar ciertos aspectos de su guión, decide sin embargo dotar de un sentido más figurativo a esa resistencia y desobediencia que decide sostener Ana. Una apuesta desde la que bordear algo más que una parcela dramática, inmiscuyéndose así en un cine de género que queda impreso sobre todo en las formas del debutante —tanto en el uso ocasional de esa banda sonora como en el acompañamiento esos ralentíes finales que revelan una querencia por el thriller oriental que nunca se llega a concretar, más allá de las relaciones un tanto triviales que se han trazado con el Parásitos de Bong Joon-ho—, aunque sin terminar de tomar una vía concluyente, hecho que se deduce de una conclusión carente de la energía que se siente hubiese requerido un ejercicio como el que nos ocupa, en especial por su tendencia a tomar decisiones comprometedoras.
Si ello quizá termina deslizando un efecto agridulce sobre el conjunto donde, como en las promesas que se le realizan a Ana, resalta una sensación de indeterminación, cabe destacar también por otro lado la virtud de su autor por saber retratar con mordacidad y cierta ferocidad los recovecos de un universo que Paula Grimaldo, con fuerza, contrapone en una interpretación repleta de matices: al fin y al cabo, el personaje de Ana no es sino otra de tantas personas buscando encauzar un futuro en tierra ajena con la inestabilidad que ello puede llegar a suponer, pero al mismo tiempo lo hace desde una obstinación que le lleva a no doblegarse bajo ninguna circunstancia. Calladita encuentra, pues, en su entereza, un motivo lo suficientemente significativo como para que las claves del cine de Faus no se diluyan del todo y, es más, puedan continuarse expandiendo a través de una configuración que revela las hechuras necesarias para ello.
Larga vida a la nueva carne.