El director chino Tian Xiao Peng, tras su exitoso debut sobre las aventuras de Sun Wukong, se embarca en su segunda película hacia una historia más personal, con un trasfondo emotivo sobre una niña llamada Shenxiu que echa de menos a su madre, quien la abandonó. Un día, viajando en barco, una tormenta la lleva a un mundo de ensueño, lleno de colorido y criaturas marinas; con la promesa de encontrar allí a su madre, acaba en un restaurante dirigido por el excéntrico Nanhe. Pero, para desesperación de este, su tristeza parece invocar a un monstruo misterioso de color naranja que lo destroza todo a su paso, amenazando con constancia su restaurante y provocando que establezcan ambos una suerte de amistad errática y caótica.
Deep Sea. Viaje a las profundidades es, y creo que es justo comenzar por reconocer esto, una película visualmente apabullante. Más allá incluso de su narrativa, la cinta llama la atención por su CGI cuidado hasta el mínimo detalle, su mundo lleno de luz y de colores brillantes y la fluidez de su animación, dejando por el camino decenas o incluso centenares de cuadros vistosísimos y demostrando una energía envidiable. Es, sin duda, un esfuerzo enorme de animación, que crea una sucesión de estímulos tal que deja muy atrás, no solo al promedio, sino también a las obras de grandes estudios como Pixar o Ghibli. Todo esto, y vaya por delante mi admiración por el trabajo de todos los animadores implicados en cada una de sus secuencias, no es positivo en absoluto.
Una reacción común que provoca esta obra con su despliegue visual es la sensación de ver algo que resulta abrumador, difícil de contener a nivel emocional, y yo puedo entender hasta cierto punto que esto se vea como algo bueno, como una suerte de experiencia lisérgica que merece la pena precisamente por todo lo que ofrece. Pero, para ser sinceros, a mí no me parece que abrumar al espectador, llenarle de estímulos y en todo momento buscar de un cuadro todavía más convencionalmente bello, vistoso y explosivo sea un camino no ya interesante a recorrer, sino soportable siquiera. Desde antes de ese momento ya se vislumbra el problema con unos movimientos excesivos de cámara y una sobredosis de efectos lumínicos, pero en cuanto entra al mundo fantástico se multiplica, se convierte en una experiencia frenética que no da respiro. Hay dos problemas principales con este enfoque. El primero es obvio y es que resulta una cinta agotadora; no hermosa, no, asfixiante, como ser bombardeado por imágenes llamativas hasta cansar los ojos. Pero es el segundo el más insidioso y el que explica en mi opinión por qué este enfoque no es el adecuado: no hay una catarsis, una recompensa emocional en ello. La cinta tiene tantos momentos de asombro seguidos que ninguno de ellos asombra de verdad, y en consecuencia, no se genera una conexión genuina con las imágenes. No hay ritmo, no hay un juego con el espectador, su expectativa y las emociones generadas por la historia; y esto es algo que toda obra debe tener o si no se convierte en un simple catálogo destinado a aturdir más que a hacer sentir, como lamentablemente termina siendo gran parte de esta fantasía.
Las consecuencias narrativas de esto también se hacen notar y, pese a que la película se saca las castañas del fuego apelando a su trasfondo emocional complicado y utilizando de manera hábil un giro argumental que no por manido deja de estar muy bien introducido, es en especial sangrante cómo de todos los personajes llamativos que presenta la cinta los únicos memorables son Shenxiu y Nanhe, y este último en su mayor parte no en un sentido positivo. Si a nivel visual Deep Sea termina siendo una experiencia emocionalmente deficiente por apelar al exceso, en lo narrativo es una historia preciosa que está gravemente recortada y empequeñecida por todo lo demás. Shenxiu, como personaje, es muy interesante y está muy bien planteada, pero está ahogada por todo lo que le rodea y su expresión emocional no cala lo que debería. Los minutos finales y, sobre todo, los créditos, presentan un enfoque a la historia que eché de menos desde el momento en el que la niña cae a ese mundo onírico, y confirman las hermosas intenciones de una cinta que uno desearía que le hubiese comunicado más de eso en concreto y menos de esa supuesta sublimación artística tan carente de énfasis y de tregua al espectador.
En la realización de Deep Sea sin duda hay méritos enormes y tal vez sea esta una obra a la que en años venideros se regrese con frecuencia, para admirarla por su abundancia de detalles y su absoluta devoción a la hiperexpresión visual; pero yo, por desgracia, no entro en esta hiperexpresión. No me parece bonita, me parece lesiva incluso en los aspectos positivos, que a pesar de mis comentarios sí creo que tiene y bastantes. Del mismo modo que no puedo dejar de recomendarla por lo llamativo y en cierto modo también lo estéticamente agresivo de la propuesta, constato que no es para mí y que prefiero otros ritmos más dosificados y otras formas de gestionar el asombro.