En su segundo largometraje, la directora surcoreana July Jung se inspira en un suceso real para narrar la historia de Kim Sohee, una estudiante de un centro de Formación Profesional que entra a trabajar en prácticas a un ‹call center›, cuyas terribles condiciones laborales y la presión asfixiante por lograr resultados minan su salud mental y emocional a niveles trágicos. La película, estructurada en dos partes vertebradas por el evento central, ofrece en primer lugar la perspectiva interna de Sohee y, en su segunda mitad, la investigación de Yoo-jin, una detective que desarrolla una conexión emocional muy intensa con el caso.
Justicia para Sohee despliega, con un ritmo sosegado aunque inexorable, las disfuncionalidades del sistema de inserción laboral surcoreano, en el que se permite, bajo acuerdos entre instituciones y con la presión económica por lograr incentivos presupuestarios como excusa, una explotación efectiva de los trabajadores jóvenes en lugares de muy pobre reputación, que generan ambientes de maltrato laboral y estrés, con una mentalidad competitiva y deshumanizadora y que lleva a enormes tasas de abandono, realimentando unas dinámicas empresariales tóxicas que minan la salud mental de sus empleados. Jung señala este hecho y la connivencia del sistema en un país cuya población soporta unos niveles muy elevados de tensión laboral, y que se reflejan en una de las tasas de suicidio de población joven más elevadas del mundo; con un caso paradigmático que le permite explorar todo aquello que está mal con este sistema y, en particular, todo aquello que impide que cambie.
A estas alturas, no es difícil adivinar cuál es el evento que vertebra las dos mitades de esta película; con ello se nos ofrece una perspectiva única y, en el momento de la revelación, muy chocante a nivel emocional, pese a todas las señales que va dejando gradualmente la cinta. En ese instante, el punto de vista de la historia cambia drásticamente de un personaje a otro, pero la perspectiva global se mantiene, simbolizando de algún modo cómo Yoo-jin recoge el testigo de Sohee y continúa lo que ella dejó. La narración da énfasis a este recurso expresivo, tanto con su pulcra continuidad emocional como con paralelismos más explícitos: en el ejemplo más claro de ello, tanto Sohee como Yoo-jin, en un momento dado, protagonizan una escena en la que explotan y terminan agrediendo físicamente a alguien que traspasa los límites de la decencia y la ética; en ambos casos, el desahogo solo sirve para ganarse una reprimenda de sus superiores y continuar una senda de frustración personal.
Con unas interpretaciones muy bien medidas y una gestión de los picos emocionales de sus personajes que logra transmitir calma y paciencia introspectiva sin llenarse de frialdad y distanciamiento, Justicia para Sohee transmite, fundamentalmente, una sensación de seguridad y cohesión narrativa al tomarse su tiempo y observar las circunstancias que rodean a sus personajes. Durante sus más de dos horas de metraje, ofrece un retrato complejo y lleno de matices tanto de Sohee como de Yoo-jin, comprendiéndolas a fondo y desgranando, mediante sus perspectivas, la cultura normalizada de abuso laboral en el país. Esta crítica que elabora la cinta se lee, por supuesto, en clave interna, y responde a las urgencias de una sociedad en la que estas dinámicas resultan especialmente lesivas y tienen consecuencias dramáticas; pero no sería responsable obviar la parte que toca a otras sociedades que reproducen parcialmente o por completo dinámicas similares, o ignorar las advertencias sobre la competitividad extrema en entornos laborales y la precariedad del empleo juvenil que nos deja, porque, ya sea en menor o similar medida, hay muchos elementos en los que verse reflejados incluso si no se pertenece a la sociedad surcoreana.
Con la contundencia y el compromiso ético que corresponden a una película concebida como denuncia de una situación social plenamente disfuncional, Justicia para Sohee es capaz, además, de dar una perspectiva muy respetuosa de unos personajes vulnerables y afectados de manera dramática por lo que viven sin dejar de cargar con fuerza contra todo lo que está mal. Da espacio a los responsables de mantener girando la rueda de la explotación laboral, y sus respuestas no son alentadoras; la frialdad que demuestran es indignante, pero son solo la ramificación lógica del problema sistémico al que apunta y denuncia la cinta, que traspasa la capacidad de acción individual que tienen las protagonistas y generan, en el mejor de los casos, incertidumbre, y en el peor, una dolorosa derrota y claudicación.