Mientras pienso en escribir sobre Siempre nos quedará mañana, la ópera prima en la dirección de la actriz y guionista Paola Cortellesi, el contexto actual en España es el de un presidente del gobierno —para muchos, único dique políticamente efectivo contra el fascismo y la regresión corrupta— que ha decidido parar durante unos días para reflexionar sobre su futuro después de sufrir un asedio político y mediático dirigido furibundamente contra su mujer. Anoche, poco antes de acabar el día, publicó una carta a la ciudadanía en la que ponía el amor romántico por delante de su carrera profesional/política, sembrando con ese acto un debate multifacético que finalmente desemboca en el verdadero problema de fondo que es imprescindible abordar: el golpe judicial blando liderado por algunas togas.
Últimamente, en un contexto más personal y que definiría como mi entorno, algunas amigas han roto con sus parejas masculinas y otras al menos se están planteando hacerlo. Hablan sobre los motivos, reflexionan sobre su situación actual y sobre lo vivido en los últimos meses y años. Escucharlas resulta muy interesante desde fuera, aunque sobre todo doloroso de ver e imaginar. Como si tu mente se saliera de tu cuerpo y lo escuchara y viera todo desde fuera, como si nada de eso pudiera ser real porque no puede ser posible. Es duro, sobre todo, porque al final va más allá de los debates sobre si el amor romántico y la significación de la familia rompen con las redes de apoyo para las mujeres maltratadas; sobre hasta qué punto la existencia de hombres “malvados” sirve para que el listón del “hombre bueno” esté tan bajo que nos baste con que ayude en casa y quiera algo a sus hijos; ni siquiera sobre si el papel de los que apoyan es estar allí y “cuidar” cuando les necesiten o si tienen que buscar al maltratador para matarle o darle una lección como respuesta justa. Es algo real, de pronto.
Amor, familia, política (y comicios electorales que demuestran que el voto femenino evita mayorías absolutas de la extrema-derecha). Cómo nos relacionamos con cada uno de estos elementos y cómo son todos en realidad lo mismo: la vida que nos toca y que, especialmente si naces mujer, ya eres parte de un movimiento. En el caso de Siempre nos quedará mañana, una película que nace y es desarrollada desde una perspectiva femenina de principio a fin, comienza a conciencia por mostrar el día de una mujer que es, además de ama de casa, enfermera y costurera para sacar unas perras extra en casa. Presenta, en pocos minutos, el contexto y su entorno con una precisión que abre las puertas a una neorrealidad tan elocuente y consciente que lo verdaderamente sorprendente es cómo es capaz de hacerlo equilibrando tanto el tono en cada escena, ofreciendo comedia, drama y romance con una creatividad y elegancia tan personal que sería capaz de volver a poner de moda lo de estrenar títulos de películas sobre parejas italianas añadiendo «a la italiana» al final, si no fuese porque ese título banalizaría un tema realmente serio en este caso.
La película de Paola Cortellesi, que también protagoniza y que nos sitúa en la Italia de posguerra, muestra el pasado como un lugar en el que casi todas las relaciones personales son terribles, pero afortunadamente todas no. La directora, acompañada por Furio Andreotti y Giulia Calenda en el guion, confronta al individualismo con el papel de la comunidad y es capaz de construir un discurso optimista y esperanzador sobre la base de las dinámicas del maltrato, el patriarcado, el fascismo, la pobreza, el resentimiento o el ideal romántico y lo que ocasiona. Y todo esto lo hace con una frescura admirable, con un gusto musical que da todavía más gusto —Lele Marchitelli, habitual de Paolo Sorrentino, firma como compositor; desconozco si también como seleccionador de canciones a propósito anacrónicas— y con una mirada muy diferente a las que estamos acostumbrados a ver (por lo que sea). Donde la autora no solo reivindica la dignidad de las mujeres; en el camino también es capaz de hacer reír, llorar (quizás) y reír de nuevo, hasta llegar a un final que, si bien puede ser visto como tramposo, en realidad es tan emocionante y efectivo que es el mejor final posible desde la retórica de la propia película, gracias también a unos personajes (y actores) que brillan con luz propia en cada plano.
Sé que es ingenuo presuponer que el cine pueda cambiar los puntos de vista de la gente, pero sí que creo que esta película puede ser capaz de generar al menos un murmullo distinto, tanto de quienes diseccionan las películas, las contextualizan, analizan e interpretan, como de los que han ido al cine únicamente a entretenerse. Diría, en ese sentido, que es una película perfecta para ambos extremos (y para el resto de extremistas, si es que el cine todavía es capaz de hablar y dialogar con el público).