Capítulo final: Rebañando los restos de la autoría
Esta crónica, este diario llega a su fin. La génesis de todo esto estaba en no limitarse a reseñar películas sino a establecer un discurso, a reflexionar sobre el estado del cine de autor si es que eso aún existe como tal. No se trata pues de juzgar la calidad del festival. Al fin y al cabo el festival propone, el acreditado dispone y el resultado final también depende de esas elecciones. En el caso del que suscribe estas palabras se puede hablar de una suerte de choque contra un muro de realidad que, tampoco vamos a negarlo, venía un poco preconcebida antes del certamen.
En mi cabeza existían 3 tendencias claras, ya reseñadas en capítulos previos, que a grandes rasgos se podrían definir como cine de autor consagrado, propuestas arriesgadas con tendencia a mirar más el dedo que la luna y finalmente los films fotocopia, ausentes de alma, de una personalidad que, al fin y al cabo debería ser el rasgo principal de cualquier realizador que aspire a la autoría. Las excepciones, han sido escasas pero cada una de ellas representaba justamente lo opuesto a cada una de las tendencias. Reír, cantar, tal vez llorar es pura alma cinematográfica, Vera y el placer de los otros adopta el film fotocopia y a su modo lateral lo subvierte y Mimang, por su parte, adopta la tradición del autor que surge de la evolución natural de sus referentes ampliando el foco y trufándolo de ideas propias.
Por lo que respecta a la política del autor consagrado ha habido de todo. Un Bilge Ceylan que ha dado justo el nivel que se le espera. Un Sang-soo no especialmente inspirado pero del que siempre se pueden rascar cosas interesantes como el experimento focal de In Water y de un Tsai Ming-liang que ya merece capítulo aparte en su rol de generador de bostezos onanista. Esto último puede que sea lo más sangrante, el ver como cineastas consagrados optan por ganar sin bajarse del autobús, de saberse intocables a nivel crítico sencillamente por lo que son y no por lo que hacen. La crítica quizás debería hacer un ejercicio, valga la redundancia, de autocrítica, pero esa es otra historia.
De los films fotocopia poco que decir más allá de lo preocupante que resulta que no aprovechan ni el factor cultural propio. El ejemplo claro está en City of Wind, que se limita a repetir clichés occidentales con ligeros toques exóticos, mostrando una incapacidad absoluta en integrar el factor desconocido, las particularidades nacionales en algo que sea mínimamente estimulante.
Pero probablemente lo peor radique en esa nueva autoría que pretende reivindicarse desde dos ángulos completamente opuestos. Por un lado creando obras lo más crípticas posibles en apariencia para dotarse de una presunta radicalidad formal. Por el otro se ven con la necesidad de disparar al bulto de la referencialidad para significarse como herederas de algo, como ‹conesseurs› del cine de “calidad”. Con ello surgen monstruos híbridos como Family Portrait. Auténticas odas a la nada que se postulan como sugerentes y misteriosas a la par que necesitan imperiosamente ser “leídas” correctamente.
Esto da una falsa sensación de placer recíproco. El espectador tiene la falsa percepción de haber entendido algo sumamente sutil e inteligente, mientras que el cineasta reivindica su habilidad para dejar las pistas necesarias a la par que fomenta la inquietud con sus formas no habituales. ¿El problema de todo ello? Que no es cine de autor sino “trilerismo” en estado puro. Al fin y al cabo uno puede leerse Teo va a la escuela, entender sus dibujos y su ausencia de diálogo pero eso no lo convierte en un libro merecedor del Nobel de Literatura.
Pero quizás y más allá de la opinión subjetiva que supone verter una opinión mas o menos elaborada sobre una película o sobre una tendencia cinematográfica, también hay el factor personal. El cómo el espectador se prepara, recibe y finalmente digiere lo que la pantalla le ofrece. En este caso hay que reconocer algo: siento envidia de la pasión y el fuego de la juventud. Esa ilusión, por así decirlo, de buscar, investigar cada elemento nuevo que pueda despertar entusiasmo. Eso ha desaparecido y así hay que reconocerlo. La pregunta que cabría hacer si es el cine actual el que lleva al desapasionamiento o es esto último lo que lleva a no valorar la cinematografía actual.
Como mínimo sacamos en positivo que, a pesar del mal sabor de boca general, el material visto y analizado ha invitado al debate, al cuestionamiento y a la reflexión. Un viaje que ciertamente ha valido la pena.