Capítulo 2: Un desvío hacía el espejismo de género.
Dentro del panorama del cine de autor (en otro momento habría que discutir seriamente como este calificativo ha pasado a ser casi una etiqueta genérica) se detectan ciertas tendencias que van desde el reconocimiento de los nombres consagrados, el film fotocopia a la manera del cine independiente americano, es decir, cualquier producto de tintes liberales con cartelito de Sundance y una última consistente en propuestas que buscan un cierto riesgo formal y que buscan explorar nuevas vías a través del impacto en imágenes, ambigüedad argumental y búsqueda de difuminar fronteras genéricas. Este último caso es donde podríamos ubicar el film de Lucy Kerr, Family Portrait.
En el film asistimos a todo ello de forma palmaria y sin disimulo. Ecos claros de Picnic en Hanging Rock en su imaginario visual, parquedad en diálogos, con un aire de misterio rodeándolos, y ciertos elementos a la hora de filmar, tanto en sonido como en situaciones que nos trasladan a algo muy cercano al fantástico e incluso al cine de terror con ecos de It Follows, no tanto por temática sino por sus desplazamientos y ‹travellings› que fomentan esa pesadillesca sensación de amenaza invisible,
Pero al igual que muchas otras obras que sitúan en este espectro autoral se genera una confusión entre lo que respecta a lo que significa el emplazamiento de influencias reconocibles y su utilidad real en cuanto a la fluidez de la propuesta. Es evidente que la lectura de este retrato familiar es bastante fácil en cuanto reconocemos símbolos (el libro de Barbara Bush) y su contexto respecto a lo que parece la imposibilidad de salir de un espacio en forma de bucle circular. Así, el film sirve tanto como alegoría del ‹lockdown› del ‹Covid›, de la descomposición del modelo tradicional de familia o incluso de la inmigración como factor desestabilizador de unas bases sociales prácticamente inamovibles.
El problema llega cuando estas lecturas acaban por ser solo apariencias de lo sencillo. Es decir, aparentemente esto es lo que Kerr nos quiere contar, pero hay un esfuerzo casi exagerado en envolverlo todo en un halo misterio, en poner un velo de irrealidad que ni siquiera es tan bello y onírico como el de Peter Weir en la citada Picnic en Hanging Rock y hacerlo todo tan sumamente abstracto como para llegar a dudar de lo que realmente se nos está contando.
Y no, no se trata de pedir algo masticado a lo cine social de cineastas que todos conocemos, no. Se trata, una vez más, de la confusión entre una ambigüedad calculada, una libertad interpretativa y hacer gala de una ceremonia de la confusión que, lejos de generar un interés acaba por crear una desconexión con la propuesta. Al fin y al cabo, si todo vale, si nada es mínimamente claro, es que nada importa. El mensaje se acaba difuminado y el aparto formal parece más un acto de exhibicionismo referencial que una enunciación del verdadero interés por el cómo y el qué.
En definitiva, Family Portrait podría valer tanto para ser un película de autor, un artefacto experimental o ser inscrita en la sección Noves Visions del Festival de Sitges. Una serie de imágenes en serie que pretenden ser reflejos de narrativas y formas, y que acaban siendo espejismos de la alteridad cinematográfica que pretende representar.