Todas las películas de Godzilla subrayan un clarísimo mensaje: como humanidad dejamos mucho que desear. Tras las debacles creadas por el mítico Ishirô Honda, quien comenzó a desarrollar el imaginario de la gran bestia radiactiva en los años 50 con Godzilla. Japón bajo el terror del monstruo y que continuó aprovechando el tirón durante más de dos décadas generando enemigos imposibles y destruyendo una y mil veces Japón con susodicho monstruo, en los noventa apareció el director Takao Okawara para confirmar que todavía quedaba mucho que decir sobre tal bestia ancestral.
Una vez asentado en el subgénero, Okawara nos quiso deslumbrar con una nueva colección de teorías meta-científicas, desastres naturales y hombres intentando acabar con la humanidad por casualidad a través del imaginario de Godzilla en Godzilla vs. Destoroyah, una de esas historias en las que “el malo no es tan malo” que se adentraba en el eco-terror.
La película va rápidamente a lo mollar, y pocos minutos pasan antes de que un portentoso Godzilla aparezca en pantalla, uno luminoso, rabioso y eléctrico que sorprende a viandantes y estudiosos ante un nuevo cataclismo de la naturaleza, en este caso, la desaparición de una isla próxima a Japón. A partir de aquí la parte teórica toma fuerza, pues Godzilla queda relegado a un segundo plano mientras vemos cómo un peligroso estudio científico —es maravilloso ver a uno de los protagonistas afirmando que no es ningún ‹mad doctor›, que es una persona confiable— desata el pánico desde los despachos gubernamentales, ornamentando el asunto con alguna ensoñación plausiblemente sacada de alguna antigua película de Godzilla —gracias a una anciana típicamente ataviada que pide paso sin venir a cuento—, en una constante preparación del terreno para llegar a lo todavía más mollar del asunto: Godzilla contra una nueva bestia generada por culpa del hombre.
Es un honor para nosotros hablar del nacimiento y destrucción de Destoroyah —nombre claramente creado para la ocasión y que cumple con las expectativas generadas— un bicho que poco tiene que envidiar a Godzilla y que es capaz de evolucionar a un ritmo en el que si parpadeas te lo pierdes. Medio termita gigante, medio Transformer electrificado, Destoroyah sabe alimentarse del mejor cine norteamericano de la época con escenas que mucho deben agradecerle a películas como Aliens o Predator en cuanto a su enfrentamiento preliminar contra el hombre se refiere. Aunque en un principio parecen temas totalmente desconectados, Godzilla y Destoroyah consiguen encontrarse en las míticas bahías de Tokio para fulminar a su paso grandiosos edificios frente a civiles y militares que observan boquiabiertos el espectáculo esperando no ser muy vapuleados durante el combate. Tranquilos, ninguno de los protagonistas sufre daños, tal vez algún piloto de helicóptero sale ardiendo, pero parece que eso a nadie le importa. El caso es que, como paso previo a la gran Shin Godzilla, esa maravilla dirigida por Hideaki Anno y Shinji Higuchi en la que podría ser la tercera generación del desarrollo de tan grandioso personaje, Godzilla vs. Destoroyah explota el ideal de gestionar cualquier catástrofe desde los despachos con cierta calma para después permitirse un maravilloso despliegue de maquetas, rayos luminosos y destrucción que confirman que estamos más cerca de una debacle nuclear con la excusa de un bichito milenario que nos podría destruir en un suspiro.
Como siempre, el ser más temido nos libra de nuestros propios males con un épico mensaje anti-nuclear escondido entre líneas, donde el héroe y el villano se entremezclan para convertirnos en meros espectadores (no sin liarla parda antes) de una batalla de dimensiones incalculables. Es normal que los americanos, aquí ya citados para ser invitados a la fiesta de los monstruos, hayan encontrado un filón de oro mezclando a Godzilla, King Kong y el resto de bestias pardas surgidas del centro de la Tierra. Godzilla vs. Destoroyah es digna hija de sus antecesoras, con momentos divertidos, muñecos visualmente espectaculares y mucha destrucción —las maquetas, mucha atención a esas espectaculares maquetas— en medio de la contención social nipona. ¿Qué más se le puede pedir a una tarde lluviosa? ¿Quizás un poco de radiactividad que despierte al más mítico de los monstruos?