En apenas unos minutos, la cineasta debutante en el terreno de la ficción en largo Mika Gustafson dibuja un caos, una suerte de desorden vital, que transmite mediante ese estilo cercano, apuntalado por ese montaje vivaz y entrecortado que dota de un dinamismo muy característico a la acción. Poco más necesita la sueca para retratar una particular anarquía que se mueve entre la total libertad de sus protagonistas y un salvajismo imperante que se desliza en pantalla con premura en la pelea que sostendrá la hermana de Laura, la protagonista y mayor de tres, en su visita al colegio.
La cineasta sueca asienta así las bases de un universo dominado por la ausencia de normas: irrumpir en hogares ajenos para poder usar la piscina, urdir artimañas para escabullir del supermercado cuanto sea necesario… todo vale con tal de seguir sosteniendo un microcosmos en el que se nos muestra una adolescencia incipiente que debe ser afrontada del modo más atípico, pero marca al fin y al cabo los fundamentos de una cinta cuya deriva se dirime, como no podría ser de otro modo, ante la ‹coming of age›.
Nos encontramos, pues, ante una cinta que bien podría retrotraernos a la reciente Scrapper (Charlotte Regan, 2023), si bien no se percibe la misma frescura y espontaneidad en la escritura de unos personajes que en ocasiones parecen presa de la propia impostura que marca el film. Algo que se desliza tanto de ese relato pretendidamente caótico cuyo desarrollo ni siquiera se siente consistente en demasía, y que se termina concretando incluso en alguna mirada a la cámara, con la consabida ruptura de la cuarta pared sin que sepamos qué aporta ese recurso con exactitud dentro de la estructura del film.
Paradise is Burning posee los recursos adecuados para deslizar una de esas propuestas despreocupadas, que llevan al espectador a perderse entre sus confines, en especial gracias a la soltura con que las tres jóvenes actrices encauzan sus papeles, así como en algún desvío temático interesante, pero difícilmente llega a precisar esas virtudes, sintiéndose presa de un avance un tanto forzado, ya sea por la forma en que perfila conflictos y giros un tanto desdibujados, o por cómo extirpa todo atisbo de sorpresa haciendo que en ocasiones los minutos se prolonguen sin demasiado ímpetu.
Ello no implica que estemos ni mucho menos ante un mal trabajo, pero sí se podría decir que adolece de las imperfecciones propias de un debut no terminando de encontrar en casi ninguna ocasión el pulso adecuado, ni sabiendo cómo concebir ese universo con concisión. Sí cabría destacar, por otro lado, el impetuoso empleo de un montaje que funciona a la perfección respecto a los requerimientos del relato, o una dirección de actores que se alza con suficiencia como para que no sintamos estar ante meros esbozos, más allá de las contradicciones que pueda asir algún personaje.
Estamos, en definitiva, ante un film que poco o nada aporta al terreno en el que se mueve, y que si bien podría dotar de una mirada más sugestiva a la etapa en que se refleja a través de esa colectividad cuya procedencia no llegamos a conocer, opta por dispersar dichos estímulos en pequeñas píldoras que ni siquiera dotan de un significado o relevancia a la narración, lejos de intentar transmitir una falsa trascendencia que a lo sumo se desliza en un momento musical resaltando una forzada intensidad que, desafortunadamente, ni está ni se le espera el resto de metraje.
Larga vida a la nueva carne.