El ‹poliziesco› asoma de nuevo en una sesión doble donde destacan dos grandes nombres del cine italiano de los 70-80: en primer lugar tenemos a Marco Bellocchio, que dirigiría a inicios de los 70 Noticia de una violación en primera página junto a Gian Maria Volonté, y por otro lado nos encontramos con Sergio Sollima, autor de una Revolver que encabezaron dos grandes nombres como los de Oliver Reed y Fabio Testi.
Noticia de una violación en primera página (Marco Bellocchio)
Protagonizada por Gian Maria Volonté, uno de los grandes estiletes del cine de género italiano de los años 70 —del que encabezó grandes títulos como otro ‹poliziesco›, Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, de la mano de Elio Petri— y del ‹spaghetti western›, Noticia de una violación en primera página supone uno de esos acercamientos atípicos al ‹poliziesco› en tanto se aleja de algunos de sus preceptos como sería esa inmersión en el ambiente criminal (ya sea desde las altas esferas o los bajos fondos) que para la ocasión Bellocchio reubica en un espacio mucho más controvertido: la redacción de un periódico en mitad de una enardecida campaña electoral que ya ha provocado disturbios, manejada por un editor jefe (que, como en el citado título de Petri, pone su foco sobre el rostro de Volonté) cuyos principios y falta de escrúpulos irán quedando constatados a medida que avance el metraje.
Marco Bellocchio, que unos años antes se había sumergido ya en un cine político, aunque de vocación humorística, en China está cerca, nos traslada a las calles de esa Italia cuya agitación sociopolítica se ve reflejada ya en los primeros compases del film, cuando desde esas vías atestadas por carteles electorales de una cantidad abrumadora de partidos, una serie de cócteles molotov aterrizarán en la redacción de Il Giornale, ese mentado periódico, durante las azuzadas manifestaciones que se producen en las calles de Milán.
En mitad de un clima tenso, y mientras Bizanti, ese editor, debate junto a los periodistas de la redacción una serie de titulares relacionados con lo acontecido, una muchacha aparece muerta y presuntamente violada en mitad de un bosque dando lugar a una serie de acontecimientos que desencadenarán la acción del propio Bizanti en pos de velar por unos intereses cuanto menos dudosos. De ahí surge el título original del film, Sbatti il mostro in prima pagina (que vendría a ser “Lanza al monstruo en primera página”), mucho más punzante y significativo que su traducción, pues precisamente a raíz de ese trágico suceso se efectuará una caza de brujas que pondrá su atención en un bando y muy concretamente en un nombre: el de Mario Boni, conocido de la víctima y para más señas miembro de uno de los grupos extremistas de la izquierda italiana.
Noticia de una violación en primera página, que arranca exponiendo los engranajes y la podredumbre moral que co-habita en los confines de esas elecciones, se siente quizá un tanto presa de apuntalar el relato en sus primeros compases, no pudiendo desarrollar en su plenitud la condición de ese cine marcadamente político, pero que sin embargo encontrará no pocos estímulos en personajes como el de Roveda, uno de los encargados de dar cobertura a la noticia y que a la postre dispondrá algunas de las líneas más afiladas del film en boca de Bizanti —destacan, de hecho, las secuencias con el citado Rovede en la imprenta y la que seguirá junto a su mujer en el salón de casa, que es sencillamente brutal en su despiadado alegato, como un acerado espejo de lo que en realidad es el personaje interpretado por Volonté—, dotando al transcurso de la obra un carácter mucho más cáustico de lo que ya anunciaban los primeros minutos.
La obra firmada por Bellocchio, que dispone entre sus grandes atributos el libreto firmado por Sergio Donati (guionista habitual del ‹spaghetti western›) y Goffredo Fofi, se sostiene en esa mixtura entre la crónica negra, el ‹poliziesco› y el político apuntando, no obstante, a uno de esos espacios que poseen tanto o más peso que la corrupción que se sucede en las altas esferas, con las que colaboran convenientemente, y lo hace apuntalando un sombrío relato cuyas aristas se deslizan, como la propia labor de esa redacción sobre la sociedad en la que causan un determinado influjo, entre los claroscuros de un mundo que pocas veces ha obtenido una reflejo tan certero como abrumador.
Escrito por Rubén Collazos
Revolver (Sergio Sollima)
Desde mi perspectiva personal, aproximarse a los productos contraculturales, subgéneros cinematográficos teóricamente menos reconocidos por su modestia material y su controversia argumental, siempre depara experiencias estimulantes. En esta ocasión, dentro del cines de explotación, nos encontramos ante una obra del interesantísimo ‹poliziesco› italiano, realizada durante los siempre incendiarios años 70 del siglo pasado, en el que los elementos típicamente constitutivos de estos ejercicios artísticos en los márgenes se hibridan con una personalidad estética característica del país transalpino, en la tradición del universalmente apreciado ‹spaghetti western›, y también con un marcado trasfondo de crítica socio-política —recordemos el contexto histórico, los ‹Anni di piombo›— desde temáticas policíacas y criminales. No en vano, el propio Sollima, como otros autores del movimiento, firmaron legendarios films sobre el lejano oeste, bajo la sombra alargada del inconmensurable Sergio Leone, como Cara a cara o El halcón y la presa.
No es cuestión de recordar a todos los compañeros de fatigas de Sollima. Pero al menos quisiera homenajear otras tantas propuestas y autorías que lo merecen, que podrían volver por aquí o que ya han estado, y que enmarcan muy convenientemente las esencias del film, como la extraordinaria Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, del enorme Elio Petri, Nuestro hombre en Milán, de Fernando di Leo, otro insigne valedor del género, o Crónicas de un comisario de Damiano Damiani —sobre el que por hay disponible en la web un concienzudo estudio de su excelente filmografía—.
Pero si en esta ocasión me he decantado por Revolver, es porque aglutina una serie de ingredientes que la hacen especialmente sugerente para mí. Como en tantas otras películas del ramo, su base argumental “hampona” sigue las angustiosas peripecias del subdirector de una cárcel italiana, Vito Cipriani, en la piel de un actor preferidísimo, un baluarte de esa iconoclastia setentera, el explosivo Oliver Reed (Mujeres enamoradas, Los demonios, El grito, por citar algunas muy adoradas), con el “delincuente vocacional”, según su propia definición, Milo Ruiz (Fabio Testi). La improbable asociación entre estos dos antagonistas naturales se produce cuando al primero le exigen la excarcelación ilegal del presidiario para liberar a su preciosa mujer secuestrada, Anna (Agostina Belli). Y la narrativa de Sollima transmite por medio de una conmovedora sensibilidad humanista la dicotomía de su “extraña pareja”. En primer lugar, en el arranque del metraje, sobre un negro absoluto, los ecos de una carrera desesperada nos ponen en alerta, hasta que las imágenes de sus protagonistas ganan la pantalla: Milo y su socio y amigo Jean Danielle, un personaje en apariencia fugaz al que no conviene perder de vista, huyen de un atraco fallido del que el segundo, malherido, no se va a recuperar —hay mucha ternura en esa primera despedida trágica, en ese abrazo que casi parece un beso—. Porque un tema central de Sollima es sin duda la amistad. Por eso escuchamos durante todo el pasaje la canción Amico, que despunta entre el conjunto de la estupenda banda sonora de Ennio Morricone —por cierto, el himno fue recuperado por Quentin Tarantino, que adora la película, para su Malditos bastardos—. Y por lo que respecta al agente de la ley, su presentación mediante esa deliciosa secuencia en la que vemos las piernas de Anna montadas sobre los pies de su marido, que avanzan de espaldas hacia el dormitorio, situada a ras de suelo, mientras van cayendo prendas de ropa, pero permanecen unos sugerentes calcetines amarillos, es la metáfora certera del oasis amoroso que es su vida frente a la jungla atroz que pronto lo va a engullir —«Yo solo quiero a mi mujer»—.
Como os podéis imaginar, la intrincada trama involucra a mafiosos, funcionarios corruptos, idolatrados cantantes vendidos al mejor postor o empresarios con convicciones sociales, abducidos por «un poder mucho más grande que todos ellos» —así se lamenta Vito en un pasaje terrible y revelador, sin olvidar el alegato escalofriante del abogado—, invisible e implacable, el sistema.
No puedo dejar de destacar la expresiva significación ética de la puesta en escena de Sollima —por poner solo un ejemplo, conoceremos la verdadera condición del ídolo musical Al Niko mediante un recorrido de cámara desde el rostro de un poderoso burócrata por su cuerpo entrajado hacia abajo, para desembocar en el reflejo de los ojos del farsante en el espejo del retrovisor de una motocicleta del pasado—. Ni tampoco a ese personaje singular, una politizada especialista en transportar a personas ilegalmente por la frontera, que será de inestimable ayuda. Y por supuesto, os recomiendo con pasión este film duro, honesto y brillante.
Escrito por Maria Verchili Marti