Cuatro paredes, una silla de oficina, una pantalla y una ventana con una gris persiana desde la que observar el todavía más gris paisaje. Cierto, no nos hallamos ante un escenario idílico, donde Rachel Lambert presenta a la protagonista de Something About Dying justo después de un pequeño prólogo que sí parece advertir algo más, en efecto, lírico, pero tan cierto como que la incomunicación que ostenta Fran, la protagonista, en parte abstraída por ese particular microcosmos que la rodea, en parte tomando una distancia más que patente, no parece ni mucho menos sujeta a un trabajo que cumple sin alardes pero con concisión. El silencio se erige así como una respuesta universal que sólo se rompe en un momento en que una compañera se dirige casualmente a ella. Todo ello es acompañado por parte de la cineasta —que encauza su segundo largometraje después de debutar en 2016 con In the Radiant City— mediante una esmerada y curiosa planificación que no hace sino reforzar el estado de Fran: ocultándola tras las mamparas que separan su espacio de trabajo del resto, seccionando su cuerpo con el marco de una puerta tras la que observa a sus compañeras en la lejanía o incluso empleando una suerte de plano subjetivo desde el que disponer la atención sobre dos trabajadores que comentan la jugada en lo que parece ser un tiempo muerto; además, también destaca cómo Lambert fija su atención en planos más cerrados, atípicos, sobre la figura de la protagonista, desvelando una gestualidad desde la que reforzar ese comportamiento y matizar su carácter. Entre la discreción propia de quien quiere pasar inadvertido, ilusiones de un posible tránsito a otra vida y una suerte de angustia vital recogida en pequeños pero ineludibles detalles pasa la jornada de Fran, que termina en casa con una cena austera (y precalentada) y una copa de vino sobre la mesa.
Una rutina que se antoja cíclica, y que se confirma en la despedida de una compañera a las puertas de la jubilación: a Fran le basta con coger tímidamente un plato con tarta y desvanecerse de la habitación en cuestión. Lambert describe ese trayecto poniendo énfasis en cada particularidad, en cada gesto, haciendo que aquello que podría ser un hábito basado en la repetición, sólo apartado de la misma por actos fortuitos como esa citada despedida, sea el mejor modo de perfilar la existencia (y esencia) de la protagonista.
Pero en todo periplo vital hay un punto de ruptura, un motivo desde el que aprehender que esa existencia de maneras sintomáticas no es sino una respuesta que siempre se puede amplificar ante los estímulos adecuados, y Robert, un recién llegado a la oficina, supondrá ese estímulo. Comunicativo, espontáneo, veraz (o, por lo menos, en apariencia), Robert romperá esa rutina fijada otorgando un asidero a Fran, descubriendo nuevas vías desde las que revelar un universo recluido, encerrado en sí mismo, que poco a poco se irá abriendo paso por más que ella no se muestre igualmente receptiva por los espacios ajenos, deslizando una confluencia por momentos extraña, aunque sin llegar a ser incómoda. En ese punto, también influye la naturalidad con la que Robert escudriña cada instante, intentando conocer un poco más de ese mundo que Fran guarda con recelo, e incluso elige la respuesta adecuada: porque en ocasiones, nada mejor que un reconfortante abrazo en lugar del ansiado beso.
Rachel Lambert refuerza toda esa relación encontrando en la pausa un aliado perfecto, que desde cada pequeña puntualización dispone un lugar donde la narración no se antoja ni mucho menos accesoria: es fundamental para comprender como esos espacios se van abriendo y cerrando, casi en un movimiento acompasado, complementando las aristas de un vínculo que Fran no asume fácilmente, si bien disfruta de la compañía y de las propuestas de Robert. La cadencia que dispone la cineasta sobre Sometimes I Think About Dying, en ese sentido, otorga la superficie adecuada para resignificar unas vivencias que parecían alejadas de todo lo que termina revelando ese componente afectivo, y arrojan un tiempo a fin de cuentas esencial para ir rompiendo unos tabúes que la propia Fran sostiene sin ni siquiera percatarse de ello.
Todo ese proceso ahonda en las necesidades de un personaje cuya humanidad va aflorando con sencillez, disponiendo una desnudez que Daisy Ridley complementa con una soberbia interpretación repleta de matices, que con desgarro es capaz de llegar a lo más hondo de un personaje siempre tratado con la delicadeza necesaria por Lambert, que ni busca compadecerse de Fran, ni añade moralejas ni moralinas que hubiesen resultado superfluas ante la dimensionalidad del personaje que compone. Sometimes I Think About Dying se perfila así como un sensible y quebradizo mosaico en el que cada detalle es significativo, y no hay nada como la temblorosa voz de Fran en un plano sostenido y la posterior reacción de Robert como para continuar viviendo una de esas historias de las que es difícil despegarse, y uno no querría ver terminar. Una delicia.
Larga vida a la nueva carne.