Audaz como un ‹noir›, emocional como un último romance, misteriosa como un thriller, fastuosa como un musical ‹queer›. Broadway podría ser todo esto, o podría no ser nada, puesto que el debut tras las cámaras de Christos Massalas deviene en uno de esos objetos tan fascinantes como difícilmente descriptibles y atraídos, por alguna extraña razón, por una tierra de nadie que bien podría desembocar en el olvido más frecuente. No obstante, y lejos de tantos ejercicios que encuentran en la mixtura de géneros un objetivo, una razón de ser, con Broadway esa unión no es sino la suma de todos los factores para lograr un resultado que esté lejos de lo efímero. Maticemos, sin embargo, esta afirmación, ya que el reto o propósito del griego no es ni mucho menos que esa conjunción de factores consiga ser algo alejado de la rutina y por tanto novedoso, refrescante, más bien se deduce una extraña capacidad por, aprovechando ese enlace, y sin que cada género sea por sí solo un mecanismo, sino que se engarce de una forma homogénea en un todo que termina resultando tan atrayente como magnético, Broadway devenga una propuesta con entidad, lejos de esas que buscan en la diferencia algo a lo que aferrarse con tal de sobresalir por encima del orden establecido.
En Broadway, pues, todo se erige con una naturalidad digna de elogio, como si Massalas no fuese consciente de los elementos que maneja, y esos mismos elementos dotaran a la construcción por sí solos de un carácter que, sin irradiar siempre la misma energía, condensan las claves de un universo esquivo, que tan pronto se le escurre a uno entre las manos como concibe momentos vívidos y extraordinarios, no tanto por su propia sintaxis, pues a fin de cuentas no resulta complejo divisar, como comentaba al inicio, las constantes del ‹noir› o el aroma de un romance casi cercano al melodrama —por algún motivo, y aunque servidor prefiere alejarse de este tipo de concordancias, se le vinculó con Pedro Almodóvar—, pero sin embargo tras todo ello hay una armonía, que las veces incluso alcanza una sorprendente oscilación desde los intríngulis del relato. Massalas logra, en definitiva, desprenderse de la preconcepción anclada a todos esos géneros y terrenos que pisa, haciendo de su debut algo más que un artefacto epatante, que observe la rareza más como un valor añadido que como una forma de expresión libre e insólita; algo que el cineasta griego parece comprender a la perfección, y es que Broadway se aleja de la impostura o el artificio para permanecer como un film sin ataduras, pero que sin embargo se sabe sostener lejos de un valor que no debería serlo.
Broadway se extiende más allá del manejo de una serie de categorías o mecanismos que suelen dotar de una falsa identidad al ejercicio cinematográfico, más en los tiempos que corren, encontrando en su puesta en escena una herramienta indispensable, desde la que Massalas confiere entidad a un universo distintivo a través de cada espacio, ya sea en esa desvencijada terraza, espejo de que cualquier época pasada fue mejor, o en las bambalinas del teatro que frecuentan los personajes, donde cada pequeña particularidad parece sugerir un ambiente pop decadente, alejado de todo color, esplendor y opulencia. Esto, acompañado por un vestuario que sí aporta el color que parece negarnos cada rincón de ese complejo que da nombre al film, trasladando una identidad que los protagonistas no siempre pueden exteriorizar, y de una poderosa banda sonora de la mano de Gabriel Yared, que apuntala cada instante y cada matiz de la obra con personalidad, hacen de Broadway una estimulante ópera prima que, afortunadamente no sólo se queda en ‹rara avis›, concretándose como algo más que una promesa; un hecho que tendrá que consolidar su autor en un futuro, pero que desde luego encuentra en esta estimable pieza la energía necesaria como para pensar que algo mayor (y mejor) está aún por llegar.
Larga vida a la nueva carne.