Sesión doble: A Record of Sweet Murder (2014) / Suitable Flesh (2023)

Los universos más “lovecraftianos” llegan a la sesión doble con un dúo de excepción: por un lado, un cineasta a reivindicar como el japonés Kōji Shiraishi, que en 2014 presentaba una de sus obras más destacadas con A Record of Sweet Murder, y por otro un discípulo aventajado de la serie B más despampanante que se une a dos nombres propios del Lovecraft (cinematográfico) ochentero. En efecto, él es Joe Lynch con su Suitable Flesh, donde no falta Barbara Crampton ante las cámaras.

 

A Record of Sweet Murder (Kōji Shiraishi)

Muy lejos del influjo de maestros del cine de terror como Stuart Gordon o Brian Yuzna, que a través de las labores de producción del segundo dejaron numerosos títulos emblemáticos relacionados con el ideario de H.P. Lovecraft, y quizá más cerca de la economía de recursos de dos nombres capitales del cine de género independiente contemporáneo como los de Justin Benson y Aaron Moorhead, la obra de Kōji Shiraishi sin duda destaca por aprovechar al máximo los medios de que dispone, apelando al ‹found footage› en sus trabajos más personales, ya no como una mera cuestión de adaptación, sino también como forma de arrojarse impetuosamente a los lindes de un universo que desde el carácter que confiere el metraje encontrado encaja a la perfección en esos derroteros donde la búsqueda de aquello extraordinario, prácticamente fuera de nuestro alcance, deviene algo más que un filón a explotar. Pues como demostraba en un trabajo anterior, Occult —donde, por cierto, y a modo de curiosidad, había un cameo de Kiyoshi Kurosawa—, esa inmersión en lo insondable no es solo para Shiraishi un mecanismo a través del que conectar con un mundo extraño a través del cual alcanzar el vacío sean cuales sean las pretensiones de sus personajes, asimismo sirve como vaso comunicador de unas inquietudes que parecen, en ocasiones, ir más allá de la mera proposición de un ejercicio cinematográfico.

Es, pues, en esa insólita correspondencia, donde el cineasta nipón logra sin lugar a dudas que el espectador experimente una inmersión que se aleja de la construcción de atmósferas o ambientes específicos. No obstante, ello no implica ni mucho menos apatía o desidia en la constitución de una puesta en escena que también se antoja clave en el cine de Shiraishi, especialmente en la obra que nos ocupa, esta A Record of Sweet Murder que, si bien nos desplaza durante casi la totalidad del metraje al lóbrego y desaliñado piso que visitará la protagonista con la promesa de obtener un suculento reportaje por parte de un ex-compañero de escuela y antiguo amigo, encuentra entre las paredes de ese hogar el emplazamiento perfecto en el que desenvolver un malsano —como no podría ser de otro modo viniendo del país asiático— artefacto donde no parece haber límites y el (presunto) delirio de un individuo que dice poder rectificar un fatídico pasado se erige como forma de jerarquizar cada movimiento.

Con una idea central inamovible y ese mentado único (o prácticamente) lugar donde desarrollar la acción, Shiraishi sostiene el relato sin necesidad de grandes estímulos, solamente apelando al desvarío del individuo que los retendrá con tal de cumplir su ansiado objetivo, y a una insanidad que se desplaza al apartamento en cuestión de minutos gracias a una galería de personajes sin ningún tipo de desperdicio  —como en la aparición de esa pareja japonesa que derivará en una retahíla de amenazas y desafíos por parte de él—, captando la esencia de un cine no por turbador menos capaz de deslizar una demencia por momentos prácticamente enfermiza, que conecta de modo idóneo con esa mirada más tronada que se puede divisar en ocasiones en el cine oriental. Todo ello, acompañado por una conclusión que precisamente otorga (sin)sentido a esa raigambre “lovecraftiana” que nos lleva a poner sobre el tapete A Record of Sweet Murder, hacen de la obra de Shiraishi no solo uno de sus mejores trabajos hasta la fecha, sino también un asidero para todos aquellos aficionados en mayor o menor medida de los universos del escritor norteamericano. Eso sí, y avisados quedan, con (más de) un toque de la siempre admirable enajenación nipona.

Escrito por Rubén Collazos

 

Suitable Flesh (Joe Lynch)

A los cineastas de todas las generaciones les estimula sobremanera todo el imaginario que creó en su momento H.P. Lovecraft, un mundo de monstruos, rituales y universos paralelos que alimentan multitud de historias adaptadas a cualquier presupuesto: cualquier película merece un bicho con tentáculos o un ‹mad doctor› que cambie el curso de los acontecimientos más aburridos y simplones.

Un experto en estos temas es el guionista Dennis Paoli, al que rescata Joe Lynch (todos recordamos la divertida ida de olla Mayhem) del olvido para traer de vuelta a Lovecraft en pleno siglo XXI. ¿Por qué hablar de Paoli y no de (el otro) Lynch? Nos encontramos ante la eminencia que escribió los libretos de algunas de las imprescindibles de Stuart Gordon y otras pocas de Brian Yuzna, dos de los directores más fanáticos de los mundos “”lovecraftianos”. Concretamente Gordon tuvo la suerte de contar con las peripecias de Paoli para dos de sus imprescindibles, Re-Animator y Re-sonator, en las que no solo aparecía un científico al límite de la realidad, siempre con la ambición de llegar más lejos en sus experimentos, también estaba la presencia de una Barbara Crampton tras unas grandes gafas intelectuales que debía enfrentarse a los demonios físicos y mentales de las improbables desventuras de sus compañeros. Sobra decir que se siente en la sala ese fanatismo que cualquiera que haya crecido con estas películas rebosaría sobre su propio proyecto, y es cuando entra en juego Joe Lynch, a quien claramente le va la marcha y ha consumido mucha serie B y mucha adaptación “lovecraftiana” como para decidirse, como muchos de sus coetáneos, a rescatar a las grandes glorias de su adolescencia. Lynch lo hace por duplicado, robándole a Gordon (respetuosamente y con mucho humor) tanto a Paoli como a Crampton en su propia vuelta de tuerca, haciendo que el ‹mad doctor› sea mujer y sepa más de mentes perdidas que de probetas luminosas.

Así llegamos a Suitable Flesh, que tal como indica su título, busca la piel más confortable en la que lidiar con el mundo actual. Narrando como en un ‹noir› nos encontramos a la psiquiatra Elizabeth Derby (interpretada por Heather Graham), que tendrá que hacer las veces de mujer, hombre o lo que se tercie a través de una de estas historias que no necesitan grandes efectos para convencernos de la presencia de alguna especie de ser superior manejando los hilos. Algunas ideas son un tanto casposas, pero no se desperdicia la oportunidad de disociar el cuerpo y permitir que sus actores se luzcan, dentro de sus posibilidades, experimentando mutaciones apenas visibles. Lynch utiliza todo tipo de recursos mil veces vistos en ese cine que está emulando, algo que se agradece sobremanera por encontrarle un punto de ácido humor y permitirse, de paso, algún que otro desbarre sangriento más representativo como su propia marca. Stuart Gordon está presente en esencia gracias a Paoli, que no ha perdido del todo su energía sabiendo combinar lo que mejor conoce con las inquietudes de un nuevo director. Además, presenciar de nuevo el reclamo de Barbara con sus gafas de doctora sexy convierten Suitable Flesh en la experiencia completa para aquellos que viven con añoranza el cine, que seguirán pensando que nadie hace películas como las de antes, pero que encontrarán un soplo añejo entre tanto producto elevado con el que entretenerse.

Escrito por Cristina Ejarque

 

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