El horizonte no es más que el punto de fuga referencial alrededor del cual todas las decisiones de una vida se orquestan en rigurosa órbita. Un anhelo inalcanzable y, por eso, necesario y casi imperativo. El horizonte de Lola (Maite Aguilar), una adolescente de dieciséis años que vive humildemente con su hermana mayor, Julieta (Miranda de la Serna), su hermano pequeño y sus padres, es Alemania. La protagonista ha de recuperar las asignaturas de final de semestre ante la oportunidad muy real de finalizar sus estudios obligatorios en el país germánico. Esta es una oda a los supervivientes, las gestas de una huida que tiene más que ver con lo que hay dentro que lo que espera fuera. Al contrario de lo que suele suceder, la amenaza está en casa: pues Lola no tendrá que conformarse con adentrarse en una nueva etapa vital, quizá la más importante y definitoria de todas, sino que también lidiará con los problemas domésticos que la persiguen. Juli padece de trastornos mentales que golpean intermitentemente su cotidianidad y la relación en el hogar. Toda esta masa de experiencia y tragedia moldea y forja la característica forma de ver el mundo de Lola, que gestiona sus disgustos y sus alegrías con una capacidad admirablemente empática y sensible. Que la batalla sea ardua y cruel no implica, para este personaje espléndidamente construido, la posibilidad alguna de capitulación.
En su debut al largo, María Zanetti trabaja una historia entre historias, una más, según como se mire, pero para nada del montón. Su carta más portentosa es la fragilidad de la fotografía (que firma Agustín Barrutia), que contrapone las escenas más oscuras en el entorno familiar y la luminosidad resplandecientemente onírica (casi celestial) que se filtra en la lente en las escenas exteriores. Por lo que hace al guion, este respira esa vitalidad de una creadora que, precisamente, entiende la juventud a la perfección sin que eso impida que la capture con voz madura, reflexiva y paciente. Hay algo irregular en la película, por supuesto: el tono nuclear del drama no acaba de definirse, pero eso no eclipsa esta balada interiorista e introspectiva que no se conforma con apelar las lógicas del ‹coming of age› normativo, sino que va un paso más allá arriesgando (aunque eso conlleve cierta confusión estructural) su integridad. Hay que premiar la valentía creativa de la directora argentina, por supuesto, que aprueba con nota en esta enredadera psicológica que, como decíamos, aunque caiga en alguna trampa, consige conmover de manera prodigiosa en ciertos momentos. La película logra, además, plasmar la rebeldía típica de la pubertad, y exhibe con envidiable realismo los friegues entre hermanas o los choques entre Lola y su madre (María Ucedo).
Hay otros elementos que hacen que este cuentito autoconsciente brille: por ejemplo, la decoración y el diseño de producción, que consiguen transportarnos a esa atmósfera noventera con calles conquistadas por un gentío cuando los ‹smartphones› no se concebían ni en la ciencia-ficción, o mostrando no sin nostalgia las ya extinguidas reuniones alrededor de los televisores CRT. De la misma manera, la atmósfera consigue poner en guardia al espectador a través de un sentimiento de claustrofobia que surge en los repuntes más tensos. Un clima que recrea, a su vez, el verano sofocante, los ventiladores y los boliches nocturnos a los cuales se escapan los personajes para descubrir los primigenios placeres de la noche. Tampoco es anecdótico el cameo de Vicky Peña, que ejerce de abuela suprema y catártica en esta carrera de fondo turbulenta y agridulce.
Hay algo visceralmente honesto en Alemania, que la directora dedica a su hermano fallecido, en el sentido que materializa la incertidumbre social que padeció la clase media-baja argentina en el acabamiento del milenio. Se palpa una contención que sabemos que acabaría estallando con el Corralito, y el nerviosismo de una sociedad que estaba siendo paulatinamente aplastada. Premiada en Horizontes Latinos en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián de la edición de 2023, Alemania es una película trabada por malos y buenos momentos. Los malos son más ruidosos y estridentes, pero los buenos son los que pesan más y los que hacen que todo, a la postre, merezca la pena. Alemania (el país) se entiende en la cinta como una destinación paradisíaca que sirve como válvula de escape pero que quizá no llegará nunca («ya lo hablaremos», repiten constantemente los padres a Lola, alargando hasta la extenuación cualquier opción de evasión). Pero el viaje no se moverá nunca de ese horizonte y no hay de lo que preocuparse: si el amor fraternal, el cariño paternal y el poder de la amistad son gasolina, la nave que tripula y dirige Lola tiene combustible de sobras para recorrer kilómetros, aunque sea para perseguir esa meta inalcanzable.