En nuestra sección La alternativa nos complace siempre ofrecer películas a descubrir que pueden ser la respuesta a alguno de los estrenos de la semana. En el caso que nos ocupa, Argylle, la elección no era fácil. Al final el cine de género que ofrece Matthew Vaughn ha entrado en tal bucle de nicho, por así decirlo, que la opción más estimable acaba siendo… otra película de Vaughn como Layer Cake (Crimen organizado). Por ello nos decantamos por un film que, quizás esté a años luz tanto de aparato formal presentado por Vaughn pero que, de alguna manera, comparte temas generales y nos hace preguntarnos si, de alguna manera, no podría ser una versión sesentera del cine del director inglés.
Nos referimos a The Small World of Sammy Lee, film de Ken Hughes que, desde los límites del cine de género gansteril, nos sumerge en el ambiente de los bajos fondos en el Soho. Hablamos de límites porque, aunque la temática está ahí, ofreciéndonos un mundo de pequeños rateros, deudas, violencia y (a)moralidad, el film se mueve constantemente en un equilibrio entre una suerte de ‹noir› y el drama social en lo temático y algo muy parecido al ‹Free cinema› en lo formal. Pues aunque no hay ningún desvío metacinematográfico, sí hay una voluntad de realismo, de obsesión por el seguimiento meticuloso de sus personajes, de inmersión en el ambiente que nos sitúa al borde del documental, de la radiografía social.
Y aunque hay un poso de seriedad en todo ello, una preocupación psicológica por los más aspectos más sórdidos de la desesperación y la ética, no deja de ser curioso como, precisamente y por su despliegue formal, también hay un reflejo de lo vibrante, de aquello que se llamó ‹Swinging London› en los 60. Algo que se traslada en cómo percibimos la historia. El ritmo, los diálogos y las situaciones fluyen y, a pesar de la naturaleza miserable (económica y moral) de sus personajes, no dejan de tener un aire ‹cool›, un encanto natural que permite empatizar, compartir sus experiencias.
De alguna manera, su condición de film modesto permite e incita a esta libertad temática y de dispositivo consiguiendo una modernidad que no empaña la sensación física de estar ahí. De alguna manera esto viene a contrastar justamente con la idea de Vaughn, por otro lado cineasta notable en cuanto a su idea de diversión, de cómo trasladar un trama a la pantalla. Quizás es una mera proyección, pero da la sensación de que el artificio como forma de epatar ha suplantado la capacidad de ser igualmente molón mediante mecanismos más cercanos a una realidad palpable.
Cierto es que hablamos de otra época, de otra cinematografía, tendencia y medios y que quizás el propio Hughes hubiera explorado desde métodos distintos si los hubiera tenido al alcance. De todas maneras, esto no es más que material para un posible reflexión o debate teórico que no debe enmascarar que por si sola The Small World of Sammy Lee es una obra a reivindicar por su vocación documentalista y, por si fuera poco, a pesar de ser muy contextual, consigue ser vista como una pieza absolutamente actual.