Slow, dirigida por Marija Kavtardze, es una película única, ya que no sigue convencionalismos y nos habla con voz propia. Aunque aborda el tema del cuerpo, central y quizás demasiado repetido en la posmodernidad, lo hace de manera diferente a lo que estamos acostumbrados. Es capaz de escapar de los tópicos que se han forjado en los últimos años, lo cual es verdaderamente meritorio. La película se alzó en Sundance con el premio a la mejor dirección, y a partir de esta obra se augura una directora de alto voltaje a la que deberemos seguir atentamente en los próximos años.
No es, pues, simplemente una película sobre la cultura occidental y su olvido hacia el cuerpo, así como la indiferencia hacia lo femenino o varias verdades convertidas en frases hechas, sino más bien un modo de apertura hacia la totalidad de los cuerpos y su profundidad, es decir, el deseo y, claro está, su reverso. Porque, si bien el deseo existe, también existe su ausencia, y aunque siempre hablemos de la primera, no está de más recordar la segunda, pues también es una realidad. Un ejemplo claro es esta historia, donde los protagonistas se aman, pero no se entienden, no con el alma sino con el cuerpo.
La película se divide en un diálogo en abismo, es decir, por contrarios que no se entienden ni tampoco se armonizan, sino más bien se desgastan en una lucha por conectar, la cual no llega porque no hablan el mismo lenguaje. Por un lado, tenemos a la protagonista, Elena, quien es bailarina contemporánea, entregada a las vueltas, giros y polifonía del cuerpo, ya que en su profesión hay un libre jolgorio, y que parece remitir a la sexualidad, no necesariamente desenfrenada, pero sí viva. Por otro lado, y, todo lo contrario, tenemos a Dovydas, traductor del lenguaje de sordos y, a su vez, asexual, con el que la cámara y la puesta formal siempre lo retratan de un modo neutro, prácticamente televisivo, pero siempre con cierta “angelicalidad”.
Si la película presenta este diálogo de opuestos en su contenido, la apuesta formal también lo hace evidente. Mientras que con Elena se utilizan movimientos de cámara como ‹travellings› y panorámicas, con Dovydas el lenguaje es estático y hermético, prácticamente estéril como su libido. No obstante, ambas formas de retrato están cohesionadas por una magnífica fotografía, en la que destaca el buen uso de las texturas. La fotografía de Slow fue dirigida por Laurynas Baresia, a quien conocemos por el cortometraje Cherries, estrenado el año pasado y seleccionado para el certamen de Cannes.
Una película que, a través de su cara y reverso, de la teoría del cuerpo y un acercamiento al alma mediante la falta de deseo, pero también a través de la libido, entrecruza varios puentes y abre grietas como si se tratara de espejos. Porque, justamente, lo que caracteriza a Slow es su comedida narrativa en la que el cuerpo se nos presenta cercano, explorando todas sus posibilidades como si se tratara de una constelación.