La crisis creativa de un cineasta en aras de terminar su nuevo proyecto, espoleada por la negativa de sus productores a que este pueda ver la luz, se muestra como punto de partida del nuevo trabajo de Michel Gondry, una El libro de las soluciones que parecía devolvernos a ese autor predispuesto a la comedia entre soluciones visuales y ‹gags› de toda índole (de lo físico a lo dialéctico), pero que encuentra además incentivos ciertamente sugestivos en una obra que, afortunadamente, no (solo) nos lleva de la mano en torno a otra reflexión sobre el proceso artístico y sus confines: por suerte, va un poco más lejos.
De hecho, el título que nos ocupa bien pudiera ser un claro inciso en la carrera del realizador francés: el modo en cómo se devanea en un inicio entre un humor demasiado funcional, incluso impropio del responsable de films como La ciencia del sueño, y ese caos vertido respecto a una situación límite, que el mismo protagonista, Marc, reconoce como un bloqueo, para terminar añadiendo tonalidades que transitan entre géneros y describen un devenir nada propicio, incluso un tanto crudo por momentos, se podría traducir como el reflejo de un cineasta al que en no pocas ocasiones ha separado esa línea entre la absoluta genialidad y el más delicado ridículo.
El libro de las soluciones no es ni mucho menos ajena a ese particular carácter, y pese a que se siente como un film descompensado en su desarrollo e imperfecto, condensa esa esencia tan Gondry que, en efecto, se concentra en algo mayor que un imaginario vistoso y sus ya habituales fugas narrativas donde el ‹stop motion› y lo meta —que aquí cobra un mayor impacto, si cabe, lejos ya de la premisa inicial— hacen acto de presencia como una seña de identidad irrenunciable; al fin y al cabo, es aquello que le ha hecho reconocible como autor ya desde sus inicios —algo de lo que pueden dar fe los múltiples artistas de los que ha firmado, alguna vez, un videoclip—.
Y es que puede que con esta nueva tentativa nos encontremos ante una propuesta irregular, pero también que sabe ir recorriendo distintos meandros, amplificándolos y dotando de sentido a un tratamiento donde, en parte, la superficialidad de algunos de sus personajes alimenta ese proceso que va de lo artístico a lo vital. Una evolución, enfocada desde el vaivén de un personaje central voluble e inestable, que encuentra las veces esas respuestas en forma de huida hacia adelante que quizá uno no habría esperado de ese modo en una propuesta de Gondry, pero que especialmente otorgan una dimensionalidad distinta al relato, conduciéndolo en torno a una nueva perspectiva de la que no sólo pende el conflicto expuesto inicialmente, que no es otro que el de poder terminar de montar esa obra para dar fin a la crisis que atenaza al protagonista.
Michel Gondry logra, pues, un film de contrastes, tan capaz de establecer nuevas vías ante la falta de respuestas, negada por la deriva que toma el periplo de Marc, como de encontrar vetas genéricas que apuntalen su mecanismo simpar, dilucidado también en el modo en cómo la imagen concreta y moldea el tono. Puede que ante El libro de las soluciones el realizador galo se encuentre lejos de su mejor momento, pero ello no dilapida ni mucho menos las posibilidades de un ejercicio tan singular como desigual, que quizá encuentra en ese trazo la manera perfecta de delinear los titubeos de la vida, por más que el arte siempre le termine haciendo desaparecer a uno buscando eludir aquello que también forma parte de cada trayecto: una toma de decisiones que pocas veces se antojó tan complicada como lo termina siendo para Marc.
Larga vida a la nueva carne.