El estreno este fin de semana de la precuela Wonka con el impertérrito Chalamet supone una fantástica oportunidad para rescatar la versión original cinematográfica de la novela infantil de Roald Dahl, Charlie y la fábrica de chocolate, que en España tuvo el título de Un mundo de fantasía y cuyo estreno en salas comerciales se dio allá por un lejano 1971.
Se puede cuestionar el malditismo de una película que en el momento presente cuenta con una multitud de fans, lo que la ha convertido con el paso de los años en una obra de culto. En mi opinión sigue siendo una rareza en su género, eclipsada por la versión de Tim Burton con un Johnny Deep fuera de control y también por el hecho de ser una obra que ha sido muy pocas veces repuesta en televisión, e incluso que no ha sido de las más promocionadas en formato físico.
De hecho, en el momento de su estreno fue un pequeño fracaso de taquilla, ya que a pesar de contar con un presupuesto muy ajustado para la época la recaudación del film fue muy exigua, lo que la abocó al ostracismo y a ser guardada en el baúl del olvido durante algunos años. Asimismo a su creador Roald Dahl, que fue acreditado como guionista de su propia novela publicada siete años antes del estreno del film, no le sentó nada bien que su escrito para la pantalla fuese retocado sin su consentimiento por el guionista David Seltzer, punto que supuso que el bueno de Dahl renegara del resultado del film al no considerarlo propio.
Fue en la década de los 80 cuando la película volvió a reverdecer los laureles del éxito y el aplauso popular gracias a su reposición en televisión y VHS. En mi opinión la razón de su fracaso en el momento de su estreno fue que el público de su tiempo no estaba preparado para la recepción de una película familiar de cine infantil musical que más que una película infantil albergaba no pocas gotas de cine fantástico y de terror. Pues para mí Un mundo de fantasía siempre ha sido una especie de ‹slasher› capitaneado por un maestro de orquesta —el Willy Wonka interpretado por Gene Wilder— que más parece un asesino frío e implacable que un buen samaritano amante de los niños.
Quizás el espectador de la época esperaba por tanto un musical infantil —en un tiempo en el que el musical era un género muerto que tan solo daba algún que otro fogonazo al amparo del cine familiar— al estilo Mary Poppins, Chitty Chitty Bang Bang, La bruja novata o los clásicos animados de la Disney, y lo que se encontraron fue un bicho raro que para nada casaba con el estilo y la atmósfera de lo que podríamos definir como una película infantil.
También pudo favorecer el poco éxito comercial la inexistencia de una gran estrella en el reparto (pues aún Gene Wilder no había alcanzado la inmortalidad gracias a su participación en El jovencito Frankenstein), e igualmente la ausencia de espectaculares y trabajados números musicales.
En este sentido, faltaba que el paso de los años hiciese recapacitar al público sobre lo arriesgado de una propuesta que apoyaba su significado en el mundo del fantástico y del terror, y que abordaba una historia versada en el universo infantil desde un cosmos eminentemente adulto, siendo también —o incluso más— disfrutable desde una perspectiva madura que desde la bisoña óptica de un infante.
En mi caso personal siempre he sentido una fascinación indeleble por esta película. La vi por primera vez creo recordar que hace más de veinte años con su doblaje en español latino. Y he vuelto a ella al menos un par de veces más. Siempre vista en español latino. No he querido ni podido verla en su versión original en inglés, quizás por pura nostalgia, porque tengo idealizado al Willy Wonka de Gene Wilder y para mí solo puede hablar con ese tono tan característico del español latino.
Porque Wilder consiguió crear uno de esos personajes inmortales que permanecen ajenos a la obsolescencia del tiempo. Y es que a pesar del paso de los años la esencia del film sigue intacta, y si cabe, aún más potente. Eso es lo que define a un clásico inmortal de la historia del cine. Sigo emocionándome con esa introducción en la que conoceremos al pequeño Charlie y a su familia, con sus cuatro abuelos postrados en la cama. Con ese niño humilde y trabajador que trata de ayudar como puede a la economía familiar sin cuestionarse nada ni maldecir lo trágico de su destino. También me divierto con ese locutor que anuncia que el excéntrico Willy Wonka ha decidido hacer una especie de concurso de modo que entre sus chocolatinas repartidas por todo el mundo habrá cinco agraciados que podrán visitar su enigmática y hermética fábrica si encuentran una entrada dorada dentro de su envoltorio. Igualmente como poco a poco van apareciendo los agraciados, todos niños pijos, ricos y engreídos que no han conocido ni la pobreza ni la modestia. Tampoco sus padres y madres que les acompañan. Y como, gracias a un avatar del destino, Charlie será el quinto afortunado con el premio, al que acercará uno de sus abuelos a la fábrica de chocolate para degustar todo tipo de golosinas a su alcance. Asimismo me inquieta la presencia de un extraño personaje que parece querer un objetivo oscuro de los galardonados con el premio y que parece querer sacar algo en su beneficio a cambio de una especie de soborno.
Y a partir del momento en el que los cinco niños y sus acompañantes llegan a la fábrica de Wonka, ya avanzado el metraje del film, es cuando la película se hace mágica. Con la presencia de los Oompa Loompas, unos inquietantes enanos que trabajan para Wonka y cuya apariencia más que ser amigable parece producir escalofríos. Y es aquí cuando aparecerá el jefe de todo esto. Un Willy Wonka genialmente interpretado por Gene Wilder, que lejos de histrionismos y querencias infantiles adquirirá el rostro de un ‹killer› que uno a uno irá eliminando a aquellos invitados a su hogar que no cumplen con sus normas y advertencias.
Es aquí, como decía en la introducción, donde la película se convierte en una especie de ‹slasher› más perteneciente al ámbito del cine de terror y fantástico que a una película familiar erigida para los niños. Wonka mostrará su frío rostro en varias secuencias antológicas como por ejemplo el viaje por el túnel, que fue construida con una atmósfera oscura, tenebrosa y esotérica al más puro estilo del cine de terror sesentero. Secuencia que fue censurada en varias versiones del film (sorprendentemente una de ellas en Alemania) por su contenido morboso y espeluznante repleto de luces pesadillescas, ambiente lisérgico e imágenes impactantes y subliminales.
Así, los niños caprichosos y ricos, junto con sus padres, irán cayendo uno a uno en las trampas y argucias puestas en el camino por Wonka para irse quitando a esos invitados desagradables y no queridos de en medio. Fantástica por ejemplo la ejecución de ese niño glotón y caprichoso en un mar de chocolate, o la conversión de una niña en una golosina gigante al incumplir por su arrogante y orgulloso carácter las advertencias de Wonka, o como el resto de participantes son engullidos por ese engranaje ideado por el genio de Wonka que convierte a su fábrica en una jungla llena de trampas resbaladizas y tentadoras.
Hasta llegar a la escena final, en la que parece que Charlie y su abuelo también serán presas de las garras de este artista de circo que ha construido una fortaleza donde nada es lo que parece. Una escena que sigue emocionando hasta la lágrima y que acaba reconfortándote con el ser humano que parecía no albergaba ese guasón de DC Comics que es Wonka.
La película es un prodigio de técnica y encanto. Lo es su prodigioso y artesanal diseño de arte muy en la línea con la psicodelia de la época, que convierte la fábrica en una maravillosa casa encantada repleta de setas de golosina, ríos y cascadas de chocolate, esponjas de algodón de azúcar y todo tipo de chucherías que adornan el escenario donde tiene lugar la trama con la magia que tienen los efectos visuales artesanales. Su colorido aún mantiene intacto sus efectos narcóticos y fundamentalmente aparece un Gene Wilder que deslumbra y magnetiza con su presencia con una actuación al estilo de los cómicos clásicos cocinando las escenas más divertidas desde las derivadas más grotescas e irreverentes.
Un Willy Wonka que bebe del Joker de la serie de TV de Batman. Con un vestuario extravagante, recargado y más perteneciente al ámbito circense que al cinematográfico, pero que igualmente contará con esa ternura y galantería propia de un maestro de la comedia como Wilder. A resaltar también la presencia de los Oompa Loompas, esos enanos vestidos de verde y con unas inquietantes cejas blancas que serán los protagonistas de los mejores números musicales, cantando una especia de moraleja en cada una de las eliminaciones de los niños incumplidores e hipócritas. Y también es reseñable que los niños, lejos de ser cargantes o repulsivos como suele pasar en las cintas con actores infantiles, cumplen muy bien con su función resultando imprescindibles para el desarrollo y fortaleza del film.
Es cierto que musicalmente la cinta es muy mejorable, que no cuenta con buenas coreografías, apoyándose sobre todo en la labor vocal de sus intérpretes, y en unas letras que encajan muy bien con la trama de la película. También es cierto que la película es altamente moral y adoctrinadora. Encierra numerosas moralejas sobre los vicios de la sociedad en la que fue creada (que son los vicios presentes en la nuestra): la hipocresía, el culto al dinero, la traición, la soberbia, la envidia, la falta de modestia y empatía, el daño que produce el exceso de consumo de televisión y el abandono de la lectura y el silencio… También refuerza valores como la humildad, el compañerismo, la colaboración desinteresada, el esfuerzo, la bondad, la generosidad y el refuerzo de los vínculos familiares, todos presentes en el pequeño Charlie.
Pero a mí la verdad es que no me molesta esto. Potencia puntos positivos que a nadie debería molestar y condena los negativos que igualmente deberían ser motivo de repulsa generalizada. Y lo hace de un modo distinto y divertido. Tratando a los niños con inteligencia y respeto, como si fueran adultos, y por tanto ofreciendo un producto que resulta igualmente atractivo tanto para niños como para no tan niños, algo que se echa en falta en numerosas producciones de cine familiar.
En resumen, Un mundo de fantasía se eleva sin ninguna duda como uno de los grandes y hercúleos clásicos del cine infantil de todos los tiempos por el que el paso del tiempo no ha hecho sino agrandar aún más su leyenda gracias a su atmósfera psicodélica, ponzoñosa, inquietante y a la vez cachonda, placentera, bella y colorida, rebosante de humor negro y que por tanto resulta imposible de imitar ni por Tim Burton’s ni por Chalamet’s de turno. Una de las películas que considero clave en mi cinefilia y de la que para mí es un enorme placer poder escribir unas pocas líneas en esta web de cine de culto que es Cine maldito.
Todo modo de amor al cine.