Al director islandés Erlingur Thoroddsen le gusta el terror, y es algo que refleja en su cine de sus inicios. No obstante, ha sabido encontrar otra forma de someternos a la pureza del género con la delicada historia de Rift. Ya desde su título internacional, Rökkur, que significa “crepúsculo”, nos intenta avisar de la concepción propia del terror al que desea dar forma, y es que esta historia se fundamenta a través de la relación amorosa de dos hombres que de la que solo quedan fantasmas.
Con un abrupto inicio, ajeno a esos paisajes a los que nos tiene acostumbrado el cine islandés, Thoroddsen nos permite conocer a Gunnar y a Einar en un encuentro casual, durante una fiesta en un piso, donde la noche les refugia ante las negativas intenciones de las palabras del segundo. «¿acaso me podrías salvar?» dice mientras deja caer una cerveza que queda destrozada en el suelo. Es esto solo el preludio de la historia que vamos a vivir, una que nace de esa relación a extinguir entre dos amantes, de la que todavía quedan los recuerdos y los reproches. El director indaga pues en esa conexión en un lugar conocido por sus protagonistas pero ajeno a la sociedad, para permitir que la soledad forme parte de su estructura. Es entonces cuando esos paisajes inusuales e hipnóticos toman la pantalla y nos deslumbran entre inhóspitos exteriores, aquellos en los que no encontramos un fin más allá del horizonte y cálidos interiores, lugares donde reconciliar la memoria de los dos hombres.
Rökkur también es el nombre de la cabaña en la que se refugia Einar y a la que acude Gunnar sin dudar tras una misteriosa llamada. La película pasa entonces a ser cómplice de los detalles visuales. Mientras la música, compuesta por Einar Sv. Tryggvason —con quien ya había trabajado anteriormente el director— nos pone alerta con su aletargada crispación, Thoroddsen se centra en pequeños objetos que podemos observar continuadamente para relatar esa angustia. Una sudadera roja, una puerta que no cierra, las gotas que caen del grifo… todo ello se transforma en anuncios de algo que no funciona correctamente, que nos alerta, que nos provoca una tensión añadida más allá del razonamiento propio del film. Rift es una de esas películas que abre a demasiadas expectativas, es un lienzo en blanco sobre el que interpretar a tu antojo lo que realmente sucede en los límites de una recóndita cabaña. Aunque son Gunnar y Einar los protagonistas, aparecen personajes enigmáticos que oscurecen más si cabe el destino de los jóvenes en vez de ofrecernos un camino que seguir.
Los fantasmas de la relación van materializándose como extraños eventos que les rodean, algo que va forzando volver sobre sus propias palabras y dar forma a los motivos por los que no están juntos y por los que han llegado hasta esa cabaña. No todo se profundiza a través del drama, siempre hay espacio para el entendimiento entre dos personas que se han amado y ciertamente la película sabe equilibrar la oscuridad (o el crepúsculo) de lo fantasmagórico y peligroso con el drama interno que provoca esa pérdida de conexión con la realidad. Tal vez a Rift le falte concretar su orientación, llegar de un modo más accesible a su desenlace, que deja múltiples lecturas posibles de todos los temas que va abriendo a lo largo del relato. Cierto es que sabe enfocar la belleza del entorno y aprovecharla para que forme parte de la película, siendo algo más que un mero decorado. El contraste lo es todo en Rift, es el frío invierno contra la Navidad, el vaivén de unos abandonados a su suerte columpios contra la firmeza de las rocas, las bellísimas auroras boreales contra un edificio en ruinas donde confesar los inimaginable. Todo tiene un porqué en la mente del director y cualquier reiteración forma parte de las pistas para desentramar su propio drama, en una personalísima representación del terror ‹queer›.